La historia secreta de la quinta de Olivos: del tigre de Perón a la noche en que la policía abandonó a De la Rúa

Soledad Vallejos habla de ‘Olivos. Historia secreta de la quinta presidencial’ (Aguilar), una suerte de biografía de la casa de los presidentes argentinos.

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Soledad Vallejos habla con Patricio
Soledad Vallejos habla con Patricio Zunini en el estudio de Grandes Libros

Olivos. Historia secreta de la quinta presidencial es, sin dudas, uno de los grandes libros del año. Y, sin embargo, Soledad Vallejos (Amalita, Trimarco, Vida de ricos) comenzó a escribirlo casi por casualidad: después de buscar infructuosamente información sobre la casa entendió que, si quería encontrar algo, debía ser ella misma quien lo escribiera.

Antes que anecdotario o manual de historia, Olivos es una suerte de biografía de la casa presidencial. La investigación de Vallejos se remonta más de 100 años en el pasado, cuando el último de los Olaguer Feliú resolvió que "la única manera de perpetuar su memoria era donando esas tierras al Estado nacional", y llega al día de hoy, en que el presidente Mauricio Macri convoca reuniones de su cartera de ministros o pasea con su hija por los jardines.

El libro tiene como segundo subtítulo "La intimidad jamás contada de la política argentina" y esa es, por supuesto, una de las claves de lectura.

—Es la política en pijamas—dice Vallejos, que habló con Grandes Libros de su trabajo [ver la entrevista completa]—. Muchas cosas pasan en Olivos y no en casa de Gobierno porque se decide que suceda así. En la Casa Rosada hay periodistas acreditados que la pueden recorrer cuando quieren. Ven quién entra, quién sale, si Fulano va mucho a la oficina de Mengano, si hay una visita inusual. En Olivos eso no pasa. Los periodistas, como mucho, llegan a la sala de prensa. En ese sentido, la quinta es un lugar clave para la vida política. Pero también es la vida cotidiana de un montón de gente. No sólo de la familia presidencial y del intendente, que tiene que vivir ahí por las funciones que cumple, hay alrededor de 100 personas que trabajan todos los días y otras tantas que entran y salen.

“Olivos” es el cuarto libro
“Olivos” es el cuarto libro de Soledad Vallejos

"Al otro lado del muro hay un pueblo", decís en la introducción. Me hace pensar en un barrio privado.

—Es como un pequeño Estado. Hay una representación de la Iglesia, y claramente lo que pasa con la capilla que está adentro de la quinta habla del vínculo entre la Iglesia y el Estado argentino. Está el destacamento militar de granaderos; también dice mucho la presencia de ese destacamento. Hay servicios de mantenimiento, como un electricista que tiene que hacer guardia 24 horas como si fuera un médico, lo mismo que el calderista, hay cocineros, está quien mantiene el microcine, la gente que del helicóptero que tiene una pequeña oficinita, está la jefatura, que es la oficina para el presidente, el centro de convenciones. Hay un montón de espacios en los que uno habitualmente no piensa.

Cristina se había vuelto muy hermética, no quería gente dando vueltas por ahí

Empezaste a trabajar en el libro durante la gestión de Cristina, pero recién pudiste entrar en la quinta con el cambio de gobierno. ¿Cuántas veces fuiste?

—Fui varias. La disposición, tanto de los empleados como la de la gente de la gestión del presidente Macri, fue genial. Cuando empecé a trabajar en el libro todavía era presidenta Cristina Fernández de Kirchner y nunca me dijeron que no, pero tampoco me decían que sí.

¿Por alguna razón?

—Ella se había vuelto muy hermética. Mucha gente de la quinta dice que cambió cuando enviudó y a medida que se acercaba el fin de su segundo mandato. Dejó de interesarse por ciertas cosas de la quinta, salía menos de la casa, era todavía más reticente a tener contacto con los empleados. No quería gente dando vueltas por ahí.

Juan Domingo Perón en la
Juan Domingo Perón en la quinta de Olivos

El libro comienza con una frase increíble: "Perón tenía un tigre".

—Perón tenía un tigre y hay gente que todavía vive que lo vio. Una de las cosas que pasa con la quinta es que está muy poco documentada. Las primeras intervenciones en la época de Justo, cuando decide hacer una colonia infantil para niños de escuelas públicas y de sectores socialmente vulnerables, son más detalladas y hay planos de lo que entonces era el Ministerio de Obras Públicas. Pero salvo por eso y por algún otro trabajo posterior, no hay más documentación. Y así como no se documenta cuando se levanta o se tira un edificio, tampoco está el registro de los animales que pasaron. Perón tenía un tigre porque en esa época era muy común entre los presidentes regalarse animales exóticos. Hoy la ley de fauna lo prohíbe; muchos de los animales que le regalaron a Menem terminaron en el zoológico. Pero en la época de Perón todavía no estaba prohibido.

