"Quise ver cómo eran los mecanismos de la dictadura en la intimidad de una familia"

El autor de “Oscura monótona sangre” y “La fragilidad de los cuerpos” habla sobre su nueva novela, “1982”, y cuenta que ya está trabajando sobre la próxima ficción de la saga de Verónica Rosenthal, el más exitoso de sus personajes

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Hay giros que hacen algunos escritores que sorprenden a sus lectores para llevarlos por un camino que no esperaban. Salen de la comodidad de lo previsible para abrir una puerta hacia otro rumbo. Es el caso de Sergio Olguín, el autor de Oscura monótona sangre estaba asentado en las historias de su personaje Verónica Rosenthal, que protagonizó sus últimas tres novelas, La fragilidad de los cuerpos, Las extranjeras y No hay amores felices, cuándo decidió pegar el volantazo y ofrecer una historia diferente. "Casi una novela romántica", dirá Olguín con modestia. Ocurre que 1982, que Alfaguara distribuye este mes, es más que una novela de amor, es una historia que propone diversas líneas de reflexión sobre un año que fue bisagra en la historia contemporánea argentina.

Deudora explícita de Fedra, de Jean Racine, Olguín narra una historia que tiene tres protagonistas centrales: el teniente coronel Augusto Vidal, que viaja a la guerra de Malvinas, su esposa Fátima y el hijo del militar, Pedro, que tiene 19 años y estudia Letras.

En diálogo con Infobae, Sergio Olguín confirmó que sigue en pie su promesa de escribir diez novelas con Verónica Rosenthal como protagonista, reveló como vivió el 2 de abril de 1982 en su colegio secundario de Avellaneda, dijo que siempre fue más hincha de Charly que de Spinetta y explicó por qué los artículos de Jorge Sábato y Juan Sasturain en la revista Humor lo marcaron en su adolescencia. También recordó a la mítica revista V de Vian que fundó y dirigió en los 90.

-Quiero empezar esta entrevista con una provocación: usted dijo que iba a escribir diez novelas con Verónica Rosenthal y cuándo sus lectores leímos tres y esperábamos una cuarta, nos trae algo diferente, 1982.

-Bueno, dije que iba a hacer diez novelas y sigo manteniendo esa promesa; lo que nunca dije era que iba a escribirlas juntas. No son consecutivas, porque sino me vuelvo loco. Después de haber escrito tres novelas seguidas de Verónica, porque además quería que se notara la secuencia, llegó un momento en que me harté un poco de Verónica y sus historias y necesitaba un descanso. A No hay amores felices, que fue la última, terminé de corregirla y de editarla casi insultando a Verónica, pobre. Entonces dije "Necesito un descanso de estas historias y de todos los personajes que hay alrededor de ella".

-¿Y entonces escribió algo muy distinto?

-Muy distinto, más en una línea en la que ya había escrito, que es la de Oscura monótona sangre, que es otro estilo de literatura que a mí me gusta mucho. Ahí fue cuándo empecé el proyecto de 1982, que la escribí el año pasado. Y entonces, una vez que la terminé y la edité y me sentí contento con el resultado, dije "ahora hay que volver a Verónica", así que ya tengo unos tres capítulos cerrados de la nueva novela. Va a volver a molestarnos a todos.

-Eso es todo un adelanto: vuelve Verónica, ese personaje que es muy atractivo y que crece con usted y con los lectores. Usted no lo plantea como alguien estático: ¿es algo así como que todos acompañamos su crecimiento?

-Esa es la intención, que vaya cambiando y que el tiempo que transcurre entre una novela y otra, sea el tiempo de la vida de ella. En la primera novela ella tenía cerca de 30 y ahora tiene cerca de 35,  quiero que vaya modificando su problemática y su forma de entender las cosas, que vaya evolucionando y cambiando como lo hacemos las personas en la vida, que en general cambiamos algunas cosas y mantenemos otras siempre. Hay ciertas actitudes y gestos de Verónica que se mantienen a lo largo de todas las novelas pero hay otras que se van modificando.

-Pero el paréntesis es 1982, que es el año en que transcurre esta nueva novela. ¿Por qué eligió sumergirse en ese año?

