La biblioteca más moderna y completa del mundo cabe en la palma de la mano. Y, como en un sueño borgeano, tiene miles de puertas: cualquier persona con una computadora, un teléfono o una tablet puede ingresar en ella.
El modelo de bibliotecas digitales nació en Estados Unidos y se fue replicando en distintos países. Hoy, en Argentina, el proyecto de mayor madurez es BiDi, que se creó en 2015 y desde entonces ha desarrollado acuerdos con universidades, empresas, instituciones y sindicatos de Sudamérica, México y EE.UU.
"Las bibliotecas digitales", dice Juan Pablo Bellini, product manager de BiDi, "no sólo solucionan el acceso las 24 horas, sino que, en un país tan extenso y con realidades sociales tan distintas como el nuestro, la disponibilidad de títulos es, además, fundamentalmente un agente democratizador".
Si bien las BiDis no están apuntadas en exclusivo al ámbito académico —muchas empresas armaron bibliotecas de libros de literatura o management—, una de las principales áreas de desarrollo es la universitaria. Actualmente, hay BiDis en más 30 universidades de la Argentina, que son utilizadas por alrededor de 115.000 alumnos. "Es un beneficio que la facultad le da a sus estudiantes", explica Bellini, "ya que, al hacerse cargo de los costos, ellos pueden tener la bibliografía obligatoria de manera gratuita". Entre los casos de éxito se pueden mencionar a la UBA, la UCA, la Universidad Siglo 21, el ITBA, la escuela de postgrado IAE.
"La biblioteca digital", señala Liliana Luchi, directora de la Biblioteca del IAE, "nos permitió incrementar de forma significativa nuestra colección sin tener que preocuparnos por el espacio, un tema que aflige a todas las bibliotecas. Además, el costo-beneficio es muy favorable ya que se accede a más material a un costo bastante menor. Y también nos permitió acercar nuestros recursos a los alumnos y antiguos alumnos (exalumnos) del interior y el exterior del país."
Para Enzo Dimuro, subsecretario de la Biblioteca de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, al eliminar la distancia entre el lector y el texto, una biblioteca digital supone un "acceso superlativo a la información imposible de alcanzar con bibliotecas de papel". La elección de BiDi para la facultad se basó en el diseño del catálogo título a título y en la protección de la intimidad de sus alumnos:
"BiDi ofreció la posibilidad de armar una colección personalizada de editoriales fuertes, a diferencia de otras plataformas en las que se ofrece un paquete de material del cual se hace uso efectivo de menos del 20% pero se paga por todo. Además, se pudo implementar una solución informática a través de la cual el alumno accede al material de BiDi exclusivamente desde el catálogo de la biblioteca utilizando el usuario y la contraseña que usa para los otros sistemas de la facultad, sin que esos datos estén registrados en BiDi."
El pasaje del soporte papel al formato digital es un movimiento que ya se da sin esfuerzo. "Hoy los alumnos tienen lo mejor de los dos mundos", se entusiasma Luchi, y señala que, si bien todavía hay parte de la bibliografía específica que no está en digital, "los alumnos asumieron el libro digital con toda naturalidad, ya que los recursos de información como los journals, bases de datos de texto y estadísticas, etc., hace tiempo que son digitales".
Dimuro, en tanto, considera que el juego entre e-book y libro tiene una retroalimentación positiva. "Como se trata de una variable cultural", dice, "las solicitudes de libros en papel siguen siendo muy altas, inclusive más que antes, y posiblemente motorizadas porque el usuario, al acceder al material electrónico, se encuentra con más elementos de juicio para analizar sus necesidades y viene a la biblioteca a buscar el impreso que necesita". Para él, la implementación de la BiDi ha sido altamente satisfactoria: "En el tiempo que la colección digital está disponible, el crecimiento ha sido sostenido, lo que nos permite decir que la colección digital potenció los hábitos de lectura de nuestros usuarios y los incrementó en cantidad".
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