Pocos tienen tantos pergaminos como Javier Daulte (55), si de teatro se trata. Distinguido, entre otros premios, con el Konex de Platino como el mejor director de la década 2001-2010, es respetadísimo en la Argentina y también en Barcelona, donde dirigió la Sala Villarroel durante cuatro años.
Como dramaturgo, es el autor de éxitos de la talla de Criminal o La felicidad. Como guionista de televisión, brilló en producciones de Pol-ka como Para vestir santos o Silencios de familia. Y como director, se lució en Baraka y Amadeus, por nombrar un par, además de la actual Los vecinos de arriba.
Claro que la obra de la que Daulte se siente más orgulloso es de su hijo Agustín (22), quien decidió seguir sus pasos, pero sobre el escenario. Hoy unieron sus caminos en el Espacio Callejón (Humahuaca al 3700, CABA) en Valeria radioactiva, escrita y dirigida por Javier y con Agustín en el elenco, quien ya supo demostrar su talento en El origen, Hidalgo o Up, la fórmula de la felicidad.
–¿Cómo fue que decidiste dirigir a tu hijo?
Javier: Desde que Agustín eligió ser actor, sabíamos que esto iba a suceder en algún momento. Pero también, que antes debía hacer experiencias con otros directores para no quedar pegado a su papá.
Agustín: Mi debut fue cuando estaba en séptimo grado. Mi papá, junto a Sandra Gugliotta, escribió En nuestros corazones para siempre, un telefilm para Canal 7, donde yo era el hijo de Verónica Llinás. Ahora, diez años después, volvemos a encontrarnos.
–¿No se mezclan los roles personales y profesionales?
J: Al principio fue raro, lo admito. Pero yo no hice a Agustín a mi medida. Pese a su juventud, es muy profesional. Y si surgían temas en los ensayos, los resolvíamos ahí, no los llevábamos a casa. En el teatro se mezclan siempre lo humano, lo afectivo y lo laboral. Además, María Onetto y Jorge Díaz, que también están en Valeria radioactiva, son casi familiares nuestros… ¡Conocen a Agustín desde que tenía cuatro años!
–¿Decidiste ser actor para acercarte un poco más a tu viejo?
A: Nunca lo pensé así; cuando tuve aquella experiencia en televisión, no entendía demasiado, era muy chico. Por recomendación de papá, empecé a estudiar con Gerardo Chendo y Graciela Stéfani, como un hobby. Después, Silvia Gómez Giusto me llamó para hacer El origen en El Portón de Sánchez. Entonces fue que me dije: "Acá hay algo. No sé qué es, pero quiero esto". Y me anoté en la Universidad Nacional de las Artes. Me quedé pensando en tu pregunta… Tal vez lo hice para acercarme más a él, sí… Mi mamá –Kate Rosas– es psicóloga como papá, pero fue el teatro lo que me atrapó.
J: Yo crié a Agustín como mis viejos lo hicieron conmigo. Ellos me dieron libertad, confianza y responsabilidad, y casi sin darnos cuenta, junto a su mamá, hicimos lo mismo con él.
–¿Cómo fue el vínculo entre ustedes durante los primeros años?
J: Me separé de su madre cuando él tenía cinco años, y para colmo viajaba mucho a España. Le estoy inmensamente agradecido porque ocupó muy bien el lugar de papá y mamá. Es imposible ser buen padre si al lado no tenés una buena madre, y viceversa. Hoy Agustín vive casi el 80 por ciento del tiempo en mi casa, y nos encanta compartir muchas cosas.
A: Lo que más disfruto de vivir en lo de papá es poder tener nuestros propios espacios.
J: Tenemos sensibilidades parecidas; nos escuchamos y congeniamos muchísimo, aunque somos muy cabezaduras: cuando nos peleamos, lo hacemos muy mal y quedamos heridos. Las discusiones con su mamá son más tranquilas…
–¿Qué momentos seleccionarían de sus veintidós años juntos?
J: Las vacaciones en Mar Azul, un viaje que compartimos a Sudáfrica y Estambul; cuando hicimos el telefilm para Canal 7, lo acompañaba a jugar al fútbol o a los torneos de ajedrez.
A: También recuerdo mucho el viaje a España, cada vez que se pone hacer un asado y cuando se casó con Federico (Buso, 40, quien actualmente integra el elenco de Siniestra, obra que también dirige Javier Daulte en el Espacio Callejón).
–¿Cómo le contaste que te ibas a casar con Federico?
J: Al principio no quería tirarle ningún paquete, pero Agustín tiene una cabeza muy abierta y se lo tomó de manera natural.
A: Para mí no fue una sorpresa… Ellos estaban juntos hace trece años y me encantó que me eligieran para que fuera el testigo de su casamiento.
J: Yo no me arrepiento de ninguno de mis dos matrimonios. Cuando me casé con su mamá, todavía no había cumplido 30 años, y la segunda vez, tenía 52. Con Federico nos casamos porque queríamos celebrar la solidez de nuestro amor. Se demoró porque primero no se podía y después pensamos que no era necesario. En una época fantaseamos con adoptar un hijo, pero la ley no nos lo permitía, y ahora siento que estoy grande para eso; ya no tengo ganas de cambiar pañales. Hoy disfruto la vida que tengo y así soy feliz, muy feliz.
Por Pablo Procopio.
Fotos: Fabián Mattiazzi.
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