Llega puntual e impecable. Viste traje negro, camisa blanca y corbata a rayas. Hugo Alconada Mon (44) se sienta en una de las mesas del bar Plaza Dorrego, de cara a la puerta de entrada y, mientras se desabrocha el saco, desliza: "Este es el lugar ideal para ubicarse, porque te da una vista total de quién entra y quién sale del lugar".
Abogado, prosecretario de redacción del diario La Nación y especialista en investigaciones sobre corrupción, lavado de activos y fraude corporativo, habla acerca de los riesgos que, con frecuencia, le impone su oficio. "Trato de tomar ciertas pautas de seguridad. Por ejemplo, tengo dos teléfonos. Uno habitual, que conservo hace nueve años, y un segundo que cambio cada quince días y que, además, está encriptado. Eso significa que si tratan de pincharlo no van a poder", explica el ganador del premio María Moors Cabot 2018 de la prestigiosa Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia.
En su rutina laboral –asegura– no hay un día igual al otro y ésa es una de las cosas que más le gustan. Riguroso y metódico, actualmente tiene cerca de veinte investigaciones en curso, para las que intenta tener entre tres y cinco reuniones diarias con diferentes personas –desde una jueza o un fiscal hasta la "chusma" del barrio–, a quienes escucha y toma como "radares".
Respetado por sus colegas, Alconada Mon se define a sí mismo como un tipo "obsesivo compulsivo".
El proceso de producción de su quinto libro, La raíz de todos los males (Planeta), da cuenta de ello: veinte años de acumulación de datos; dos de sistematización; seis "peer reviews" (revisiones hechas por colegas); dos verificadores de datos; tres abogados y seis borradores. El resultado: 490 páginas, divididas en trece capítulos, con una bibliografía que enlista más de cien títulos. A tres semanas de salir a la calle, y para su sorpresa, está entre los más vendidos del país. "No lo esperaba –asegura Hugo–. Para mí no era el momento de publicarlo, por varias cuestiones. Para empezar: el contexto económico que atraviesa el país. En segundo lugar, porque es un libro incómodo. No es ni antikirchnerista ni antimacrista: me la agarro con todos. Por último: hay que tener muchas ganas de volver a tu casa después de un día de trabajo y ponerte a ver todo esto".
–En el primer capítulo habla del financiamiento electoral como el pecado original. ¿Piensa que los políticos se postulan para robar?
–No necesariamente, pero… Mirá, yo soy de La Plata y tuve la oportunidad de hablar con tres precandidatos a intendente. Antes de la devaluación, para hacer la campaña necesitaban tres millones de pesos que, en ese momento, eran 500 mil dólares. Suponte que me agarran ganas de ser candidato: vendo mi casa, el auto, agarro los ahorros que no tengo y doy vuelta a todos mis amigos. Paso las primarias… ¿y después? Tengo que empezar a pasar la gorra por los empresarios. Y esos empresarios ¿por qué me van a dar dinero? ¿A cambio de qué? Para este libro terminé reuniéndome con los jefes de campaña de los últimos veinte años y, en particular, con los equipos de campaña de Mauricio Macri, Daniel Scioli y Sergio Massa. Son ellos los que me cuentan que los números superan la realidad.
–¿Hay poco control?
–En la legislación argentina, a diferencia de la de otros países de América latina, el candidato no es responsable. Ergo, se limita a hacer campaña y punto. En otros países, como me explicó Daniel Zovatto (politólogo y jurista, experto en financiamiento político, sistemas electorales y procesos democráticos) en una entrevista, es el responsable, y la sanción máxima que le cabe es la impugnación de la candidatura o la pérdida del cargo que ganó. Acá, lamentablemente, el sistema está diseñado para que los equipos de Macri o de Scioli ni siquiera pongan a los responsables financieros como responsables ante la Justicia Electoral. Recién ahora la Cámara Nacional Electoral acaba de pedir rendiciones de cuentas de lo que fue la campaña 2015. ¿Sabés cuántas personas integran ese cuerpo? Siete. Siete personas que tienen que encargarse de revisar todos los aportes y gastos de campaña, de todos los candidatos, en todos los ciclos electorales. Esos mismos siete tuvieron que hacer un expediente administrativo para conseguir una fotocopiadora. Los tipos son buenos, pero la situación los supera.
–¿Se anima a trazar un recorrido del sistema de corrupción por los diferentes gobernantes que tuvo nuestro país?
–(Piensa) Es muy difícil hacer generalizaciones. Justamente por eso el libro se llama La raíz: esto es algo que pasa por debajo de la superficie. A partir de lo que fui reconstruyendo y de los libros que leí, la sensación es que la corrupción ha tenido distintas características según cada gobierno. En el de Raúl Alfonsín, por ejemplo, hubo hechos aislados y algunos muchachos que te pedían para la campaña y el partido. El gobierno de Carlos Menem, en cambio, se caracterizó por el fenómeno de las privatizaciones. La Alianza duró muy poco y se chocó con el tema de las coimas en el Senado. Con el kirchnerismo hubo una práctica nacida en Santa Cruz, que se expandió a la Nación. A diferencia de Menem y De la Rúa, que pedían porcentajes, acá el eje fueron las acciones por los ingresos. Para cerrar, en el gobierno de Mauricio Macri el principal problema es el del conflicto de interés, que implica estar de los dos lados del mostrador.
–¿No se salva nadie o hay excepciones?
–Es difícil dar una respuesta, porque todos conocemos empresarios dignos, periodistas dignos, políticos dignos. Más de una vez me han dicho: "¿Por qué no das nombres?". Si yo digo quiénes son los políticos dignos, automáticamente van a creer que son fuentes mías. De hecho, por lo general hablo con los piratas, no con los honestos. Es más: mucha de la mejor información me la dan los tipos a los que llamo para que se defiendan.
–¿Cree en la honestidad de esas personas?
–Tengo que darles el derecho a que me den su versión de los hechos.
–¿Cómo ve a Cristina? ¿Y a Macri?
–Con Cristina, lo que está saliendo a la luz es que ella podría decir que no sabía de la existencia de los bolsos con plata, pero –a través de los arrepentidos– se verifica lo contrario. Ejemplo: Claudio Uberti decía que le llevó bolsos con pesos a Néstor y que Néstor se calentó porque no eran dólares; pateó los bolsos y empezaron a volar los billetes por el despacho presidencial, donde también estaba Cristina. Y Macri me hace acordar al momento en el que Tom atrapaba a Jerry y le aparecían un ángel y un demonio de cada lado, y no se decidía a quién escuchar.
–En el libro dice que sólo es posible cambiar un sistema putrefacto de corrupción como el brasileño, el italiano o el argentino con presión social. ¿Es así?
–Absolutamente. Cuando los argentinos mostramos unión, por ejemplo en la marcha del silencio por María Soledad en Catamarca, que terminó tumbando al régimen feudal de los Saadi; o cuando mataron a José Luis Cabezas y terminamos con un Alfredo Yabrán prófugo. Lo mismo ocurrió con las movilizaciones por la 125 o por la Ley de Aborto. Cuando la sociedad se moviliza, mete presión y obliga a la clase política a reaccionar. Con presión ciudadana se puede cambiar el sistema de corrupción.
Por Flor Illbele.
Fotos: Alejandro Carra.
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