El 1 de agosto de 1944, la resistencia polaca se rebeló contra del ejército nazi y logró adueñarse de Varsovia. La orden de Hitler fue clara: recuperar el poder y arrasar la ciudad. Los rebeldes soportaron el asedio hasta el 2 de octubre, pero, sin apoyo del ejército aliado, fueron vencidos por el ejército alemán, que cumpliría la orden de Hitler. Al final de esos dos meses, había más de 250.000 civiles muertos —la mayoría ejecutados— y casi todos los edificios destruidos.
Hasta el año 2000, Ana Wajszczuk casi no conocía aquello que había pasado más de medio siglo atrás. "Sabía muy poco de la historia de mi familia", dice, "mi abuelo murió cuando yo era chica y mi abuela, como muchos otros que atravesaron una guerra, no hablaba del tema". Pero fue entonces que recibió el correo electrónico de un primo de su abuelo, que iniciaba el contacto buscando información para completar el árbol genealógico de la familia. "Se me abrió todo un mundo", sigue Wajszczuk, "porque empecé a ver un montón de historias relacionadas con mi familia de las que no sabía nada, y un montón de coincidencias con mi familia más nuclear —por ejemplo, mi nombre, el de mis hermanas, la profesión de mi papá—, que se habían transmitido de generación en generación. Fue un impacto muy fuerte."
Wajszczuk comenzó una pesquisa que derivó en un libro de poemas: El libro de los polacos (2004). "Creía que con eso había cerrado", dice, "pero en 2008 viajé a Polonia por primera vez y vi en el Museo del Levantamiento de Varsovia los nombres de los primos de mi abuelo en el muro donde se conmemora a los insurgentes muertos durante esa gesta, esta historia empezó a cobrar vida. Y en 2014, cuando se cumplían 70 años, escribí un artículo con sobrevivientes del levantamiento que vivían en Buenos Aires y otras provincias. Así empecé Chicos de Varsovia".
Chicos de Varsovia (Sudamericana) es uno de los grandes libros del año. El texto es la reconstrucción de aquella gesta, pero va más allá y puede, también, como una novela de aprendizaje. A medida que la escritora avanza en los hechos históricos abre desvíos desde donde preguntarse por su lugar en la historia, su relación con la familia que quedó en Europa y con su padre, y también su pelea por atrapar un pasado inasible. "Necesitaba muchos recursos para acercarme a ese pasado", dice. "Por eso incluí poemas, fotos, por eso hay noticias de diarios, cartas, emails".
Ana Wajszczuk visitó el auditorio de Grandes Libros para hablar de su libro. [La entrevista completa puede verse aquí]
Todas las cifras de la Segunda Guerra Mundial están fuera de nuestro entendimiento
—Por momentos, los hechos son muy agobiantes. La respuesta de Hitler para acabar el levantamiento es el horror en estado puro. Debe haber sido muy fuerte escribirlo.
—Creo que también por eso tardé tanto. Era una carga muy fuerte. Además, estaban las cifras. Todas las cifras de la Segunda Guerra Mundial están fuera de nuestro entendimiento: la cantidad de muertos, los horrores. Fue bastante difícil. Y había una dificultad adicional que quise dejar explícita en el libro: yo soy una argentina que no habla polaco, mi papá sí lo habla pero no tiene nada que ver con el mundo del periodismo y fuimos a ver qué encontrábamos de algo que había pasado hace 70 años cuyos sobrevivientes tenían más de 90. Después me armé una grilla para ver qué historias entraban, porque a medida que escribía me di cuenta de que una cosa era lo que yo quería y otra cosa lo que el libro necesitaba.
—¿Vos que querías?
—Yo quería contar todo. Pero había muchas historias bastante similares entre sí y elegí algunas que me servían para hablar de una totalidad. Hay una de un nene que pasó todo el levantamiento en un sótano y que me sirvió para contar el levantamiento desde el lado de los civiles. Está la historia de una chica que me sirvió para hablar de las mujeres. También la historia de un judío escapado del gueto que después pelea en el levantamiento y que me sirvió para hablar de la relación muy complicada entre judíos polacos y católicos polacos.
—Ese nene que vivió dos meses en un sótano hoy vive en Argentina y se llama Jorge. En la entrevista te enterás que hacía muy pocos días había muerto su mujer. Son momentos fuertes del libro.