-Es todo el 82 casi, en realidad la novela cierra un año después, el último capítulo se llama 1983, ocurre cerca del 2 de abril de 1983. La novela comienza ese 2 de abril con el comienzo de la guerra, pero en realidad se va desarrollando a la largo de todo ese año, que si bien está marcado por la Guerra de Malvinas, también está marcado por un comienzo de una apertura en todos los sentidos. La dictadura en retirada permite cierta apertura política, cierta sensación de que está por empezar algo nuevo que no sabemos bien qué es, que se va definiendo más en el 83, cuándo empiezan las candidaturas políticas, pero ya se empieza a ver la sensación de un país nuevo o, al menos, esa era la sensación que yo tenía a los 15 años, que es la edad que yo tenía cuándo pasó Malvinas. Quería contar esta historia hace muchos años, el primer proyecto es del 89, había quedado muy fascinado con la lectura de Fedra de Racine, en ese año empiezo con un proyecto de adaptar mitos griegos a la actualidad y escribo un libro de cuentos que se llama Las griegas. Quería contar los mitos griegos desde una visión moderna, como había hecho con otros personajes de la cultura griega pero no le encontraba la vuelta, sobre todo al de Teseo, el militar que va a la guerra. Hace muy poco me di cuenta de que ese Teseo que va a la guerra era un militar que va a Malvinas, el marido que se va y deja a su esposa, que se enamora de su hijastro, pero siempre me había parecido muy terrible el rechazo de Hipólito por Fedra y yo quería que acá fuera distinto, que fuera al revés, que hubiera una vuelta de tuerca, que fuera el hijastro el que se enamora de su madrastra. Que fuera un amor mutuo, que no pasara por el lado del rechazo del amor, sino al contrario, que esto fuera casi una novela romántica.

-¿Se trata de un amor imposible que se hace posible?

-Claro, porque a su vez tampoco es tanta la diferencia de edad entre ellos, en otras circunstancias sería un amor común y corriente, simplemente que se conocieron en una situación absolutamente molesta para el desarrollo de ese amor, que es el hecho de que él sea hijo de la persona con la que Fedra….Fedra..Fátima (se ríe) se casó.

-En general se aborda Malvinas con el foco puesto en los colimbas que fueron a la guerra. Usted no eligió esa mirada para 1982, ¿por qué?

-La guerra no me interesaba tanto como la dictadura. Me interesaba más la dictadura coincidiendo con la guerra y a su vez, ¿cómo sería la vida de un oficial del Ejército en la época de la dictadura? ¿Cómo es su familia? ¿Qué pasa en esa familia? El tipo viene de torturar y matar, probablemente porque tampoco sabemos pero suponemos que alguien que llegó a teniente coronel en el año 82 y que además estuvo en Tucumán antes del Operativo Independencia, también torturó y mató y está acá con su esposa, con su hijo que estudia Letras y con su hijita que él adora. ¿Cómo es la vida de esa familia que además es una familia de militares? El padre también fue un teniente coronel del ejército argentino. En general siempre se elige más al chico que peleó en la guerra sin querer ir, el colimba, pero no tanto al personaje que estaba orgulloso de haber estado ahí, el famoso héroe de Malvinas. Quise ver cómo eran los mecanismos de la dictadura en el interior de una familia, en la intimidad, la vida íntima de un oficial importante.

-¿La banalidad del mal de Arendt lo ayudó a pensar?

-Sí, seguro, está ahí presente porque es lo que está funcionando todo el tiempo en una dictadura, no sólo en el nazismo sino en la dictadura argentina y en cualquier situación donde hay una situación de opresión. Todo es más banal, mucho más cotidiano, más sencillo incluso de lo que uno piensa.

El escritor argentino cuenta cómo vivió Malvinas y la cultura que se desprendió de ese evento
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-Usted es apenas unos años menor que la generación que fue a Malvinas. ¿Qué significó ese año para usted?

-Eramos muy chicos en realidad. Para mi significó mucho, tomar más conciencia de lo que ocurría en la Argentina. Era muy lector de la revista Humor en esa época.

-Revista que aparece en la novela junto a otros tantos productos culturales de la época.

-Que aparece porque para mi fueron muy importantes los artículos de Jorge Sábato en Humor. El 2 de abril se suspenden las clases, vuelvo a casa, veo a la gente en la Plaza y estaba ese espíritu optimista y patriótico de creer que estaba buenísimo lo que estaba pasando y sale la revista Humor y hay un artículo de Jorge Sábato que se llamaba "El patrioterismo" o algo así, y eso fue como abrirme los ojos y decir acá está pasando algo que no es exactamente lo que me están vendiendo los medios en este momento. Yo tenía 15 años y para mí fue muy importante entender eso, fue también empezar a entender cómo funcionaban muchas cosas, la política por un lado, los medios de comunicación, por otro, la posibilidad de un pensamiento distinto al pensamiento masivo y todo eso era en gran parte lo que publicaba la revista Humor.

-¿Donde cursaba el secundario?

-Iba al Comercial 1 de Avellaneda, Dalmacio Vélez Sarsfield, ahora ya no es más el 1, creo que le cambiaron el número. Tengo el recuerdo de ese 2 de abril que se suspendieron las clases y nos quedamos dando vueltas, como hacen los adolescentes cuándo se suspenden las clases, y después cada uno se fue para su casa. Yo vivía en Lanús.

