Cómo narrar a Rusia

Liliana Villanueva cuenta cómo escribió “Sombras Rusas” (Blatt & Ríos), un libro que reúne las crónicas de su experiencia de 4 años en aquel país, bajo la trama secreta de una novela.

Liliana Villanueva (a la derecha) junto a Valentina Nikolaievna en Siberia

Por Liliana Villanueva.

"La forma vendrá por sí sola / Rusia estaba en mí / El personaje principal es Rusia / 30 crónicas con una trama secreta de novela", El oficio de escribir

En uno de mis cuadernos de Moscú anoté la frase de Marina Tsvietáieva: "La forma vendrá por sí sola". Yo tenía montones de libretas con anotaciones que hacía por las calles de Moscú, en el tranvía o en la clase de ruso, en los viajes al Cáucaso, a Armenia, a Uzbekistán y a Siberia; escribía cartas larguísimas con detalles de la vida cotidiana en Rusia, con frases que escuchaba o me decían, con citas de libros. Tomaba notas sin darme cuenta de que estaba observando a ese nuevo e inabarcable mundo con la mirada de una cronista.

Cuando llegué a Buenos Aires después de vivir cuatro años en Rusia no imaginaba que iba a escribir un libro sobre esa experiencia. Creía que todo lo que tenía que decir ya estaba escrito en mis notas periodísticas o en mis corresponsalías de radio. Era una lectora ávida de literatura y temas rusos y pensaba que los libros los escribían otros. Los ingredientes y condimentos estaban ahí, pero la forma no venía, no había una receta para lo que más tarde se convirtió en Sombras Rusas, un libro de treinta crónicas que, en su posterior armado, adoptaría una trama secreta de novela.

Yo desdeñaba los lugares comunes y hablaba con cierto escepticismo de eso que llaman "el alma rusa". Recién fui consciente de que Rusia seguía en mí cuando conocí a un emigrado ruso que andaba bastante perdido en Buenos Aires. Al conocerlo me di cuenta de que yo también estaba –como él– medio perdida en mi propia ciudad, en mi propio país, que ya no entendía.

“Sombras rusas”, de Liliana Villanueva (Blatt & Ríos)

El ruso me contaba historias fantásticas de una Rusia que yo no había conocido, me hablaba de su vida de adolescente en un pueblo de montaña, de su padre veterano de la guerra de Afganistán y camionero en las rutas del Asia Central, de sus años de colimba en los Urales, de su primera novia, una prostituta de pueblo. Me contó alucinado de su profesora de Marxismo-Leninismo que le daba clases privadas, de su tía loca de Moscú que era amante de un policía. Hablaba con un lenguaje disparatado, una mezcla de soldado del Ejército Rojo con chabón de Avellaneda; intercalaba frases rusas llenas de sabiduría a sus desmesurados monólogos propios de un cuento de Gógol o de Chéjov, según su estado de ánimo. A veces se volvía "muy Dostoievski". Yo escribía secretamente en papelitos lo que él decía y no sabía para qué ni por qué lo hacía. Paradójicamente, el ruso no aparece en este libro, pero sus historias movieron mis propias historias.

Desde un principio entendí que debía narrar mi experiencia en un lenguaje que se apartara del no-yo periodístico al que estaba acostumbrada, en un tiempo que no podía ser el "aquí y ahora" de la agencia de noticias ni el "allá lejos y hace tiempo" de las memorias. Tenía que narrarme a mí misma sin perder de vista al personaje principal que era Rusia, los rusos, el idioma ruso. La tarea era reconstruir en palabras y traducir mi propias vivencias para que llegaran a otros, armar un texto que se entrelazara con mis lecturas actuales, buscando la distancia necesaria y cierto grado de desapasionamiento, indispensable a la hora de escribir.

El que escribe está inmerso en una actualidad y sus procesos mentales no son los mismos de los que tenía cuando vivió esas experiencias. La distancia con lo vivido le da profundidad al relato porque le agrega reflexión. Esto hace la diferencia entre un libro de crónicas o una novela y un diario de viajes, que reflejaría otra realidad, otros suspensos, otras conexiones personales con la realidad vivida. También creo que todo texto honesto que busca acercarse a esa idea tan difusa que llamamos "verdad" no necesita de géneros o etiquetas para convertirse en una cosa viva.

El resto es escritura, que significa mucho esfuerzo, interminables correcciones, lecturas y reescrituras, largas caminatas para armar mentalmente una primera frase, kilómetros de playa para una última oración que cierre una crónica. Y vuelta a corregir. El resto es el oficio de escribir.

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