—De todos los que entrevisté, él fue el más joven. Tiene muy jóvenes 80 años. Armamos una relación muy especial porque para él también significó contar algo que casi no había dicho. En esa entrevista donde me entero que murió su esposa, su hija le dice: "Tenemos que ir a Polonia". Y algo que me puso muy contenta es que el mes pasado fueron a Polonia y yo pude hacerle el contacto para que deje su testimonio oral en el archivo del Museo del Levantamiento de Varsovia. Una de las cosas más lindas que me pasó con este libro fue el haber servido de puente para que su historia no se pierda.
—Así como está el relato del horror, también está la parte del honor, que te muestra otra vivencia.
—La pregunta que no tiene ninguna clase de respuesta certera pero que fue espoleando al libro era "¿Qué hubiera hecho yo si?" ¿Qué me hubiera pasado a mí con 15 o 20 años, como los primos de mi abuelo: me sumo al levantamiento, paso dos meses en un sótano, salgo a pelear viendo morir a todos a mi alrededor? Los primos de mi abuelo vivían a dos cuadras del gueto de Varsovia, además. Y ellos estuvieron ahí cuando fue el levantamiento del gueto, que fue una masacre, quince meses antes del levantamiento de la ciudad. ¿Qué te pasa cuando ves que están masacrando gente a dos cuadras de tu casa? La guerra plantea situaciones tan difíciles moralmente y también libera a tantos lobos, que esa pregunta plantea un montón de cuestiones fuera de lo común.
—Es increíble lo que contás sobre la especulación inmobiliaria que se genera alrededor de las casas de judíos. Es algo que uno habitualmente no ve. O mejor: elige no ver.
—Yo cito a Patrick Modiano, el escritor francés, que decía que al final de cuentas, en la noche y la niebla uno se ahorra de darle explicaciones a nadie. Eso pasó en todos los países ocupados por los nazis. Así como Polonia se cuenta entre los que más judíos salvaron, también hay un montón de historias de antisemitismo y cosas que ni siquiera son antisemitismo, pero que pasó mucho durante la Segunda Guerra: gente que delató a otra a la que le tenía envidia porque le iba bien en su negocio, hombres que delataban a otros que tenían un affaire con sus mujeres. Cosas que no tienen que ver con la gran política sino con la miseria cotidiana.
Yo nací en el 75, en el medio de una dictadura donde también escuchabas que se llevaban gente
—¿Por qué evitás las comparaciones entre el nazismo y la última dictadura militar?
—No es que no lo haya pensado; incluso lo hablé con Ana Laura Pérez, mi editora. Pero quisimos mantenernos en ese pasado y no empezar a mezclar. Yo nací en el 75, crecí en el medio de una dictadura donde también escuchabas que se llevaban gente y por ahí a la vuelta de tu casa había un campo de concentración. Preferí mantenerme en época. El presente está dado por la relación entre padre e hija, que era otro eje que quería explorar.
—Sin embargo, Argentina está: Neuquén, tu familia. La Argentina aparece como ese país que recibe a los nazis, pero también como el subterfugio para quienes se escapan del comunismo.
—Es que era un país con muy pocas trabas para los inmigrantes y que hacía mucha propaganda. Una de mis entrevistadas me contó que había visto una revista con Eva Perón en la tapa, con un vestido blanco y collares de perlas: daba la sensación de que ibas a un país extremadamente rico y con oportunidades para todos. No te pedían visa ni plata, como sí pasaba en Estados Unidos, Canadá o incluso Brasil. Mucha gente vino porque no estaba cómoda en dónde estaban —como mis abuelos en Inglaterra— y mucha otra vino porque cuando se termina la segunda Guerra Mundial la gente cree que va a venir una tercera y quiere estar lo más lejos de Europa.
—Es muy llamativo que el Levantamiento de Varsovia no sea tan conocido y que un hecho de tamañas características recién se haya convertido en una fecha histórica para el país hace menos de 30 años.
—No estaba bien visto por el gobierno comunista, sobre todo durante los primeros años, cuando todavía estaba vivo Stalin. Después se fue aflojando, pero los archivos se abrieron en 1990 con la caída del comunismo en Europa del Este. Y tal vez el libro hasta se publique allá.
—En el libro se respira la banalidad del mal, la filosofía de Primo Levi. ¿Qué aprendizaje deja una investigación como esta?
—Que hay muchas preguntas que no tienen respuesta. Que no sabemos en qué nos vamos a transformar hasta que estamos en una circunstancia tan extraordinaria, en su sentido más literal. En uno de los pasajes fui al campo de Majdanek, el primer campo que fue liberado por los rusos. Hay algo impresionante, que es como una olla gigante con cenizas y polvo y huesos. Arriba hay una frase que dice "Nuestro destino es una advertencia para ustedes". Eso es lo que aprendí con el libro.
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