Ocurrió un domingo del verano pasado, cuando la familia Gorzelany disfrutaba de una noche tranquila. De repente, un mensaje de Facebook apareció en la pantalla de la computadora. Alejandro se acercó y, todavía sorprendido, les dijo a todos: "¡Tienen que escuchar esto! Alguien de Inglaterra me quiere contactar… por un asunto de Malvinas". Los tres –su mujer, Débora, y sus hijos, Juan Pablo (24) y Agustina (22)– se quedaron mirándolo. Aquella guerra en la que Alejandro Gorzelany participó con sólo 18 años (y tres meses de colimba) no era un tema habitual de conversación.
Al contrario. Más allá de algunas visitas al colegio de sus chicos para contar su experiencia, pocas veces se refería al conflicto bélico que marcó a toda una generación. Ese mensaje, enviado por el escocés –y ciudadano inglés– Edward Goodall, logró captar su atención. "Tengo tu casco de combate, el que dejaste en las islas", le escribió, y le envió las fotos. Allí estaba, escrito en birome, perfectamente legible después de 36 años: en la parte interior decía "Alejandro Gorzelany", y el protagonista de esta historia se conmovió profundamente. Meses después, viajó a Plymouth (en el sudoeste de Inglaterra), conoció a Edward y se trajo el casco, además de otro significativo regalo: una plaqueta y una espada. Inolvidable. La semana pasada, en el Palacio San Martín de Cancillería, se realizó un acto para darle marco a este conmovedor relato. Allí, Gorzelany recibió la ovación que merecía, por su coraje y valentía, además del cariño de todos sus camaradas.
–Alejandro, ¿qué sensación te recorrió al enterarte de que tu casco estaba en Inglaterra, listo para que lo recuperaras?
–En un primer momento, dudaba si sería verdad o no, porque no recordaba haber escrito mi nombre en el casco. Pero cuando Edward me mandó las fotos y constaté que efectivamente era mi letra, se me empezaron a caer las lágrimas. Nunca pensé que iba a recuperarlo…
–Entonces tuviste que abandonarlo… ¿Cómo fue aquel momento?
–Cuando fue la rendición, después de varios días en los que nos tuvieron en unos galpones, caminamos por la ruta que iba al aeropuerto. Ahí había pilas de fusiles, municiones, cinturones y cascos de los soldados argentinos. Te obligaban a tirar todo y en el momento en el que me deshice del casco, me quedé con la funda.
–¿Alguna vez volviste a pensar en eso?
–No… Imaginate a una persona de 18 años, que entra a hacer un servicio militar, que ya de por sí es muy duro, y encima a los tres meses la llevan a la guerra a miles de kilómetros…
–¿Dónde estuviste?
–En la Península Camber, frente a Puerto Argentino. Formé parte del grupo de Defensa Aérea 101 de Ciudadela, batería B (yo estaba en la cuarta pieza). Viajamos el 24 de abril y llegamos el 29.
–¿Tuviste que entrar en combate?
–Sí, sí. En el grupo de defensa antiaérea había dos secciones, con cuatro cañones en cada una, y hubo que combatir varias veces. Soportamos mucho bombardeo naval y sobre todo en la última noche, la de la rendición, nuestro grupo tuvo un combate a 300 metros. Nos defendimos de un desembarco muy cercano. La verdad, tuvimos mucha suerte. Algunos fallecieron, otros volvimos y algunos, lamentablemente, no quedaron muy bien. Siempre digo que uno sale adelante gracias a la contención familiar.
UNA TRAVESIA AL CORAZON. Alejandro y Débora aprovecharon que tenían un viaje programado, cambiaron algunos destinos y fueron hasta Plymouth en octubre. "Edward tenía miedo de mandar el casco por correo, por si se perdía. Así que fuimos nosotros. El tiene un profundo sentimiento por la Guerra de Malvinas. Es un civil que trabajó como ingeniero para una empresa de helicópteros; esa empresa fue contratada por la Royal Navy y él iba en uno de los barcos que asistía a tres helicópteros, estuvo cuatro meses en la guerra. Luego pasó un mes en Malvinas, hasta regresar. ¿Qué pasó con mi casco? Alguien lo agarró, porque estaban autorizados a llevarse una especie de souvenir. Después de 36 años, esa persona lo vendió a un coleccionista, éste lo puso en una subasta y Edward lo adquirió", relata Alejandro.
–Que ese gesto venga de un británico, nada menos, te debe conmover especialmente.
–Gané un gran amigo. Nos atendió de primera, la mujer cocinó para nosotros y fue muy gentil, honorable… Ahora hablo mucho con él. Todas las semanas. Es como un momento de paz… A veces estamos más de media hora charlando.
–Hasta ahora, ¿cómo llevabas el tema Malvinas?
–Yo me dediqué a hacer mi vida. Estudié Ciencias Económicas, seguí en la empresa de mi padre y ahora, en dos empresas mías. Lo importante fue la contención familiar, porque los primeros años fueron difíciles. Estuvimos mucho tiempo callados, ocultos… En el país, a los veteranos no se les prestaba la atención que hoy sí recibimos.
–Cuando hablan con Edward, ¿qué conclusiones sacan de la guerra?
–Que fue una pena. Una guerra desigual, en todo sentido.
–¿Esto que sucedió con el casco fue algo positivo para vos?
–Sí. Acompaña el cierre de un ciclo de mi vida, en un momento donde hay mucho vínculo con los veteranos. Compartimos cenas, charlas, momentos… Es como darle un grato cierre a un tema tan complejo como Malvinas. Me hizo mucho bien.
Por Eduardo Bejuk.
Fotos: Julio César Ruiz y álbum personal de A .G.
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