El primero que se instala en la casa es Aramburu porque no quiere vivir en el palacio de Álzaga Unzué, símbolo del peronismo

Ya que estamos sobre Perón, es muy llamativo el movimiento entre el Palacio Unzué —la antigua residencia presidencial—, la quinta y la Casa Rosada.

—La quinta es donada en el 18 y el Estado la acepta en 1920. En el 33, Justo inaugura la colonia para niños que sigue durante el gobierno del GOU con Farrell y también durante los primeros tiempos del primer peronismo. Con lo cual, ahí no vivían los presidentes. El primero que se instala en la casa es Aramburu, con la Revolución Libertadora, porque no quiere vivir en el palacio de Álzaga Unzué, que era símbolo del peronismo. Ahí había muerto Evita y la habían velado miles de personas; ahí vivía Perón hasta que lo derrocaron. La libertadora decide demoler ese lugar y Aramburu, desde el día uno, se instaló en Olivos. La residencia, aunque ya estaba disponible, se convierte entonces en la casa de los presidentes. Pero no hay un papel que lo señale. Esto lo tuve que rastrear en los diarios: para encontrar el momento en que terminan demoliendo el palacio y Aramburu se va a la quinta, revisé los diarios de un año y medio desde el principio de la Libertadora.

El paredón de la quinta
El paredón de la quinta de Olivos recién se levantó durante el gobierno de Isabel Perón

Cada capítulo está dedicado a un tema particular, pero siempre yendo y viniendo en el tiempo. ¿Por qué no trabajaste los temas cronológicamente?

—Cuando ya tenía reunido el material, confirmé que no podía hacerlo cronológico. Me divertía ver los cambios que operaron en algunos lugares de la quinta: cómo el mismo galpón donde en 1920 había animales de remate de la compañía Bullrich, fue donde en el peronismo bautizaron a 850 niños japoneses e hicieron encuentros de delegadas cuando Eva armaba la rama femenina, y donde en 2011 Cristina anunció que Boudou era su candidato a vicepresidente y ahora Macri hace reuniones con su equipo. Me volvió loca al ver esas fotos: es el mismo espacio por el techo, hay una cosa muy particular con las vigas del techo. Y yo quería contar eso. Los cambios hablan de la historia política argentina. El muro es lo más conocido de la quinta y, sin embargo, se construyó recién en la época de Isabel. Antes, lo único que separaba a la quinta del resto del barrio era una ligustrina. Por qué Isabel y López Rega piensan en un muro: porque estaba la Triple A, la violencia armada, había grupos guerrilleros, era una cuestión de seguridad. De hecho, hubo un atentado en el que participó Firmenich, que quisieron tirarle una bomba a una antena de telecomunicaciones que está adentro de la quinta y no pudieron.

Los cambios en la quinta hablan de la historia política argentina

El libro va mucho más allá de lo anecdótico y cuenta hechos que no conocíamos. Por ejemplo, la noche del 19 de diciembre de 2001, cuando De La Rúa estuvo en peligro.

—Ese episodio es muy impactante porque revela cómo era la situación del 19 al 20 de diciembre, cuando De la Rúa no tenía en sus planes renunciar. El 19 a la noche, después dar un "ultimátum a los violentos" e imponer el estado de sitio, vuelve a Olivos —es curioso porque en el discurso dijo que se iba a quedar en Casa de Gobierno, sin embargo se subió al helicóptero y se fue a dormir a Olivos—, y en la quinta se quedaron algunos funcionarios, entre los cuales estaba Hernán Lombardi, que era ministro de Turismo y Deportes, mientras en el hotel Elevage había gente tratando de llegar a un acuerdo con sectores del peronismo. Y en mitad de la noche, el jefe de seguridad de la quinta le avisa a Lombardi, que era la máxima autoridad despierta del lugar, que la guardia de la policía bonaerense del perímetro exterior de la quinta se estaba yendo y había gente trepando al muro, amenazando con entrar. Tuvieron que pasarse toda la noche en vela tratando de disuadir a esa gente y pusieron custodios armados en la puerta de la casa. Fue muy impactante. Esas cosas te las enterás con el tiempo. Pero se vivió una situación de desequilibrio, de desorden y de amenaza que iba mucho más allá que de palabra. Al día siguiente De la Rúa renunció.

Hacia el final del gobierno
Hacia el final del gobierno de Fernando de la Rúa grupos no identificados amenazaron con tomar la quinta de Olivos (Télam)

¿Cuál es la figura que más te interesó en relación con la quinta?

