"A veces la vida te golpea muy duro a una edad en la que sos un pibe, un inocente, y no tenés defensa. Vas acumulando dolor y bronca. Pasa el tiempo y después el que pega sos vos, y seguro más fuerte de lo que recibiste. A mí me pasó y por eso estuve preso casi la mitad de mi vida. Estoy arrepentido. Me pesan y me duelen muchas cosas que hice", dice Ariel "El Gitano" Acuña Mansilla (46), hoy trapito o franelita en la distinguida zona de la calle Güemes, según él "la más cheta de Mar del Plata".
Vive en la ciudad balnearia desde octubre del año pasado junto a su hermano, sostenido por las propinas que le dejan los dueños de los autos que ayuda a estacionar.
Entre "las muchas cosas que hice", como define él su pasado delictivo, está haber cocinado empanadas de carne humana –que luego comieron guardiacárceles y rehenes– durante el tristemente célebre motín de la cárcel de Sierra Chica –ubicada a doce kilómetros de la ciudad de Olavarría y a 350 kilómetros al sudoeste de Buenos Aires–. que dejó un saldo de ocho muertos en aquella trágica Semana Santa de 1996.
En esa historia escrita con sangre, El Gitano fue nada menos que uno de los que conformaron la banda de los 12 Apóstoles, así denominados por el número de sus integrantes y por la fecha religiosa.
Cuenta Acuña: "Yo sabía que habían matado a Agapito Lencina (líder de la gavilla con la que se enfrentaron). También estaban con él el Gordo Gaitán, Nipur y el Indio Niz. Vi que cortaban los cuerpos en trozos. Yo y un par de compañeros preparamos las empanadas con eso. Fue una locura. Me dio mucha impresión, hasta que no aguanté más y no paré de vomitar. Era un momento de ira imposible de definir. Hay que vivirlo. Pero no podía dar marcha atrás…"
"Eso sí, yo no maté. La cárcel es una selva. A mí me faltaban cinco meses para salir en libertad. Pero igual me sumé a la fuga. No se logró el objetivo y terminó todo en un ajuste de cuentas, porque había rabia contra una runfla de presos que abusaban de las novias de los detenidos y hasta de las madres cuando venían a visitarlos. Te dije que me arrepiento, que me pesa, pero tengo que seguir luchándola, con mi pierna rota, con las muletas, porque tengo un hijo (Isaías Ezequiel, de 12 años) que vive con la madre y yo le mando plata. Quiero que tenga una buena infancia".
A GOLPES Y TIROS. Infancia que Ariel padeció. Aunque pide no hablar de ella y lo respetamos, citamos un pasaje del libro Los 12 Apóstoles, del destacado periodista Luis Beldi, respecto al trato que le dieron sus padres adoptivos años después de rescatarlo de un Patronato de Bahía Blanca (él nació en Punta Alta, a unos treinta kilómetros de allí). "Llegaron a azotarlo con la manguera del lavarropas y una noche de invierno lo hicieron dormir en el lavadero en paños menores. Nunca olvidó el frío que le atravesó el cuerpo y lo dejó cargado de odio hacia el mundo… Cuando Ariel terminó la primaria, donde fue buen alumno, comenzó su vida de delincuente. Se fue de su casa a los 13 años, no sin antes dispararle un tiro entre los pies a su padre adoptivo cuando lo iba a golpear", relata Beldi.
En su mano rocosa El Gitano tiene tatuados cuatro puntos alrededor de otro, como el número cinco de un dado. En la jerga tumbera eso representa a cuatro ladrones rodeando a un policía. También lleva grabada la palabra "Paz", y a eso se refiere hoy: "Quiero vivir así, tranquilo, laburando. Dejé el delito definitivamente, igual que las drogas. Algunos creen que me sigo 'papeando', porque tengo esos tics de mover la cabeza que te quedan por consumir cocaína. Yo les explico que eso es pasado, que no quiero saber más nada con lo marginal. La pasé muy mal, como veinte años en cana. Me conozco todas las cárceles de la provincia de Buenos Aires –creo que hay como 54–… Pasé por todas. Nunca me pudieron condenar por homicidio".
"Fui ladrón de bancos y camiones blindados, estuve en la Superbanda del Gordo Valor y La Garza Sosa. Por el motín de Sierra Chica me dieron quince años de condena por 'Privación ilegítima de la libertad, resistencia a la autoridad y tenencia de armas de guerra'. Ya me estaba por ir de ahí, pero un preso siempre quiere fugarse y arriesgué. Tres veces me había podido escapar de las cárceles de Batán, Dolores y San Nicolás… La cuarta fallé".
UN POCO DE PAZ. En prisión fue "cachivache" –como llaman los guardias penitenciarios a los que generan peleas continuamente– y "cuchillo largo", por su destreza con la faca. "Aprendí a la fuerza para sobrevivir. En un penal no hay trompadas, por más físico que tengas: si no sos hábil con el hierro, estás perdido".
Acuña relata que cuando nació su hijo en 2007 –fruto de una historia de amor ya concluida con Vanesa, quien también estaba presa por robo con armas– todo cambió: "Me di cuenta de que no podía seguir así y me acerqué a Dios para transmitir su palabra. Fue un milagro que me salvó. Hice un pabellón cristiano en la Unidad 29 de Melchor Romero y prediqué. Por eso dicen que fui pastor. Lo único que sé es que eso me rescató. Conozco la Biblia de punta a punta, igual que el Código Penal: hoy son mis dos libros de cabecera. Por eso me gustaría que me dieran una oportunidad y conseguir un trabajo para hacer trámites en los juzgados y poder dejar la calle estacionando los autos. Acá llego a las ocho de la mañana y me voy a medianoche. Si no vengo, no como: así de fácil".
–Acuña, usted es consciente de que la gente le teme por su pasado. ¿Se le puede creer que está arrepentido después de cometer atrocidades como la de las empanadas?
–Mirá: hace rato que me porto bien. Sé que si vuelvo a caer no salgo más, lo tengo más que claro. Lo que hice como lo que comentás de Sierra Chica fue una barbaridad, aunque siempre aclaro que no maté. Sé que es difícil entenderlo, pero tengo que seguir viviendo. Ya pagué y quiero demostrar que puedo. Dios y mi hijo me dan fuerzas. Le pido a la gente que me crea, no tengo otra forma. Juro que me regeneré. Aunque sé que estoy marcado, pude cambiar, todo gracias a Guillermo, que me dio esta cuadra para trabajar acá en la calle.
–¿Seguro que no busca más conflictos? ¿Qué le aconseja a su hijo?
–El juega al fútbol, y es bueno. Le digo que haga deporte, que estudie. Yo fui un producto de la calle y salí como salí. Mirá… (muestra su pierna) Estoy así por un tiro que me dio la Policía en 2013. No me la puedo curar, porque si un día no trabajo estoy perdido. Pido ayuda, nada más. Sé que hice daño, pero eso ya fue. No quiero eso para mi hijo. Quiero que sea una buena persona, con la ayuda de Dios, que a los dos nos hace mucha falta.
Por Miguel Braillard
Fotos: Christian Heit
SEGUÍ LEYENDO: