(Especial desde Guadalajara)
Unos días atrás, varios medios internacionales publicaron un artículo de John Irving a propósito de la victoria de Donald Trump. Con el título "La gran bestia ha hablado"—en alusión a la manera en que el político estadounidense Alexander Hamilton se refería al electorado— un Irving visceral, por no decir furioso, caía sobre los demócratas: "Resulta demasiado fácil señalar a los votantes de Trump", decía. "De acuerdo, son egoístas, intolerantes y odiosos; muchos son incultos y han sido engañados". Pero entonces recordaba que Barack Obama había obtenido 6,5 millones más de votos que Hillary Clinton, y, lo que es peor, que Trump había sacado menos votos que los dos candidatos republicanos anteriores. ¿Por qué todos aquellos votantes de Obama no habían ido a apoyar a Hillary? Para Irving estaba claro que no fueron los seguidores de Trump los que ganaron la elección, sino que fueron los demócratas quienes la perdieron.
"¿Leíste mi artículo?" Son las diez de la mañana del sábado y John Irving llega puntual al stand de Tusquets en la Feria del Libro de Guadalajara para iniciar la rueda de prensa sobre Avenida de los misterios, su novela más reciente. Está ansioso por hablar del libro, pero la política se entromete. "¿Leíste mi artículo?", dice. "No tengo nada más que agregar. La culpa está de nuestro lado, del lado de los arrogantes que pensaron que Hillary no era lo suficientemente buena. Los 'Estados Unidos' nunca estuvieron unidos; somos un país enorme que siempre ha estado dividido. Y los demócratas ya hemos hecho lo mismo durante la guerra de Vietnam. Como a mis compañeros no les gustaba demasiado Humphrey, se quedaron en casa y Nixon ganó las elecciones. Qué nos dio eso: siete años más de guerra. Nos gusta pensar que somos el partido de los educados, de los intelectuales, de los liberales, pero somos tan estúpidos que no vamos a votar. Si eres parte de una democracia tienes una tarea: debes ir a votar."
Los ‘Estados Unidos’ nunca estuvieron unidos; somos un país enorme que siempre ha estado dividido.
La Feria está a punto de inaugurarse. En un par de horas, Mario Vargas Llosa dará el discurso de apertura. Pero de momento, todos hablan de la muerte de Fidel Castro. Irving, en cambio, es esquivo. "No tiene nada que ver conmigo. Desde el principio me opuse a la política contra Cuba; he escrito sobre ello. La política contra Cuba ha sido impulsada por un pequeño grupo de cubanos pro Batista. Está mal. Siempre debimos haber tratado de llevarnos bien." Entonces se ríe y dice "OK. Basta". En español dice "Basta". Y sigue "¡Soy escritor! Hablemos del libro".
Un caos bien planificado
Las novelas de John Irving son universos en construcción. Pasan tantas cosas en ellas, que ensayar un resumen debería ser considerado como una actividad de riesgo. Las historias se ramifican, los personajes se entrecruzan, cada hecho se cubre de una pátina de ambigüedad que no hace más que aumentar la incertidumbre. "Es cierto que en mis novelas el mundo es caótico y peligroso", dice, "pero siguen un plan que yo diseñé, la construcción de ese caos es intencional. Sí, como escritor me gusta el caos."
El protagonista de Avenida de los misterios se llama Juan Diego. Nació en México y creció en un basural, pero desde hace cuarenta años vive en Iowa, donde se ha convertido en escritor. De hecho, es uno muy famoso. Hay una suerte de declaración de fe en el american dream, que bien implementado no excluye a un mexicano de origen humilde. Juan Diego vuela a Filipinas para cumplir una promesa que le hizo a un hippie desertor del ejército norteamericano, un "gringo bueno" que conoció en su Oaxaca natal cuando tenía 14 años. En el viaje ha dejado de tomar unas pastillas que le habían prescrito por su condición cardíaca, que, como efecto colateral, no le permitían recordar su infancia. Pero sin ellas, el pasado irrumpe con una potencia inaudita a través de los sueños.
Es muy fácil escribir sobre tu propia experiencia: “Escribe sobre lo que sabes”. ¡No, gracias!
La novela, entonces, se puebla de personajes peculiares. Primero están Juan Diego y su hermana Lupe —nombres con clara referencia a la Virgen de Guadalupe y al indio al que se le apareció—, que son dos niños lectores muy especiales: él aprendió a leer sin ayuda en español e inglés; ella tiene la capacidad de leer la mente. Luego están Rivera, el jefe del basural, que los crió como sus hijos aunque casi seguro no lo fueran, y Esperanza, la madre de ambos, que es a la vez prostituta y empleada doméstica de los jesuitas. Están los curas y las monjas. Y están los médicos. Hay un circo y cientos de perros. Hay una travesti que se enamora de un sacerdote, hay una Virgen María monstruosa sin nariz y también una madre y una hija diabólicamente hermosas que compiten por acostarse con el escritor. La trama corcovea, avanza, retrocede, por momentos se tiñe de un ambiente que algunos críticos podrían asociar al realismo mágico.
—¿Hay algo que no pueda pensar con la ficción? ¿Cuál es su límite?
—No hay límites para lo que puedas imaginar, pero tienes que hacer la tarea. En otras palabras: si imaginas algo por fuera de tu experiencia, debes hacer el trabajo de ponerte en los zapatos de otra persona, en la cultura de otra persona, en la situación de otra persona. Es muy fácil —yo diría perezoso, pero para ser amable diré fácil— escribir sobre tu propia experiencia: "Escribe sobre lo que sabes". ¡No, gracias! No creo que mi experiencia sea importante. Todos los grandes escritores del mundo tienen siempre imágenes más allá de sí mismos. Pero hacer eso requiere de mucho tiempo.
—Sin embargo, Juan Diego comparte con usted varios elementos autobiográficos. Para empezar, es un escritor que estuvo en Iowa.
—¡Tiene muy pocos elementos! He escrito otras seis veces sobre escritores. Nunca lo hice porque me gustaran, sino porque el escritor es un personaje que vive su imaginación de una manera muy diferente a las personas que sólo viven en el mundo real. Al hacer escritor a Juan Diego, también lo hago soñador. No tiene mujer ni hijos, todo lo importante le sucedió a los 14 años y, al igual que mucha gente, vive más nítidamente en el pasado que en la vida adulta. Que sea escritor se lo profundiza. Que tenga una afección cardíaca por lo que debe tomar un beta bloqueador también se lo profundiza, porque siempre está quedándose dormido y con sus sueños vuelve a donde estaba más vivo. Lo envié a Iowa porque muchos de los escritores de Estados Unidos van allá. Son pequeñas coincidencias. Yo no crecí en un basural, no soy un "niño de la basura" —lo dice en español, como está escritor en la novela—. Tampoco soy rengo.
¡Cómo extraño a Cheever!
—¿Ese cualidad onírica de Juan Diego es un homenaje a Kurt Vonnegut? Pienso en la novela Matadero 5.
—No… Él fue muy importante para mí, fue una figura paterna. Fue el primer lector de mi primera novela. Fuimos maestro y alumno, y más tarde fuimos vecinos en Nueva York y se convirtió en un viejo amigo. Pero su escritura y mi escritura nunca fueron "simpáticas" —otra vez cuela una palabra en español, esta vez un poco imprecisa; se nota el placer que siente al hablar en castellano—. Cuando conocí a Vonnegut yo ya había elegido como modelo a los novelistas del siglo XIX. Mis héroes, aquellos a los que imitaba siendo muy joven todavía en la escuela secundaria, eran personas que habían muerto hacía más de 100 años. Sólo encontré en la literatura moderna dos narradores a los que admiré de la misma manera que a Melville, a Dickens, a Hardy: Günther Grass y Gabriel García Márquez.
—Lo fascinante de la literatura es que uno puede tener un padre que murió hace 100 años.
