Historias que deambulan alrededor del teatro y de la literatura

Camila Fabbri, considerada una de las voces más destacadas de la literatura latinoamericana joven, cuenta en primera persona el origen de su libro de cuentos "Los accidentes" (Ed. Notanpuän).

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Camila Fabbri está considerada como una de las escritoras jóvenes que está renovando la literatura de América latina.
Camila Fabbri está considerada como una de las escritoras jóvenes que está renovando la literatura de América latina.

Para hablar de Los accidentes me siento en el deber de remontarme a mi primer enamoramiento con un libro. Tengo un monstruo en el bolsillo, de Graciela Montes (Libros del Quirquincho), fue una de mis primeras experiencias con la literatura; o más bien, con la confirmación de que aquella historia que se desplegaba delante del empaño de los ojos de madrugada en mi insomnio infantil, era material que una autora había trabajado durante mucho tiempo. Que ese tiempo comprendía un grupo de personas cumpliendo tareas de edición, corrección y diseño. Esa novela no era un acto de magia que se me presentaba encuadernado, sino que ahí nomás, lo que se discurría era el oficio. Alguien se había vuelto escritor.

Tengo un monstruo en el bolsillo narraba la historia de Inés, una preadolescente quebradiza como un pelo que se tiñó demasiadas veces, de piernas chuecas y despeine perpetuo, preocupada por la pesadumbre del mundo adulto, pero también niño, que la rodeaba. Una mañana en su escuela estatal, Inés descubría que en bolsillo de su guardapolvo blanco se escondía un ser peludo y abultado de pelos. Cada vez que ella se asustaba o se preocupaba profundamente por algo, aquella bola de pelos crecía desmesuradamente. Eso era un monstruo, ¿o tal vez una metáfora?

A los miedos se los nombra o se los escribe para encogerlos

Hacia adelante en la historia, donde Inés se enfrenta a reconocibles situaciones de la vida infantil, descubre que si ese miedo lo vuelve palabra a quien lo sepa oír, tal vez esa bola se desinfle. En el último capítulo de ésta, una de mis primeras lecturas, Inés dialoga con su abuela paterna, Julia, en una terraza del conurbano. Le confiesa su mayor secreto. Y Julia confirma que es cierto: que a los miedos se los nombra o se los escribe para encogerlos.

En esta fábula primera empecé a sopesar el valor de la escritura. Si Graciela Montes era una mujer que tenía como oficio despertar el pensamiento de tal manera, yo quería hacer lo mismo. Si eso se trataba de un oficio, entonces, tenía que empezar a trabajar para asemejarme.

“Los accidentes” en la edición conjunta de Emecé y Notanpuän
“Los accidentes” en la edición conjunta de Emecé y Notanpuän

Cuando tenía dieciocho años, al terminar el colegio secundario Normal 1 Roque Saenz Peña, empecé a asistir al taller de escritura de Romina Paula -en ese entonces, una escritora de mi edad ahora, que empezaba a abrir su propio espacio de lectura, escucha y posterior reflexión-. "René Poncio Pilatos" (uno de los cuentos del libro) lo escribí en ese tiempo; se desprendió de una consigna que había propuesto Romina, que consistía en inventar una historia a partir de una fotografía que mostraba a un hombre demasiado ajeno, en blanco y negro, peinándose delante de un espejo de mano que le tendía una mujer fortachona y peluda, de pollera larga hasta el suelo y collares de perlas, rosarios y demás adornos. Aunque años después pasó por distintas versiones, ese fue mi primer relato.

"Carretera plena", tiempo después, también fue resultado de una consigna del taller. Un ser abultado de pelos es arrollado por un auto que maneja una pareja en una carretera en pleno mediodía. ¿Monstruo o metáfora?

Escribir como un modo distinto de hablar de lo que no se entiende, de lo que asusta

"Condición de buenos nadadores" y "Mi primer hiroshima", en cambio, surgieron, algunos años después, como textos pensados para la escena teatral. Una voz da cuenta de una historia que podría desenvolverse en un espacio determinado, lleno de luz, con el acabado esencial del cuerpo de los actores.

El formato taller funcionó como un primer espacio para ese diálogo, en donde se dio el encuentro con una persona única -no existen tantas réplicas- que pudo oír mi secreto. Que pudo reducir el tamaño de ese "monstruo de bolsillo" que por momentos aparece para detenerlo todo, y a veces nombrándolo, desaparece. Mis cuentos fueron, de alguna manera, el descubrimiento de ese dialecto. Escribir como un modo distinto de hablar de lo que no se entiende, de lo que asusta.

El domingo 4 es la última función de “Condición de buenos nadadores” en el Club Vasco Gure Echea (Perón 2143)
El domingo 4 es la última función de “Condición de buenos nadadores” en el Club Vasco Gure Echea (Perón 2143)

Recordé la sensación de haberme topado con Graciela Montes, entendí al compendio de relatos como la confirmación de que eso, también, podía ser estar volviéndose escritor.

Las historias de este libro deambulan alrededor del teatro y de la literatura; son ese término medio, esas voces que están en acción, y a la vez, son ideas que se van hilando incluso una vez que el libro acabó.

Los accidentes es la repetición del hallazgo del propio monstruo, el ejercicio de narrarlo de infinitas maneras.

Los accidentes es la repetición del hallazgo del propio monstruo, el ejercicio de narrarlo de infinitas maneras. Escribir es un acto de amor y, como decía David Foster Wallace, todas las historias de amor son historias de fantasmas.

Los accidentes no es más que el resultado de una etapa fervorosa de contacto con la escritura, de ese coraje temeroso pero a la vez tupido, como un bosque que recién comienza.

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