Sé que nací varón, pero desde que tengo uso de razón siento que mi universo es femenino; lo construí inspirado en las telenovelas de la tarde. De chico ya era obeso. Viví una infancia intensa y solitaria. Era feliz cuando me quedaba solo en casa, jugando con los zapatos y la ropa de mi mamá, que era costurera. ¡Transformaba las toallas y las fundas de las almohadas en vestidos! Los problemas comenzaron cuando me escolaricé. Sufrí doble bullying: primero por gordo, y después, por puto". Quien así se presenta es Gonzalo Costa (38), La Costa.
Locutora y comediante nacida en Córdoba, pasó del under de su provincia al stand up porteño, aunque el gran salto lo dio desde la radio junto a Santiago del Moro, su gran padrino en los medios. Con mucho humor, y sobre todo sabiendo reírse de sí misma, Costa, que se ganó un lugar en la televisión y las tablas –hoy hace Rechupete en el Microteatro–, recuerda ahora cómo era su vida en su provincia natal: "Al principio usé la obesidad como un escudo, para protegerme de los ataques por mi sexualidad. Entonces, mis compañeros me decían 'gordo' antes que 'puto'.
En el secundario iba a la escuela vestido de hombrecito pero maquillado, y para compensar un poco me refugiaba en la literatura y el saber. ¿Resultado? Fui abanderada, con promedio 9,50. Participé de las Olimpíadas de Matemáticas y en mi familia todos estaban orgullosos, aunque en el fondo sabía que no resulté lo que esperaban de mí. Yo no sentía ni siento que soy una mujer, como les pasa a muchos trans. Yo sólo quería ser una nena. Por eso, no reniego de Gonzalo. Como te dije, mis compañeros me hacían bullying, pero a la hora de las pruebas recurrían a mí. Yo pensaba: 'Si no te quieren, al menos que te necesiten'".
–¿Cómo tomaron en tu casa tu deseo de ser una nena?
–Mis padres hicieron lo que pensaban que era mejor para mí: nunca sufrí su desprecio. Pero la pasaron mal cuando, a los trece, comencé a pintarme para ir a la escuela. Por suerte empecé a estudiar teatro y eso me abrió la cabeza, porque yo, que era un pibe gordo, feminoide y raro, actuando podía ser todas las personas que quisiera.
–¿Con quién de tu familia hablaste por primera vez de tu sexualidad?
–Con mi hermano mayor, que me lleva 18 años. A mis catorce me encaró y me dijo: "Lo que a vos te pasa es lícito. No te sientas culpable. Tenés que enamorarte de un hombre, hacer tu vida y ser feliz". Cuando terminé el secundario me vine a vivir a Buenos Aires con él. Quería recibirme de contador en la UBA, una carrera que mi papá no pudo terminar. Pensé que eso lo haría sentir orgulloso de mí. Pero mi hermano también me ponía límites, como mis viejos, y un día no aguanté más y me largué a la puta calle, para ser libre.
–¿Cómo fue eso?
–Primero me fui a una pensión, hasta que me quedé sin dinero y después viví un par de meses –literalmente– en la calle. Al principio dormía en la Torre de los Ingleses de Retiro, después en un vagón de tren. En los refugios me bañaba y en los comedores comía… Yo estaba contenta, porque hacía lo que quería. Podría haber vuelto con mi familia, pero preferí la libertad.
–¿Cómo lograste salir de la calle?
–Conseguí un trabajo como vendedor ambulante –vendía encendedores, piedras chinas para sacarte el stress, medias–, mientras seguía estudiando. Después fui asistente de enfermería y cajera en McDonald's. Al tener empleo estable pude volver a una pensión. Eso sí: nunca me drogué, ni me prostituí, ni me alcoholicé, aunque obvio que en la calle me ofrecieron de todo. Se ve que Dios tenía otro destino para mí. Claro que a la actuación llegué casi sin querer… A media cuadra de la pensión donde vivía estaba el pub Gasoil; un día pasé por la puerta y vi a un hombre vestido de mujer, que era feliz, actuaba y le pagaban. "Ese es mi camino", me dije. Comencé como asistente de un transformista y al tiempo me ofrecieron hacer un skecth de Graciela Alfano XXL, que pegó mucho. Fui sumando personajes, boliches gay, reductos under, hasta que un día me vio Flavio Mendoza conduciendo un show de strippers y me llamó para ser la bastonera de Stravaganza Tango: ¡mi debut en Avenida Corrientes!
–Tu popularidad se dio en la radio.
–Sí, gracias a Lizy Tagliani. Ella se iba a hacer temporada y Santiago del Moro le pidió un trans para que la reemplazara: hoy llevo cinco años en El club del Moro por FM 100. De América me llamaron para Intrusos e Incorrectas, pero yo elegí Intratables. Primero por Santiago, claro, y luego porque me encanta ser el primer trans que habla de política en televisión.
–¿Por qué te animaste al bypass gástrico?
–Por salud. Además, mi gran cambio se dio con la muerte de mi papá, en 2005: en menos de un año pasé de pesar 90 kilos a 150, y después ¡a 192! Era una adicta a la comida. Hace un año me animé al bypass y adelgacé 75 kilos en once meses: ahora peso 95. Sané cuando me hice cargo de mis problemas. Confié en que podía verme mejor y no tener que seguir trabajando de "gorda".
–¿Por qué no querés cambiarte el nombre en tu DNI?
–Me siento identificado con Gonzalo, como me puso mi papá. No necesito otro nombre. Yo no reniego de mi pasado, ni tampoco de que soy una gorda saludable. Me construyo todos los días como tengo ganas. Soy una chica trans, lo que antes se decía travesti.
–¿Lizy Tagliani y Flor de la V son tus referentes?
–Flor tiene otro concepto de la vida. Podemos tener puntos en común porque somos artistas, pero su anhelo fue formar una familia, y el mío no: ya tuve una familia muy linda. Es admirable que en un mundo tan hostil como el nuestro Flor tenga una pareja de tantos años y dos hijos. En cambio Lizy es mi hermana, mi amiga de la vida y fue quien me ayudó a construir mi personalidad trans, además de llevarme a trabajar con Santiago del Moro.
–¿Estás en pareja?
–No. El amor es un lugar donde no me fue bien… ¡y eso que crecí con las novelas de Alberto Migré y Diana Alvarez! Además, en mi última relación descubrí que con el amor solamente no alcanza: se necesita una pareja que esté a la altura de las circunstancias, alguien a quien yo puede admirar.
–¿Te planteaste una operación de cambio de sexo?
–Nunca me interesó, pero sí me voy a hacer las cirugías reconstructivas. De chica quería ser como Cecilia Milone. Cuando la vi en Drácula me enamoré; pero también deseaba ser Susana, porque es un ser lleno de luz, y la Legrand, porque es una reina. Yo anhelaba ser una diva, como una oruga que se convertiría en mariposa. Me la jugué y lo logré.
Por Pablo Procopio.
Fotos: Maxi Vernazza.
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