En el barrio de Palermo, y a sólo media cuadra de la transitada avenida Córdoba, un grupo teatral representa en escena el ámbito de una peluquería. Sobre las tablas, una de las actrices exclama: "Acabo de encontrar la vincha más linda de todas".
Acto seguido, la eleva hacia la luz, dejándola resplandecer sobre ella. Luego, con solemnidad, intenta colocársela a un compañero que, sorpresivamente, se la quiere sacar como si de un mosquito se tratase. Acto seguido, Juan Laso (40), el profesor de teatro, interviene: "Pablo, acordate que estás en una peluquería, dejate peinar".
Entonces Pablo, sin siquiera pestañear, se deja peinar, y la escena continúa como si nadie la hubiera interrumpido, decantando en un cómico baile.
Los actores –que tienen entre 29 y 40 años– poseen dos cosas en común: 1) Padecen Síndrome de Down. 2) Cada uno admite que, dentro del teatro, "se siente en casa".
Sin embargo, la conexión que muestran entre ellos al terminar el ensayo trasciende el par de horas semanales del taller Sin Drama de Down: continúa en los múltiples grupos de WhatsApp que tienen (uno de ellos llamado Súper Buena Onda), en sus cumpleaños y, a veces, hasta en la casa del profe. "Es un pan de Dios", apunta con los ojos bien abiertos una de las alumnas, Juliana Carcar (40), y prosigue:
"Es maravilloso él y todo lo que pasa en el teatro. ¡A mí me encanta! Siempre digo que lo que más me gusta es el cariño, el afecto y el amor que recibimos acá. Cuando entramos, todos nos saludamos con un beso, una caricia o un abrazo. Es súper lindo".
Indudablemente, el amor flota en el aire de este grupo atípico, como también afloran las ganas de triunfar. Escuchandolos surgen frases como "Me gustaría actuar con Mariano Martínez", "Quisiera hacer cine" o "Bailo tango y reggaetón y podría hacerlo en cualquier lado".
Al hablar, a veces se pisan entre sí y surgen charlas paralelas, pero sucede porque todos están ansiosos por lo que se avecina: el inminente estreno de Down para arriba, el documental que filmó en el 2017 Gustavo Garzón (63), el conocido y querido padre de dos alumnos: Juan y Mariano (31).
–Gustavo, ¿cómo arrancó esta aventura que te lleva por segunda vez a dirigir cine (en 2013, con Por un tiempo, ganó el Cóndor de Plata como Ópera Prima)?
–De casualidad. Me enteré de lo que hacía Juan (Laso, el profesor), por un amigo en común que me mostró una película en la que actuaban personas con capacidades diferentes, y al verla pensé: "Estaba buscando esto hace diez años, pero no lo encontraba".
–¿Sí?
–Porque los actores de Juan tienen un grado de verdad, de libertad y de conexión que no se da habitualmente. Yo había llevado a mis hijos a varias escuelas de teatro, pero no me habían satisfecho. Así que ni lo dudé y los inscribí en Sin Drama de Down. Confieso que el documental nació porque yo quería saber cuál era su secreto para lograr esta producción.
–¿Lo descubriste?
–No exactamente (ríe). Estoy convencido de que Juan tiene un don propio, que es único e intransferible. Otros profesores los hacen repetir como loros cosas que no comprenden. Que repitan un texto de memoria no es ningún logro, pero sí que se involucren en lo que está pasando. Él conoce mucho a sus alumnos y desde sus problemáticas y deseos logra que se involucren, sacando de ellos lo que pueden dar, y más. Incluso…
–¿Incluso?
–Lo escuché dar consignas pensando que no las iban a entender, ¡pero las entienden! Y es porque cree en ellos y en que lo pueden hacer, y al hacerlo, ellos también creen que pueden hacerlo y lo hacen. ¡Vos los ves y son actores! Y en muchos casos, mejores. Recién una alumna integraba la acción y la palabra tomando un café con leche mientras decía una letra. Es algo que a los actores nos cuesta mucho… Y a ellos les sale con una facilidad asombrosa.
–¿Son muchos los lugares que se especializan en brindar clases para personas con Síndrome de Down?
–Hay bastantes, porque cantar, bailar y pintar es innato en ellos, que son cuerpo, arte, música y escenario, y encuentran plenitud en la expresión artística. Por eso decidí crear una escuela de teatro musical para personas con discapacidad: la Escuela Garzón Lombardo. Va a ser sólo para personas con discapacidad, porque lo mejor es que estén con sus pares. En ella, por suerte, voy a contar con Juan como profesor de actuación.
Al decirlo, mira al hombre que inspiró su obra filmíca, quien, humilde, baja la cabeza. Juan Laso comenzó a dar estas clases en 2007, cuando una amiga le ofreció co-coordinar el grupo.
"Me pareció un desafío lindo, pero no lo vi como algo tan diferente, porque no puse el acento en que eran personas con Síndrome de Down, sino en que eran personas con ganas de expresarse. No consulté libros ni documentales: fui al vínculo, al presente…"
"… Al trabajar con ellos me di cuenta de que la barrera de la discapacidad se levanta ante un hecho artístico. Porque los espectadores se olvidan de que las personas que hacen el show tienen discapacidad, y empiezan a disfrutar un espectáculo que los trasciende y les genera emociones", recalca Juan; y continúa Gustavo:
"Con la película los espectadores se divierten genuinamente, y no pueden creer cómo estos jóvenes los y nos hacen reír, llorar y pensar con las armas de los actores. Me encantaría que lo que hicimos se pueda expandir y ver en todo el país, incluso en los colegios", explica, y agrega:
"Por ahora sólo nos han dado el cine Gaumont: de parte de los cines comerciales recibí indiferencia. Ni siquiera miraron la película. No sé si es grande, pero sí sé que es una expresión argentina humilde, genuina y noble que resulta ágil y emotiva… Mientras sigan ofreciendo sólo Rápidos y furiosos nunca se van a enterar de que hay otra realidad". "Esto sería más lento y alegre", añade el profesor, provocando una sonrisa general, y concluyendo:
"Yo a veces veo a estos actores y pienso que se merecen el Oscar. Mi sueño es que puedan profesionalizarse. La verdad, sería genial que se abran lugares en los medios para personas diversas".
Por Kari Araujo.
Fotos: Alejandro Carra y gentileza prensa del filme.
Agradecemos a Francisco Cerdan (director de in prensa y medios).
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