La Roger nunca va sola. En la inmensidad de Termas de Reyes, donde la selva y la montaña ven caer el agua, Elena es ella, sus dos hijos, su marido, Mariano, y Andrea, que los ayuda a cuidarlos. Lo etéreo de su andar tiene poco y nada que ver con el vigor de esa voz que la llevó a Londres para ser Evita. Y entre los patios del hotel que lleva el nombre del lugar donde está enclavado, Elena (44) amamanta a Risco (5 meses), les pone nombre a las flores con Bahía (5) y ensaya canciones.
"Diría que somos flexitarianos", desacraliza sobre la primera vez que su hija le pidió comer carne. "Un día vio que su prima lo hacía y me dijo que quería. La dejé probar. Porque somos vegetarianos, pero no estrictos. Sabemos que no hay lentejas y arroz en todos lados. A veces le compro pescado", agrega y celebra que en el hotel le preparen comida sin lácteos.
Cuenta que cuando su hija le preguntó si podía tomar gaseosa, ella le explicó que "en casa no, porque no está bueno", pero que no le prohíbe hacerlo en el cumpleaños de algún amigo. Y que "después ella elegirá".
Todo con la franqueza de quien descree en lo absoluto. Mientras confiesa que "el fanatismo está" al mismo tiempo que el ejercicio de "no ser intransigente". Que si bien su cabeza piensa todo el tiempo en llevar una vida sustentable, no juzga al de al lado ni es necia. Y si la Real Academia Española define "sustentar" como "conservar algo en su ser o estado", de eso se trata su compromiso con cuidar la naturaleza. Aquel que le vale el título de "madrina" en Jujuy Corazón Andino, el Festival Internacional de Arte Sustentable que la trae al Noroeste argentino.
–¿Cuándo nació tu interés por el medioambiente?
–Siempre fui muy piadosa con el sufrimiento de los otros, los más desprotegidos. Una vez encontré una bolsa de gatitos en la basura y los llevé al veterinario. A los quince años, mi hermana de veinte me llevó al Grupo Costanera Sur de la Fundación Vida Silvestre. Luchábamos contra el tapado de piel, por ejemplo. Estuve tres años y aprendí mucho. Desde entonces estoy en contacto con Diego Moreno, que trabaja en el Ministerio de Medio Ambiente. Empecé no usando desodorante en aerosol, sino a bolilla. Hasta que noté que tenía una voz. Y entendí todo. Desde el arte podía comunicar lo que siento. Siempre fui coherente… ¡aunque me haya teñido de rojo!
ENTRE LO IDEAL Y LO POSIBLE
Elena viaja desde la espesura de las Yungas –esa selva subandina que hace todo tan verde– hasta la aridez de la Quebrada de Humahuaca. Instalada en Jujuy hace una semana, desde la ventanilla de la combi contempla la transformación a su paso.
El Pucará de Tilcara la recibe con mil cactus y huellas arqueológicas de la América precolombina. "Mariano tenía la misma inquietud que yo", revela sobre su marido, Mariano Torre (41), padre de sus dos hijos y compañero hace nueve años.
"En Ushuaia hicimos Nave Tierra, una casa construida con materiales reciclados. Y algo parecido en Barracas. Nuestra casa está emplazada sobre una estructura convencional de concreto –porque estamos en Capital Federal y si no te la clausuran–, pero reutilizamos el agua, tenemos canteros internos y panel solar. Usamos materiales para mantener la temperatura y no necesitar calefacción ni refrigeración", señala.
Madre a los 38, Elena asegura que pasar de cero a un hijo le resultó más difícil que de uno a dos. "Con Risco hay algo vinculado a lo vivido. Con Bahía tenía muchos miedos", apunta. Acerca de la particularidad de los nombres aclara: "No los elegimos para hacernos los raros".
–¿Y por qué entonces?
–Queríamos que tuvieran que ver con la naturaleza. Sin carga: ni alguien de la mitología griega ni familiares. Primero pensamos Risco y Florián, de nene. Vida, para mujer, pero alguien lo puso y lo descartamos. Hasta que la hija de Diego Ortiz Mujica –un fotógrafo amigo– sugirió Bahía, que en árabe significa "belleza" y "que contiene". Además, Mariano nació en Ushuaia, una bahía… Y así lo elegimos para la primera. Le agregamos Vida de segundo nombre. Con Risco fue fácil. Ya lo teníamos. Le pusimos los dos.
–¿Usaste pañales ecológicos con ellos?
–Con Bahía no pude. No funcionó. Se le escapaba el pis por todos lados. No sé si era muy flaquita… Por suerte, a Risco le van bien. Cuando salgo no los uso, porque no es fácil. Es un tema que siempre me genera inquietud.
RETOS Y PARADIGMAS
Elena se sumó a Jujuy Corazón Andino por su amistad de años con Sergio Jurado, director del Sistema de Orquestas Infantojuveniles de la provincia. "A través del arte se puede transmitir el mensaje sustentable", cuenta sobre el Festival que promueve Andrea Merenzon, y acredita el cuidado del medio ambiente con informes y registros.
"Se plantaron nuevos bosques. Se dieron talleres de instrumentos reciclados. No se imprimieron entradas ni programas de papel", detalla Elena, que subió al escenario con un vestido confeccionado con hilos sobrantes de fábricas de medias.
"Me puse un collar de chaguar (una especie de aloe vera) que hacen los wichis y tiñen con sustancias naturales. ¡No uso bijou ni que me pagues! ¡¿Sabés lo que son las mineras?! No es necesario. Una cosa es un cubierto y otra, un aro", reflexiona en un ejercicio de interpelación constante.
–Como la decisión de no usar maquillaje ni tintura. ¿Es compatible con el escenario?
–Después de hacer Evita en Londres, nadie dejó de sacarme fotos si no me maquillaba. Tal vez un poco de tapa-ojeras, pero sé qué me estoy poniendo. En los labios tengo color natural. ¿Para qué agregar más?
–¿Tiene que ver con redefinir la belleza?
–Sí. La conquista no va por ahí. La mujer es demasiado esclava de la imagen. No es justo. Yo no puedo ir todos los meses a la peluquería para taparme las canas. Para mí, es perder el tiempo. Puedo hacerlo por un personaje. Pero me bajo del escenario y soy Elena. No vendo ropa. Sé que hay que transar con ciertas cosas… y que puedo equivocarme. Pero estoy todo el tiempo tratando de direccionar para hacer lo que siento. Es un camino.
Por Ana van Gelderen. Fotos: Diego Soldini
y Nicolás Guerrero/Jujuy Corazón Andino.
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