En 1960, en un hecho que conmovió al mundo, un grupo de agentes israelíes capturó a Adolf Eichmann en la Argentina y lo llevó a Israel, donde fue sometido a juicio por sus actos durante el nazismo: Eichmann había sido el responsable de la "solución final" y del transporte de los deportados a los campos de concentración. Un año después, lo condenaron a morir en la horca. Kurt Vonnegut, que fue soldado del ejército aliado en la Segunda Guerra, escribió en ese tiempo su tercera novela, Madre noche. El título viene de una cita del Fausto de Goethe: "Soy una parte de la parte que al principio era todo, parte de la oscuridad que dio nacimiento a la luz, esa luz arrogante que ahora disputa el antiguo rango y espacio de Madre Noche pero no logra triunfar; a pesar de sus esfuerzos, está adherida a la materia y no puede librarse."
El bien y el mal adheridos
El protagonista de Madre Noche se llama Howard Campbell, es escritor y, como Eichmann, está en una cárcel israelí esperando el juicio que lo condenará a muerte. Campbell había sido el responsable de transmitir la propaganda nazi durante la guerra, instando al pueblo alemán a unirse a la lucha y denunciar a los judíos. Campbell vivía en Alemania, escribía en alemán y estaba casado con la hija del jefe de policía de Berlín, pero era estadounidense: Campbell era un espía. A través de aquellas transmisiones enviaba valiosísimas informaciones cifradas a los aliados. Sin embargo, cuanto mejor hacía su trabajo, cuanta más mensajes ocultos pasaba, más profundo llegaba al corazón y la mente de los nazis.
"Nunca pudiste haber prestado al enemigo tantos servicios como nos prestaste a nosotros", le dice el suegro cuando el fin de la guerra es inexorable, "casi todas las ideas que sostengo ahora, que me impiden sentir vergüenza de todo lo que haya hecho o sentido como nazi, no venían de Hitler, de Goebbels ni de Himmler, sino de ti".
Una partida de ajedrez
Los personajes de Madre Noche son peones. No es casual que Campbell termine jugando al ajedrez con un espía ruso, usando las piezas que él mismo talló con el material de ebanistería excedente de la guerra de Corea. Otra guerra. Sin embargo, Campbell no se considera una víctima.
"Aunque sobreviva a la guerra sin ser capturado», le dice a Campbell el oficial que lo recluta, él único que conoce su secreto, "perderá su reputación, y quizá le queden muy pocas cosas por vivir". ¿Por qué acepta su destino? Tal vez porque era la manera que encontró para justificar su arte, su escritura. Tal vez porque cree entender que no hay forma de hacer el bien sin hacer el mal. Por eso se sorprende cuando habla con Eichmann en la cárcel y "el arquitecto de Auschwitz" dice que era apenas un soldado raso que acataba órdenes: "Cuanto más pienso en Eichmann y yo, más pienso que habría que mandarlo a una clínica, y que yo soy la clase de persona que merece ser castigada por hombres justos e imparciales. (…) Ese hombre no solo no sabe distinguir entre el bien y el mal, sino que su mente procesa por igual la verdad y la fealdad, la amabilidad y la crueldad, la comedia y la tragedia, sin la menor discriminación."
En 1944, Vonnegut fue capturado por el ejército alemán. Lo llevaron a Dresde, donde debía hacer trabajos forzados. Allí estaba cuando el ejército aliado descargó un bombardeo que barrió la ciudad con una fuerza comparable con Hiroshima. "Si hubiera nacido en Alemania", dice Vonnegut en la introducción, "supongo que habría sido nazi, y habría roto la crisma de judíos, gitanos y polacos, dejando botas sobresaliendo de la nieve, orgulloso de mi virtuoso yo interior. Suele suceder."
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