Presentamos un breve artículo de Isidoro Blaisten (autor de Cerrado por melancolía y Dublín al sur, entre otros títulos), a quien Juan Forn compara con Quino, incluido en el genial volumen Anticonferencias , de la nueva colección Rara Avis (Tusquets).
Dinero y creación
Somerset Maugham escribió una vez: «El dinero es como un sexto sentido. Sin él no se puede disfrutar de los otros cinco». Por este sexto sentido que nos permite disfrutar de los otros cinco, los hombres se matan, traicionan, se venden y crean. Ejercen la creación porque carecen de dinero o porque tienen dinero. Veamos un ejemplo. O dos.
Un joven bien vestido, de finos modales, acaba de cortar la corriente eléctrica en una casa de departamentos. Sigilosamente ha bajado o subido la llave de paso. El ascensor ha quedado entre dos pisos. El joven corre por la escalera de servicio. Ve tres medios cuerpos a través de la puerta enrejada. Tres pares de pies. Después alguien se ha agachado y mira en cuclillas desesperadamente hacia el palier. «Señores, por favor —dice el joven mientras se acerca corriendo—, no pierdan la calma. Despréndanse de todo lo que sea de metal. Hay peligro de corte. Rápido, no pierdan tiempo. Hebillas. Fíjense si los zapatos tienen chapita. Todo lo que sea conductor, todo».
Tratando de calmar a una señora que está por desmayarse, pidiendo que se apuren, el joven va sosteniendo en sus manos carteras y relojes, dijes, gargantillas, cinturones, zapatos con chapitas. Mientras se aleja con su botín, el joven sonríe porque alguien está gritando, preguntándose con desesperación qué va a pasar con las emplomaduras de las muelas. La carencia de dinero ha engendrado la creación.
Unos veintinueve o treinta años atrás, durante un fin de semana, todo Buenos Aires pudo ver a una cuadrilla de obreros del gas cavando en la calle Lavalle, en la cuadra de los cines. El hecho no tenía nada de particular, salvo la pequeña molestia que ocasionaba el vallado de madera. Lo único particular del hecho era que:
1) Los obreros no eran obreros. Eran ladrones.
2) Habían practicado un túnel debajo de una de las más importantes joyerías de la ciudad.
3) La habían desvalijado totalmente.
La carencia, la necesidad, la ambición del dinero habían engendrado la creación.
En cambio, Proust puede escribir gracias al dinero. Un señorito esnob, preocupado por pavadas, hace un corte transversal en el recuerdo, nos deja una obra monumental, cambia la novelística del siglo veinte, e indaga, como diría Neruda «hasta lo más genital de lo terrestre» en el alma del hombre gracias al dinero. La posibilidad de dinero engendra la creación.
Bastantes años antes, Balzac, sitiado por los cobradores, las deudas, las fantasías de enriquecerse rápidamente y sus desastrosas aventuras bursátiles, atraviesa París enloquecidamente en busca de café. Tres clases distintas de café. Escribía 14 horas diarias; se calculan en 25.000 las tazas de café que tardó para escribir La comedia humana. Con los derechos de autor ya cobrados, la obra comprometida, escribiendo las distintas versiones en las pruebas de galera, soñando en casarse con alguna princesa lituana para salir de perdedor, nos deja la radiografía esencial del siglo diecinueve.
Cuando murió, solo como todos los muertos, pero sin nadie a su lado, lacustre, agrandado por la hidropesía, un golpe de viento abrió la ventana y los manuscritos de su última novela salieron volando. Por mucho tiempo, dos carniceros de un barrio de París envolvieron el bofe con los manuscritos de Balzac. El acoso del dinero engendra la creación.
Mediante el dinero y por el dinero, J. P. Getty consigue crear un imperio de dinero. «Puedo comprar todo lo que quiero», dejó escrito antes de su muerte, «lo único que no puedo comprar es amor. Me divorcié de cinco esposas. Todas celosas y molestas. Les molestaba y les repugnaba que yo no pensase más que en el dinero. Les repugnaba y les molestaba, pero ninguna mostró repugnancia cuando se trató de compartir mis ganancias.»
«Muchas mujeres se me declararon. Siempre estuve seguro de que no era por mis ojos azules. Sé que el magnetismo que ejerzo es de otro color: verde.»
¿Qué tal? Creo que ningún porteño elegiría a Paulcito Getty como parejero para una noche de parranda y copetines, tampoco para sentarse con él a una mesa al lado de una ventana para compartir el silencio y dar vueltas interminablemente el pocillo vacío de un café. Cualquier porteño que se precie hablaría del siguiente modo: «Me revienta tu presencia. Pagaría por no verte. ¿Cuánto es?».
Con lo cual se demuestra que la creación producida por el dinero y que solo puede comprarse con dinero, a veces no sirve para nada.
Porque como dice mi amigo Boris: «Amor con amor se paga. Pero amor con amor no se compra. Porque imaginate vos», sigue mi amigo Boris, «que vos tenés un pichicho, un mastincito de los Baskerville, chiquito, y vos lo querés, le pasás la mano por el lomo, y le decís venga, mastincito, venga, y el mastín te salta encima y te pega un tarascón en la carótida. ¿Qué tal?».
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