La música como un hecho sublime, capaz de entregar brillos de epifanía a quien la escucha. De eso se trata Una ofrenda musical (Eterna Cadencia), el nuevo libro del escritor bahiense Luis Sagasti. Con una narración fragmentada y laberíntica, compuesta por series, recurrencias, contrapuntos, coincidencias, Sagasti alterna vida y obra de Bach, Glenn Gould, los Beatles, John Cage, para demostrar que, como decía Thoreau, la música siempre es continua, solo la atención no lo es.
Una ofrenda musical es el regreso de Sagasti a su mejor versión, a aquel que deslumbró con Bellas artes (Eterna Cadencia) y asombró con Perdidos en el espacio (Capital Intelectual).
—Una ofrenda musical es un trabajo erudito que va en sintonía con el procedimiento borgeano de vincular hechos aparentemente no relacionados en contextos imprevistos. Pero, ¿no conspira internet contra la figura del erudito?
—Sí, porque parecería que todos podemos saber cualquier cosa. La palabra erudición, por ahí, es demasiado. Yo soy extremadamente curioso y me asombro y retengo datos que luego indago. De todas formas, las cosas que conozco vienen antes de internet. Internet me ayuda a entrar en detalles, a relacionar.
—En el libro hay un trabajo particular con las series de hechos y elementos, como si encontrarlas fuera una cuestión epifánica.
—Creo que las series aparecen cuando uno encuentra el tercer elemento. Las series me interesan tanto como encontrar complementos. Por ejemplo, ahora encontré que no hay ni un solo puente que atraviese los 6.500 km del Amazonas. Ese dato, para mí, ya es poesía. Pero también encontré que a lo largo de los 10.000 km, la muralla china no atraviesa ningún arroyo. Ahí veo un todo. Hay que ver después cómo se acomoda para que tenga un peso poético. Con las series me pasa lo mismo. Ahora estoy trabajando en un catálogo de cielos nocturnos nunca vistos: el primero es el del Paraíso, porque Adán y Eva nunca llegaron hasta la noche.
—Otra vez, una relación con Borges. Pienso en El libro de los seres imaginarios.
—Sí, de alguna forma tengo un desvelo por aquellas cosas que tienen cierta carga poética. Te queda la cabeza de acomodada para recibir esas cosas y, en contrapartida, no ves otras.
—Mencionaste la palabra poesía varias veces y, a la vez, si bien decís que Una ofrenda musical es una novela, se la puede considerar como un ensayo. ¿La relación entre el poeta y el ensayista es más directa que entre el poeta y el narrador?
—Tiene algo de ensayo, es cierto. El ensayo te da la libertad de establecer vínculos entre ideas, conceptos y elementos sin necesidad de un fundamento epistemológico profundo. En ese sentido, se puede establecer una suerte de conocimiento semejante al de la poesía. Las narraciones deben tener un principio de verosimilitud o un contrato con el lector que por ahí la poesía no requiere. Y el ensayo no requiere de un contrato epistémico, no requiere de una consistencia racional.
—¿Una ofrenda musical es el lado b de Bellas artes?
—No sé si es el lado b, pero sigue una línea que, creo, va a terminar con lo que estoy haciendo ahora, que es más extremo y que son pequeñas historias de uno o dos renglones. En todo caso, Una ofrenda musical y Bellas artes son libros que dialogan. Este es más intimista, más lírico, si se quiere. Acaso por las canciones de cuna o las historias bélicas tiene más intimidad. Es más emocional; el otro es más mental.
—Lo curioso es que en Bellas artes el tema principal está en las artes plásticas y aquí en la música. Pero vos sos escritor.
—No tengo una experiencia emocionalmente fuerte con la literatura. A veces no puedo dejar de leer y cosas así, pero ninguna novela te da una experiencia de transfiguración.
—¿Tampoco la poesía? La poesía se la puede vincular con la música.
—Tampoco. Puedo tener libros en la mesita de luz que releo continuamente, pero nada comparado con lo que se siente emocionalmente en un recital. Los estados de celebración y de gozo que alcanzo con música no los logro con la literatura. Podés tener un goce y una satisfacción, pero no euforia.
—¿Cuál es el objetivo de la literatura, entonces? La pregunta es en cuanto a lo artístico; no quiero hablarte de cuestiones políticas porque el libro no va en ese sentido.
—Qué responsabilidad tendría que tener la literatura. Tiene que lograr que percibas el mundo y establezcas relaciones entre las cosas como si lo hicieras por primera vez. Tiene la función de renovarte la mirada, la relación y los vínculos con tu entorno, con lo real. Todo arte tendría que tener como objetivo recuperar una mirada prístina, elemental, primal, como cuando eras un pibe. Me acuerdo que en "Las alas del deseo", los ángeles, al terminar el día, se cuentan lo que vieron y uno dice que había visto a un abuelo que le contaba la Odisea al nieto y el chico no pestañaba. Eso es lo que hay que buscar. Luego, sí, hay cuestiones políticas, pero no necesariamente tiene que ser esa la función, porque, por otra parte, hoy la comunicación pasa por las redes. Entonces puedo permitirme escribir Una ofrenda musical y después tener una postura claramente en contra de este gobierno en una red social. Pero por qué tendría que escribirla en el libro. Es más, la literatura de barricada no sé en qué ha quedado.
—Si pienso en Mario Ortiz, que es de Bahía Blanca como vos, que tiene una ambición poética muy fuerte como vos y que también publica en el mismo sello, él sí tiene una impronta política en sus libros. En cambio en los tuyos, el arte aparece como un hecho autónomo.
—Sí, como algo puramente formal. Me interesan muchísimo los aspectos formales del lenguaje, la musicalidad, las cuestiones rítmicas. Mario es político. A mí no me sale. No sabría cómo. O sería muy bruto, muy de barricada.
—En el libro, curiosamente, se trabaja mucho con el silencio. ¿Es un lugar a llegar en la música?
—El silencio lo tomo como vacío, como aquello que permite que broten cosas. A la manera oriental. Me gusta la experiencia del silencio. Uno debería acallar la voz que está en su cabeza, lograr un estado de vacío de ego. Para que estés en un estado de unidad con las cosas, tu ego no tiene que estar. Yo corro una o dos veces por semana. Para mí, correr es bailar en línea recta. Tengo que tener música (elegida para correr; en invierno es una música, en verano es otra) y en gran parte del trayecto me río de felicidad. En el deporte, en la ejecución musical, en lo performático, uno desaparece. En ese sentido, me interesa el silencio como una llanura en donde brillan las velas.
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