"No hay nada más sexy, feroz, desopilante, ambiguo, tétrico o hermoso que la realidad", dice Leila Guerriero, una de las máximas referentes del periodismo narrativo en el prólogo de su libro Frutos extraños. "La crónica es un cuento que es verdad", lanzaba Gabriel García Márquez, mientras iba y venía en su literatura entre la realidad y la ficción. Con la tensión entre esos dos mundos, el del periodismo y la literatura, y la idea de que los relatos más honestos —los que abren los poros sin rifar la dignidad de quien escribe— son los más efectivos, hilvané durante casi dos años El deseo más grande del mundo: Testimonios de mujeres que quieren ser madres (Paidós).
Pensarme como el personaje principal de un libro, poner mi historia al servicio del relato, como si fuera una gran máscara, ayudó a disolver de cierta manera el pudor de mostrar mi vida. No había otra forma de contar esta historia que poniendo el cuerpo.
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Lo primero fue sumergirme en la cadencia de mi propio cuento. Entrar como en un trance rememorando lo que pensaba, lo que sentía, los olores del centro de fertilidad, la cabeza pelada de ese médico que me remitía a la de un espermatozoide, los ojos azules llenos de culpa de ese otro, mientras intentaba asir alguna explicación lógica a mi menopausia precoz. Hay algo que escribe que no es sólo la razón. En un libro sobre sentimientos ese instinto, esa conexión más profunda vaya saber con qué, le dicta al oído al teclado.
Lo recuerdo como una rutina mágica y feliz, entrar a diario en algún bar —según mi humor— a escribir, aunque fuera para rememorar esa angustia.
Por esos días leí mucho sobre el tema de la maternidad y como me había pasado con Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, de Cristian Alarcón, para escribir mi primer libro, sobre Margarita Barrientos (Capital Intelectual), busqué referentes. Me topé con varios que me ayudaron a encontrar la estructura, el tono, a sentirme más segura. Di con Noches azules, de Joan Didion, y con Mi libro enterrado, de Mauro Libertella, como modelos de relatos de duelo; con Nueve lunas, de Gabriela Wiener, que me animó a reírme de mí misma, a la ironía, al humor; con Sangre joven, de Javier Sinay, pensando en relatos independientes, cortos y bien narrados; con Si un viajero una noche de invierno, de Italo Calvino, para resolver con la segunda persona una de las historias que me interpelaría especialmente, entre muchos otros.
Luego vino la cuestión de que las cifras, incluso la explicación de las técnicas de reproducción, no arruinaran el tono del relato. Cuando forma parte de la historia y de la investigación del cronista, que es también un personaje, el dato duro entra sin fórceps.
Ayer nos emocionamos c #EldeseoenCba a sala llena.Lloramos, nos reímos compartimos historias.Nos ayudamos. Increíble pic.twitter.com/YZdBXWLoCz
— Luciana Mantero (@lumantero) September 18, 2016
Al fin, otra vez con el criterio periodístico en la cabeza, llegó la hora de buscar a las otras protagonistas: no hay una sola forma de vivir la infertilidad, sino tantas como personas. Entonces busqué, de boca en boca, a mujeres con miradas y experiencias distintas a la mía, para que cada lectora pudiera identificarse con alguna de las historias o con un pedacito de cada una. Mi mantra fue escaparle al mensaje fácil del "Tú puedes", mostrar mujeres imperfectas, dubitativas, buenas y malas, luchadoras valientes e inclementes obsesas; finales felices y otros abiertos.
Di con muchas y elegí nueve. Las fui entrevistando en lugares donde se sintieran cómodas, desgrabé las entrevistas y armé los relatos con la idea de usar un abanico de recursos estilísticos y narrativos, de acuerdo con lo que pedía cada historia. Algunas están escritas en primera persona, otras en segunda o en tercera; por escenas, de adelante para atrás o de atrás para adelante.
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"¿Es válido ficcionalizar la cronología en un relato de no ficción?", me pregunté. En el libro, a medida que va transitando su historia, la protagonista (o sea, yo) se va encontrando con otras mujeres que le cuentan las suyas. Esto le aportó la unidad y el suspenso que implica conocer el desenlace en la última página.
El libro se publicó en octubre de 2015 y ahí vino la sorpresa. Me empezaron a llegar a través de las redes sociales cientos de mensajes de mujeres agradeciéndome, porque El deseo más grande del mundo las ayuda a sentir que no son las únicas, que no están solas (es un tema algo vergonzante, difícil de hablar), que no está locas; me cuentan sus historias, me piden algún consejo o quieren saber quién es tal o cual médico.
Diez meses después, el libro agotó su primera edición de 3.500 ejemplares, se reimprimieron 1.500 más y los mensajes siguen llegando. Viajé invitada a nueve ciudades del país a presentarlo. Hace una hora, al terminar una entrevista con una radio de Rosario, el conductor del programa me escribió vía Twitter: "Recibimos 300 mensajes en 10 minutos. Increíble".
Uno no sabe qué va a pasar con un libro, ni hasta dónde acompañarlo. Por otro lado escribirlo es una gran empresa incierta, a pérdida y en solitario. En todo caso, las únicas certezas son la felicidad del proceso de escritura, las intenciones y la rigurosidad con las que uno trabaja. Como dice el gran Martín Caparrós: "Es mucho más importante tener ganas que tener talento. El único mérito real es creerse que uno puede hacer cosas".