Los hombros de Jésica Gopar resisten todo el peso del mundo. Ella sonríe, estoica, heroica, y mira de reojo a Stéfano. Es sábado 10 de noviembre y, en un salón de la Calle 44, en Necochea, el nene festeja sus dos añitos. Eso de soplar las velitas, y los aplausos, y los gritos de felicidad, es algo nuevo para él. No hubo fiesta para su primer cumple, porque los planes eran esperar a papá –el cabo principal electricista Fernando Santilli–, que estaba cumpliendo una misión en el submarino ARA San Juan.
Jésica lo recuerda: "Stéfano los cumplía el 5 de noviembre y Fernando ese día se encontraba en Ushuaia, esperando la partida. Y el 4 es nuestro aniversario: ¡eran seis años de casados! Cuando él regresara a Mar del Plata, en diciembre, íbamos a festejar todo. Pero, bueno… Obviamente, después ni le hice fiesta al nene. Y cuando se acercaba su segundo cumpleaños, mi mamá me preguntó qué quería hacer. Le pedí que esperara, porque quería ver cómo me sentía. Se lo tenía que festejar, pero sólo si estaba convencida. Fue todo un trabajo psicológico. Tenía mucho temor, por el miedo a flaquear en un momento tan alegre. Al final, salió hermoso. Lo que me llevo en el corazón es que todos los que estuvieron me dijeron: 'Es un nene feliz'. Así que, misión cumplida… Después, Dios te da la oportunidad para volver a ser feliz".
La tragedia del ARA San Juan, de cuya desaparición se cumplirá un año este jueves 15 de noviembre, les cambió la vida a 44 familias. Entre ellas a la de Jésica (36) y Fernando, quien tenía 34 años al momento del incidente. Novios desde 2004 y casados desde 2011, vivían en Mar del Plata sin lujos, soñando con un futuro mejor. El, mendocino; ella, necochense. "Fernando trabajaba en Puerto Belgrano. Iba y venía. Le tocó viajar a Francia: navegó con la Fragata Libertad. Ibamos ahorrando para tener nuestra casa. Nos casamos en Necochea, en la iglesia Santa María del Carmen. Cuando estábamos de novios hizo el curso de submarinista. Fue mi primer novio, mi primer amor".
–¿Cómo estás ahora desde lo anímico?
–Es difícil definirlo. Empiezo diciéndote que la vida continúa. Con todos los obstáculos, sin saber dónde están mi esposo ni sus 43 compañeros… Sigue con todas las dificultades que hemos tenido, porque nada fue fácil para nosotros. Lo que más me dolió, y me va a doler siempre, es la forma en que me enteré de la desaparición: por televisión. Es la peor manera. No tenemos una tumba, no sabemos si se buscó donde corresponde, si se estiró la mentira, si los muchachos sufrieron…
–Sé que declaraste que te sentías desamparada.
–Sí. No tengo dónde poner una flor, no tengo una respuesta. Sabemos que se va a dejar de buscar y es una cachetada más. Estamos igual que el año pasado.
–¿Creés que les han engañado u ocultado información?
–El 13 de abril publiqué un video, contando el desamparo que sentimos por parte del Estado y la Armada. Salieron a atacarme como si fuera no sé qué… Te hablo desde el dolor, de alguien que lo vive todos los días. Creo que nunca dejaron de mentirnos. Lo hacen muy bien, con un libreto bien aprendido. Pero como todo mal actor, se empieza a notar. Uno no puede vivir toda la vida sin saber qué pasó, porque los chicos crecen y preguntan. Me va a tocar explicarle a mi hijo, y nadie te da una respuesta.
–¿Cómo manejás el tema con Stéfano?
–Es muy chico todavía. Por lo que consulté, él no tiene recuerdos, y eso es lo más triste del mundo. Hay fotos, videos, pero no recuerda a su padre.
–¿Habla ya? ¿Te pregunta por Fernando?
–Está empezando a hablar… Dice "mamá", pero no reemplaza al nombre del papá. Pero los nenes tienen un sexto sentido. Aquel 15 de noviembre a la noche, cuando ocurre el incidente, Stéfano levantó mucha temperatura y empezó a delirar, diciendo "papá, papá…". Así como te lo cuento. Fue la única vez que lo dijo, y nunca más.
–A medida que avanza la investigación, trascienden detalles de todos los problemas que tenía el submarino, a pesar de lo cual salió al océano.
–Sigo sin entender cómo la vida no vale nada. Es una pena que todo esto se hable cuando ya hay muertos. Y aunque lo tengamos asumido, cuando el juez dictamine que están todos fallecidos, no va a dejar de ser un golpe muy duro.
–También se supo que, en otras ocasiones, habían pasado por situaciones de peligro.
–Sí, sí… Lo que pasa es que mi esposo era muy hermético. Yo me enteré de muchas cosas cuando él falleció. Me dio mucha bronca, porque pensaba que, a lo mejor, podría haber evitado… Pero bueno, era su trabajo… Y ninguno de los que estaban en el submarino es suicida. Que eso quede claro. Porque mi esposo nunca habría dejado a un nene de un año sin padre.
–Te viniste a vivir con tus padres a Necochea.
–Sí. Me fui de esta casa para casarme y formar mi familia, y volví viuda y con un hijo… Trabajé un tiempo y, por la crisis del dólar me quedé sin empleo. Aclaro que la Armada sigue depositando los sueldos, la mitad en "negro". Por ahora, mi esposo está legalmente "desaparecido". A partir del mes que viene no sabemos qué puede suceder. Me las arreglé sola y tuve que cambiar mi vida por completo.
–¿Cómo es Fernando?
–Cómo es… Porque todavía, por ahí, sigue siendo… Muy reservado, cariñoso, una persona pensante. Yo era la pólvora y él, el agua. En casa nunca contaba nada de su trabajo y yo trataba de respetárselo, quizás por un tema de estrés. Tenía pocos amigos y uno quedó ahí, en el submarino, Sergio Cuéllar. Su esposa estuvo en el cumple de Stéfano… Sergio era bromista; Fernando, bastante serio. Muy estudioso: siempre sacaba las mejores notas… Y no creo en eso que dicen que "murió en su ley". Porque nadie quiere morir en su trabajo.
–Tus padres, María Ester y Jorge, estuvieron firmes a tu lado.
–Totalmente. En ese lapso de noviembre a marzo, cuando decido volver a Necochea, mi mamá se quedó conmigo cuatro meses y medio. ¿Cómo te puedo explicar…? Yo tenía tanto dolor que hasta me costaba sonreírle a mi hijo. Y mi mamá se transformó en una madre para Stéfano. De golpe me quedé sola, y la casa que se llovía adentro… Se te viene el mundo abajo y hay que dejarse ayudar. Eso es clave. Y yo también estoy para ayudar al otro. Este dolor te hace un clic, para bien o para mal. Una les agradece a los que te traían un plato de comida, porque no tenías ni ganas de cocinar.
–Me imagino que esta enorme entereza que mostrás tiene que ver con Stéfano.
–El dolor no se va: una vive con una mochila. Pero en mi caso me tengo que enfocar en ese niño, que tiene que sonreír… Las balas me van a ir a mí. El no tiene que saber lo que una ha sufrido. Todas las familias estamos en la misma. Ahí no tenemos jerarquías ni jinetas: todos lloramos las mismas lágrimas y el mismo dolor.
Por Eduardo Bejuk. Fotos: Album personal de J. G. y Francisco Trombetta.
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