-¿Y que pasó al otro día, cuando volvió al colegio con las Malvinas ya invadidas?

-Era muy interesante porque nosotros como división no preguntábamos por el tema de la guerra y eso les molestaba mucho a los profesores. Me acuerdo que nos acusaban de ser una división abúlica porque no nos interesábamos por la guerra. Y hubo un profesor que salió a defendernos, Roberto Domínguez, que era el profesor de geografía y de historia, que venía y nos decía "tengo una colección de escarapelas", porque cuando llegaba a la escuela lo obligaban a ponerse una escarapela. Él entraba, se la sacaba y al día siguiente le ponían una nueva. Tenía una visión muy crítica de la guerra y también de la dictadura. Encontrar a un profesor en el año 82 que te hablara de esas cosas, que tuviera una visión crítica, como fue Roberto Domínguez, sirvió para abrirnos la cabeza en ese año tan especial donde también empezaba a aparecer el tema de la militancia.

-¿En ese momento se imaginaba escribiendo?

-No en ese año, al año siguiente había escrito algunos cuentos, pero una cosa más de irme de la tarea escolar y tratar de extender esos pedidos donde te decían que escribieras veinte líneas sobre algo y yo hacía un cuento más largo. Fue un año especial. En la adolescencia se va armando lo que uno es y en esos momentos la revista Humor marcaba mucho un nivel de pensamientos pero también de lecturas. También está nombrado acá el artículo de Sasturain sobre Respiración artificial, que también fue muy importante, después me encontré con otra gente de mi generación que me decía que había leído Respiración artificial por el artículo de Sasturain, por ejemplo, Claudio Zeiger. Había una cosa de época de leer Respiración artificial, que también servía para empezar a entender otras cosas, de la literatura argentina también.

-Usted abre la novela con un capítulo que se llama Respiración artificial ¿Cuánto lo marcó la lectura de Piglia?

Respiración artificial fue mi libro básico de literatura argentina durante muchísimos años. De hecho, yo repetía las cosas que decía el libro en las clases de literatura y la profesora me miraba con cara rara, no había leído Respiración artificial. Piglia fue muy importante para mí y para toda mi generación de lectores y escritores.

1982 además entrega una catálogo de lecturas y de música de la época ¿Además de Respiración artificial y de Humor, ahí están sus lecturas y su música, por ejemplo su ingreso al mundo adulto de la mano de Spinetta?

-No, quise construir un personaje que fuera así. Pedro es un personaje muy distinto, en algunas cosas tiene que ver conmigo pero en otras no, yo siempre fui de Charly pero me pareció que el personaje tenía que ser de Spinetta y como no me soporté una novela tan spinettiana, aparecen los personajes de Julia y de Luna que son de Charly García; de hecho hay una especie de disputa entre Luna y él respecto a la música. Siempre fui de Charly, sobre todo en la adolescencia, hasta que aparecieron Los Redondos. En ese momento escuchaba todo el tiempo Serú Girán, La máquina de hacer pájaros…

-¿Es posible que esto tenga relación con que el protagonista es unos años mayor a usted?

-Claro, además es eso. Tengo algunos amigos mayores que yo que, por ejemplo, estaban muy marcados por el Artaud de Spinetta, que los llevó también al Artaud literario y a cierto interés por el surrealismo. Las revistas subte de esa época, que son anteriores a mí, revistas alternativas que se vendían en Corrientes, estaban muy marcadas por el surrealismo y por ese tipo de lecturas.

-Cuándo leí en su novela "revista subte", dije cuántos años hace que no leo o escucho esa palabra…

-Me pasó que mi editora Gabriela Franco, que es más joven, me dijo: "¿qué es una revista subte?", cómo que no sabés qué es.. ¡Las revistas subte marcaron nuestra vida! En la novela puse el nombre verdadero del kiosquero de Corrientes y Callao, José se llamaba. Entro en ese circuito en los 90, V de Vian es una revista que edito en los 90, que no era una revista subte porque estaba hecha con más profesionalismo.

-Está bien, pero V de Vian recuperaba la esencia de las revistas subte…

-Sí, claro y tenía una distribución base en lo que eran las revistas subte, de hecho se vendían en los kioscos de los subtes. Las revistas subte armaron un circuito paralelo, es muy difícil distribuir en la Argentina saliendo de los circuitos oficiales de distribución porque las distribuidoras actúan como un oligopolio y las subte fueron armando un circuito paralelo del que se aprovechó V de Vian. Era un circuito que no se llevaba nada bien con las distribuidoras grandes pero que a la vez era soportado y eso a nosotros nos permitía tener una distribución de varios miles de ejemplares, de tres mil y hasta cuatro mil ejemplares soportaba ese sistema.

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