La vida depara sorpresas, conduce a las personas por caminos inesperados, con el fin, quizás, de llevarlas en algún momento a encontrarse frente a la razón de su existencia.
En esos términos transcurrió la de Juan Pablo Ledo (37), hoy primer bailarín del Teatro Colón y una de las principales figuras del ballet nacional. Hijo de padres abogados, hermano del medio de dos hermanas, hasta los 7 años practicaba natación y jugaba al fútbol en la escuela de Claudio Marangoni, en San Isidro, donde residía la familia. Le veían pasta para convertirse en crack (incluso había sido becado en esa academia deportiva). Pero fue también en aquel tiempo que se detectó que tenía pie plano.
En casa de los Ledo se pusieron rápidamente en movimiento para buscarle solución al inconveniente. Entonces, además de comparle zapatos ortopédicos, mamá Angela lo envió a la escuela de danza de Villa Adelina, adonde ya iba su hija mayor, Gretel, y luego se sumaría la menor, Belén. Angela le dijo a la profesora: "Por favor, ponga al nene a un costadito de la clase, a ver si haciendo ejercicios le mejora este tema".
–Juan Pablo, ¿con qué escena se encontró allí?
–¡Eran todas nenas! Pero enseguida empecé a sentirme a gusto. Me llevaba igual de bien con ellas que con mis compañeros varones del fútbol. El de la danza comenzó rápidamente a ser para mí un mundo mágico. Tanto fue así que para la muestra de fin de año terminé siendo uno de los protagonistas. Al poco tiempo, en la familia ya me decían "Julito Bocca".
Nadie imaginaba, y menos Juan Pablo, que justamente Julio Bocca, el máximo exponente histórico de la danza argentina (hoy dedicado a ser maestro, ensayador y repositor de obras), sería quien terminara abriéndole las puertas hacia una notable carrera profesional que ya cumple 20 años, representando al Colón ante el mundo y habiendo compartido escenario con estrellas locales, como Paloma Herrera (actual directora del ballet del coliseo porteño), y del extranjero.
"A los 16 años entré al Ballet Argentino, justo cuando tenía que empezar cuarto año en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Recuerdo que apenas Julio, Lino Patalano y Ricky Pashkus me informaron que iba a ser parte de ese grupo tan selecto, con un contrato anual y viajando por el mundo, les contesté que debía preguntar en casa si podía dejar el colegio".
–¿Y qué le dijeron sus padres?
–Se quedaron con los ojos abiertos, sorprendidos, a sabiendas de que decenas de otros bailarines habían quedado afuera. Pero enseguida me apoyaron. Dejé el fútbol, la natación y, lo más difícil, también el colegio. Me entregué por completo al ballet. Seguí un designio de Dios.
Aún soltero y sin pareja ("pero con ganas de formar una familia"), la lejana decisión de Juan Pablo de dejar el colegio impacta todavía en él al recordar su derrotero desde su hogar porteño: un departamento ubicado justo frente al Colón. Cursar una carrera universitaria fue siempre un objetivo. "Era imposible continuar los estudios en ese momento. Mi vida empezó a tener otro sentido, fue un cambio radical", relata.
Decidido, logró terminar el secundario rindiendo como alumno libre. Y fue por más. "Siempre tuve hambre de crecer, cultivarme y mejorar como individuo. Por eso me anoté hace casi una década en la carrera de Derecho de la UBA", dice quien acaba de obtener ese título universitario tras largos y dedicados años en simultáneo con su éxito artístico.
"Una locura por el sacrificio que implicó, pero lo digo con alegría. Si bien ya había llegado a ser primer bailarín del Colón, sentía que me faltaba completarme. La universidad me ayudó a desenvolverme, a saber expresarme, a sumar ideas claras".
–Me dijo en la previa que la figura de Dios también ha sido importante para usted.
–Fundamental. Lo es todo. No es una cuestión religiosa, sino una relación cotidiana.
–¿Sus padres le inculcaron ese amor?
–No. A los seis años sentí yo mismo el impulso de entrar a una iglesia. Varias veces, al buscarnos en el colegio, cuando les preguntaban a mis hermanas dónde estaba yo, ellas respondían "en la iglesia". Incluso, a los 10 experimenté un encuentro cercano con Dios, un abrazo que me daba y que me llenó completamente. Aprendí muchos valores positivos de su mano.
–¿Se conecta con él sobre el escenario?
–Siento que al bailar algo de Dios se manifiesta dentro de mí. No me pidas que sepa qué es, pero lo percibo en la atmósfera, en la platea… Antes de salir a escena le pido que al dejar la sala, las personas se lleven algo bueno consigo, que si venían oprimidas se vayan liberadas; que si estaban tristes, vuelvan con alegría.
–¿Por qué nunca emigró teniendo el talento suficiente para hacerlo?
–He viajado por el mundo, pero siempre regresé. Quiero mucho a la Argentina y creo que debo devolverle al Colón, que para mí es lo más grande, todo lo que me dio; y a mi país, de la manera que pueda, lo mismo, como una forma de agradecerle el haberme podido formar y educar como persona.
–¿Julio Bocca fue clave en su vida?
–Mi sostén fue siempre mi familia, pero a nivel artístico Julio ha sido todo para mí. A tal punto que en un momento tuve que dejar el Ballet Argentino para encontrar mi propia identidad. Así llegué al Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Lloré al tomar la decisión de alejarme, pero era algo necesario para crecer. Hasta que un día volví. Compartir este arte con él desde mis inicios hasta la actualidad (coincidieron en 2018 en la reposición, a cargo de Bocca, de El corsario, en el Colón) es maravilloso.
Por Germán Heidel. Fotos: Christian Beliera y álbum personal JPL.
SEGUÍ LEYENDO: