Cuando uno piensa en Fogwill, no se imagina una cubierta suave y tan agradable de acariciar como la de esta edición que reúne su obra poética. Pero sí piensa en su irreverencia, representada en la multiplicidad de caras del autor en la tapa. Fogwill fue eso, una figura que se desdoblaba en tantos roles, tantas actitudes y, sobre todo, personajes, que era difícil llegar a la parte tierna y paternal que se ocupaba por esconder.
De suprema importancia para la literatura argentina, Rodolfo Fogwill atravesó tangencialmente a su presente y a lo que vino después de él. Fue sociólogo recibido en la Universidad de Buenos Aires donde después dio clases. Fue publicista en una agencia con grandes cuentas. Fue militante trotskista reaccionario… Sin embargo, su mayor rol fue ser maestro, lector y cazador de escritores en potencia. Fogwill estaba siempre detrás de lo nuevo, de la vanguardia. Se metía en la escritura y en la vida de desconocidos en los cuales veía magia a punto de explotar. Se le pueden atribuir los surgimientos en la escena literaria de Fabián Casas, Martín Gambarotta, Sergio Raimondi, Hebe Uhart, Diego Meret, María Medrano, entre otros. Admitía que "una de las claves para escribir bien es poder mentirse y mentir a los otros". Esa manipulación, ese juego de punto y contrapunto fue una de sus estrategias más utilizadas para generar debate, pelea, exhibición.
Su primer poema lo escribió a los ocho años y jamás dejó de ser poeta. Aún habiendo publicado narrativa de la mejor como Mis muertos punk, que generó un vuelco ineludible en la literatura argentina, aún siendo autor de Los Pichiciegos, obra de culto sobre la guerra de Malvinas —escrita durante la guerra, aún habiendo escrito tantos otros como Música japonesa, Ejércitos imaginarios, Pájaros de la cabeza, Restos diurnos, Vivir afuera.
Él mismo fundó la editorial Tierra Baldía, en la que se dio el gusto de editar a poetas que admiraba como Osvaldo Lamborghini y Néstor Perlongher. Amaba la poesía a un nivel que no le importó publicar a superiores en escritura que él. "Tierra Baldía fue un proyecto increíble. Fogwill trataba de poner en práctica técnicas de publicidad y marketing para vender poesía argentina contemporánea. Se le había ocurrido vender los libros en sachets, los colgaba en los kioscos", cuenta Alan Pauls, con quien Fogwill tuvo un largo enfrentamiento, como con tantos otros. Le gustaba generar polémica.
El efecto de realidad fue su primer libro de poemas. En el volumen de Poesía completa hay una curada selección en la que se puede apreciar una visión crítica e irónica sobre la tradición, escrita de manera sentida y consciente. En el prólogo, Arturo Carrera lo define como un "propagador poético" porque "es necesario entrever, en ese arte de la lectura de la poesía, el sentido de la vida en su colmo, en su expresión más alta, por estallar como el splendor de los pintores antiguos."
De toda su obra poética, Fogwill rescataba solo tres poemas: Versiones sobre el mar, El antes de los monstruito —así, sin la ese—y Contra el cristal de la pecera de acuario. Probablemente no imaginó que los superaría, pero lo logró con el inédito incluido en este volumen: Gente muy fea. Es uno de los libros que no llegaron a publicarse antes de su muerte, en 2010, y su hermosura reside en cómo habla del mundo urbano de la ciudad de Buenos Aires. Él sabía leer este país como nadie. Leerlo en voz alta es como si te susurrara en el oído cada cacofonía, aliteración y elipsis, sin pausa, conteniendo el aire hasta el final.
"Cada (poema) incluye una manera de plantarse frente al hecho poético que Fogwill penetró" advierte Carrera, que recomienda leer todos los poemas incluso los primeros. Dice: "Su poética expresa una lengua vulgar, entendida por todos; es lírica y es incluso una actividad, para él, extraordinariamente digna y seria. Hacer un poema era como fabricar un lujoso mueble, una marquetería."
La máxima aspiración de Fogwill era ser poeta. Este libro nos sumerge en el lado más introspectivo e íntimo de un autor que dedicó su vida a extraer la belleza más pura de las palabras sin tener que rendirle cuentas a nadie.
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