Roberto Moldavsky: "El humor no tiene fronteras"

Después de un año espectacular, en el que la rompió no sólo en la Argentina sino también en Estados Unidos, Chile, Paraguay, Colombia, Costa Rica, Uruguay y España, el comediante volvió a Israel –donde de joven vivió una década–, para dar cuatro shows en español y hebreo. Claro que también se hizo tiempo para saborear la comida típica.

Guardar
Suelto en Israel. Así llamó al show que hizo en tres ciudades con La Valentín Gómez, la banda de músicos que lo acompaña.
Suelto en Israel. Así llamó al show que hizo en tres ciudades con La Valentín Gómez, la banda de músicos que lo acompaña.

"El humor era para mí un cable a tierra, un hobby… No lo pensaba como un trabajo. Ahora también es una buena excusa para volver a Israel y reencontrarme con mi familia y amigos. Bah, siempre tengo motivos para regresar: en una época hasta importaba trajes de baño de allá… Esta vez, cuando estábamos terminando la temporada en el teatro Apolo, planeamos una gira con Yankelevich. De pronto apareció Freddy, un socio que Gustavo tiene en Israel, y cerró funciones en los teatros de las ciudades que tienen más concentración latina. Armamos las valijas y nos fuimos".

Así cuenta Roberto Moldavsky (58) su última aventura humorística, con cuatro grandes shows en Tel Aviv, Jerusalén y Haifa.

–¿Es la primera vez que vas allá para hacer humor?

–No. La anterior fue hace dos años, pero nunca en forma tan masiva. Allá hay una colectividad argentina muy importante que me sigue por las redes sociales. Se enteraron del éxito de los shows en el Apolo y las cuatro fechas fueron con el cartel "No hay más localidades".

–Vos viviste una década en Israel. Sabés qué cosas los hacen reír…

El humor no tiene fronteras: todos nos reímos de las mismas cosas. Los humoristas debemos saber observar y abordar los lugares y temas comunes, para producir una identificación inmediata con el público. Por ejemplo, ¿quién no deja el frasco del champú dado vuelta, para aprovechar hasta la última gota?… Ni en la Argentina ni en Israel puede faltar la relación que tenemos los judíos con nuestra madre. Obviamente, en escena me hago cargo de mi sobrepeso, de mis problemas para dialogar con mi pareja y de muchas cosas más… ¡que pasan en todo el mundo! Otra clave es castigarse primero uno, y eso después habilita a bromear con el público. Una de las experiencias más lindas que viví fue actuar para argentinos en el exilio, porque están ávidos de ver y escuchar cosas de su tierra.

Moldavsky sabe y siente que el humor es sanador y no tiene fronteras. Eso lo pudo comprobar cuando en Tel Aviv, donde se animó a traducir sus monólogos al hebreo.
Moldavsky sabe y siente que el humor es sanador y no tiene fronteras. Eso lo pudo comprobar cuando en Tel Aviv, donde se animó a traducir sus monólogos al hebreo.

–En tus shows siempre está presente el humor político. ¿Cómo hiciste para no hablar de la actualidad argentina?

–El público es muy parecido. Me sorprendieron, porque muchas veces estaban más informados que yo de lo que pasa aquí. En Tel Aviv participé de un maratón de stand up… ¡en hebreo! Me advirtieron de que podía chocar contra la pared, porque era un público muy joven. Sin embargo, los pibes se mataron de risa. Mi único objetivo es hacer reír. Eso me llena la batería, y no me importa el idioma o la ideología del público. La risa es sanadora, y en tiempos complicados el humor siempre pide lugar. Para este verano ya preparé la sombrilla y la heladera de telgopor: me voy a Mar del Plata a hacer temporada en el teatro Roxy

–¿Qué diferencias encontraste entre el Israel que viviste hace treinta años y el actual?

–Era distinto. Yo viví entre el '84 y el '94 muy tranquilo en un kibutz. Llegué con 21 años y la pasé bien. Fue una experiencia increíble: ordeñé vacas y coseché algodón. En esa época hasta nació allá mi hijo Eial (hoy 26). Todavía me parece una locura que el clima bélico subsista. La mayor parte de los árabes y los judíos quieren que las diferencias se arreglen por la vía del diálogo. Además, si ambos comemos humus, esto se tiene que poder solucionar.

En Tel Aviv, Moldavsky participó de una maratón de stand up, y en Jerusalén recorrió el gran mercado Mahane Yehuda, donde compró muchas especias.
En Tel Aviv, Moldavsky participó de una maratón de stand up, y en Jerusalén recorrió el gran mercado Mahane Yehuda, donde compró muchas especias.

–¿Qué recuerdos trajiste de esta experiencia?

–Me traje muchos kilos de más, porque nos la pasamos comiendo humus, falafel y cosas llenas de especias. Aunque fuimos a trabajar, tuvimos tiempo para recorrer el puerto de Haifa, los mercados del Haifa Bazaar… En Jerusalén también fuimos al Santo Sepulcro, al Muro de los Lamentos –donde agradecí por el año increíble que tuve– y al Mahane Yehuda. Es un mercado donde conviven judíos ultraortodoxos, palestinos, etíopes y armenios, que se mueven entre frutas y especias. Anuncian a los gritos a cuántos shekels está el kilo de tal cosa, y en un rincón comen los judíos iraquíes mientras juegan al backgammon.

–¿Estabas pendiente del movimiento del dólar en la Argentina?

–No, yo soy de la política de que cuando viajás no debés pensar en el cambio. Sólo tenés que comprar las cosas que no hay acá. ¡Algunos compran la camiseta de Messi en un mercado de Israel, cuando acá la conseguís en el Once! Ahora traje cruces de Nazaret, pañuelos, muchas especias, y a mis compañeros de la radio en Bravo Continental les compré biromes. ¿Por qué siempre les traigo lapiceras de mis viajes? ¡Porque ellos son como quince, y al adquirir las lapiceras en cantidad puedo regatearlas!

“Mi único objetivo es hacer reír a la gente. Eso me llena la batería y no me importa el idioma o la ideología que tenga”, asegura el comediante, experto en regateo.
“Mi único objetivo es hacer reír a la gente. Eso me llena la batería y no me importa el idioma o la ideología que tenga”, asegura el comediante, experto en regateo.

–Vos fuiste vendedor… ¿Hay alguna técnica para el regateo?

–Siempre improviso y me divierto, porque es como un juego. Entonces le cuento al vendedor que vengo de Argentina, un país que está en el fin del mundo, donde el dólar está casi a 40, que no nos va nada bien, ¡ni siquiera en el Mundial de Rusia! Al final logro un descuento y me voy contento… Pasa que una vez que di tres pasos, el vendedor también sonríe, porque sabe que me sacó más plata de lo que vale el artículo.

Por Pablo Procopio.
Fotos: Diego Soldini y álbum de viaje de Moldavsky.

SEGUÍ LEYENDO:

Guardar