—Menem tenía un trato muy particular con los empleados, una relación cercana, campechana. La gente que trabajaba cerca de él todavía hoy lo adora. Muchos te dicen "Yo no lo voté, fue un desastre para el país, pero como el Carlos no hay". Eso es muy usual. Pero a mí, tal vez por una cuestión generacional, me interesó mucho lo que pasó en el alfonsinismo, que fue un período de quiebre. Uno de los entrevistados fue José Ignacio López, que era el vocero de Alfonsín. Venía de muchos años de trabajar en prensa; es el que le preguntó a Videla por los desaparecidos. Me acuerdo de una anécdota que me contó del primer año. El gobierno de Alfonsín era la primavera democrática, pero la economía era un desastre, la política era un desastre; todo el tiempo había urgencias. No les alcanzaba el tiempo en casa de Gobierno y a la noche, en las cenas en Olivos, siempre había reuniones con funcionarios. Comían y hablaban, seguían hablando con el café y cuando terminaban el café se iban a hablar afuera de la casa, a las columnas. Y no se iban. Y se hacía tarde y aunque al día siguiente empezaban muy temprano, no se iban. ¿Por qué no se iban? Porque tenían miedo. José Ignacio me decía: "¿Cómo íbamos a dejar al presidente solo rodeado de militares armados?". Esa observación es clave para entender lo difícil que fue aquel momento.

“¿Cómo íbamos a dejar al presidente solo rodeado de militares armados?”

De esa época es el caso del cura castrense.

—En la quinta hay una capilla pequeña que inauguró Lanusse. Pero Lanusse era un presidente de facto, un militar, y el cura que les daba misa era de la diócesis castrense. Y no olvidemos el vínculo intenso y continuo de la Iglesia católica con la dictadura, el papel que jugó, por ejemplo, en centros clandestinos de detención y en destacamentos. Cuando Alfonsín asumió la presidencia, el cura castrense seguía estando ahí. Alfonsín a veces iba a misa, a veces no. Y Alfonsín había insistido que quería juzgar a los militares y este cura, cada vez que podía, tiraba una patada. En una misa que no estaba Alfonsín pero sí su esposa, Lorenza Barreneche, habló mal del presidente. Después de eso, María Lorenza tiene una gran pelea con el cura y decide a apoyar el plan de José Ignacio López, que decía que al presidente democrático no le podía dar misa un cura castrense. Hicieron una movida diplomática que llevó bastante tiempo, consiguieron el apoyo de Casaretto y el Vaticano terminó aprobando el cambio y consiguieron que hubiera un capellán civil, Carlos Francini. Ahora es arzobispo en Mendoza, pero en aquel momento tenía 30 años y no tenía idea de cómo dar misa a un presidente. Así que a Francini fue a preguntarle a la persona más cercana que tenía, que era el padre Hernán Benítez, nada menos que el confesor de Evita. Lo llamativo de la relación con la Iglesia es que Menem le devuelve la capellanía castrense, pero como en el kirchnerismo hubo un lío bárbaro con Baseotto, esa capellanía quedó vacante. Recién fue ocupada hace pocos meses, entre otras cosas porque Macri no va a misa. A esa capilla no la está usando nadie.

En la quinta hubo una cripta donde mostraron los cuerpos de Perón y Eva

¿Cuál fue el hecho de la quinta que te conmovió más?

—Hay algo que me llama la atención porque tiene que ver con la memoria social reciente. En la quinta hubo una cripta donde mostraron los cuerpos de Perón y Eva; es una cripta que se empezó a construir en el 74, antes de la muerte de Perón. Perón muere en julio y en agosto empiezan a mostrar el cuerpo. Se gestiona para que se lo pueda ir a ver, las personas retiraban una tarjetita y visitaban el lugar. En noviembre repatrían los restos de Eva. Gran evento político. Para Isabel, en definitiva, fue ganarles una apuesta a los grupos guerrilleros, tener el cuerpo en su propio lugar y decidir ella quién y cómo lo ve. Cuando se ponen los dos cuerpos en exhibición fue muy conmocionante. En los diarios y en los registros televisivos de la época queda claro que fue un gran tema. Sin embargo, hoy muy poca gente se acuerda de eso. Yo tengo 42 años, nací en el 74, no tengo posibilidad de acordarme, pero mi madre sí y la gente de la edad de mi madre también. Y no lo recuerdan. Lo llamativo es que buscando alguna otra cosa, descubrí una tarjeta de acceso a la cripta que era de mi abuela. Y mi madre, que es Licenciada en Historia, no se acordaba. Es algo que debe pasar en muchas familias. Tenemos una historia de cuatro décadas que poca gente recuerda.

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