—Solía sentir pena de mí mismo, porque mis héroes eran todos esos tipos a los que mis amigos consideraban aburridos. "Esos son los libros que te hacen leer en la escuela", me decían. "Sí", contestaba yo, "pero fueron los mejores. Todas las cosas modernas son una basura". En ese entonces pensaba que me había condenado a ser muy impopular por elegir a estos ídolos viejos, pero para cuando estaba escribiendo mi segunda o tercera novela, me di cuenta de la suerte que tuve. Si imitas a un escritor vivo, todos reconocen a quién estás copiando. Simplemente eres otro imitador. Pero si tratas de imitar a un escritor que ha estado muerto por más de 100 años ya es imposible: no puedes sonar igual porque el idioma cambió. Por lo tanto, incluso siendo consciente de que estás imitando a alguien, ¡nadie más lo sabe!
"Y también odio a Hemingway"
La primera parte de Avenida de los misterios transcurre en Oaxaca, una ciudad al sur de México, cuna de la cultura zapoteca. Y si bien en esta novela, Oaxaca pertenece al terreno de los sueños, antes —mucho antes, en 1947— fue escenario de pesadillas: allí fue donde Malcolm Lowry escribió Bajo el volcán. Irving, sin embargo, evita toda referencia: "Nunca me gustó", dice. "Es una novela aburrida de un borracho que se mira a sí mismo. No me interesa. Y también odio a Hemingway". Tal vez sorprendido por lo que acaba de decir, lanza una carcajada ruidosa que sobresalta a las personas que pasean por el stand.
"Cheever era bueno", sigue, "Hemingway no. A Cheever le encantaba Hemingway, solíamos pelear por él todo el tiempo. ¡Cómo extraño a Cheever! Pero no veo cómo podría gustarme Hemingway. Mis oraciones son muy largas, Hemingway escribía frases como anuncios de revistas: 'El hombre era viejo', 'El pez estaba muerto'." Deja caer la cabeza, simula quedarse dormido, ronca. "Está bien que no te guste Hemingway, no hay que poner a la literatura en un pedestal".
—En 1986, la revista Paris Review le hizo una larga entrevista. Una de las preguntas fue "¿Qué tan grande es su ego?" Por entonces, usted tenía seis novelas y algunos cuentos. Treinta años después, lleva catorce novelas y hasta ganó un Oscar por el guion adaptado de "Las reglas de la vida": ¿qué tan grande es su ego?
—Te voy a decir un secreto. Cuanto más tiempo vives, más pequeño es tu ego. Cuando escribes muy lentamente y reescribes y vuelves a escribir otra vez, ves cuántos errores hiciste la primera vez. Y después de catorce novelas tu ego queda así de chiquito. Acabo de pasar dos años escribiendo el guion para una miniserie de HBO sobre El mundo según Garp. Leer algo que escribiste hace 40 años es… vergonzoso. Ves todos los enredos, todos los errores. Creo que, al igual que los deportes aeróbicos, el ego le pertenece a los jóvenes que no han vivido el tiempo suficiente para reconocer que las malas ideas.
Cuando le ofrecieron escribir la miniserie de El mundo según Garp, Irving lo rechazó. "Esa novela fue escrita por un hombre joven y enojado", les dijo. "Yo ya no soy joven y sólo estoy medio enojado". Entonces les recomendó a la persona que creía más indicada: Damián Szifron. Dice que se volvió fan de Szifron con "Relatos salvajes". La película simplemente le encantó. Pero como Szifron tenía problemas de agenda y no pudo tomar el trabajo, Irving ya no se lo quiso dar a nadie más.
—¿Tiene planes de visitar Buenos Aires?
—Desearía haberlo hecho ya, pero todas las invitaciones para viajar a Buenos Aires llegaron en el momento equivocado. Este año, por ejemplo, me invitaron para ir en abril, pero tenía la gira de presentación de Avenida en España, Alemania y Francia. No podía cambiar una gira de tres países por un viaje a la Argentina. Mi hijo menor tiene un amigo argentino y han estado varias veces en Buenos Aires. El amigo de mi hijo siempre intenta conseguirme cervezas argentinas en Toronto. Una vez encontró una y me la llevó. "Tienes que tomarla ahora", me dijo. Pero estaba caliente. Tuve que dejarla un rato en la heladera para que se enfriara.
* Agradecemos muy especialmente la colaboración de Eugenia Bascarán.
>> Registrate en Grandes Libros y dejá tu opinión sobre los libros de John Irving.