"A la mayoría de las que estamos acá nos pasó hace rato esto de la violencia de género. ¿Quién no se comió varias trompadas y terminó en el hospital o deformada en su propia casa? Lo bueno es que ahora se habla del tema y eso va a evitar que muchas chicas terminen en un cajón", reflexiona Elsa, de 34 años, presa desde hace dos en la Unidad 47 de José León Suárez –de población mixta: no comparten pabellones ni celdas, pero sí espacios comunes de recreación– por venta de estupefacientes, un flagelo que viene multiplicándose en los últimos años. Son mujeres que terminan comercializando drogas porque sus maridos o parejas las inician en eso. Léase: en lugar de conseguir el pan de cada día, los hombres obtienen la cocaína de cada día.
El actor Alejandro Fiore la escucha atento junto a sus colegas Bárbara Groppa y Mónica Salvador. Los tres acaban de presentar La última vez en la prisión, ante 300 internos que los aplaudieron de pie. "Es una obra de fortísimo compromiso social, que invita a la reflexión y a la acción sobre la violencia de género". En la trama se abre el telón a la intimidad de una relación de vínculos enfermizos que se van gestando en silencio y a oscuras.
"¿Quién es quién cuando las puertas de una casa se cierran? ¿Cuál es el motivo desencadenante de los malos tratos?", se preguntan los actores, que a medida que desarrollan su trabajo sobre el escenario se infectan con mentiras e hipocresías. "Abrí los ojos o quitate la venda. Hacete cargo de que ésta sea la última vez", es la propuesta.
Durante una hora y media se genera un clima increíble en el SUM –Salón de Usos Múltiples del penal-, donde muchachos y chicas muy jóvenes, detenidos por las causas más diversas –robo a mano armada, asesinato y venta de drogas, las más comunes– se emocionan y aplauden de pie.
"Hoy me hicieron sentir libre –comenta Ezequiel (23), preso por robo–, porque a pesar de estar detrás de las rejas, nosotros también somos personas. Nos hace bien tomar contacto con el mundo exterior y ésta es una forma: ayuda a concientizar. Les agradecemos a los artistas haberse tomado la molestia de visitarnos".
Mariel (32) –condenada por comercialización de estupefacientes– también aporta: "Sentí lo que vi en carne propia. Me identifiqué en Laura (una de las protagonistas de la obra). Sufrí violencia de género durante diez años. Fue horrible. Me dejaba a la miseria".
Ricardo, un interno de tan sólo 21 años –con una causa por venta de paco–, recuerda que "el maltrato a las mujeres es algo que pasa. Le ocurrió a mi vieja por años y nosotros no nos dábamos cuenta. Por suerte ella se animó a denunciarlo. Esta obra impulsa a que no nos quedemos en silencio. Explica que hay que hacer algo para solucionar las relaciones enfermizas".
Además de ser autora de la obra, Mónica Salvador se pone en la piel de Laura, una mujer sometida por la violencia: "El mío es un personaje al que permanentemente su pareja la hace sentir culpable de todo, aunque el único responsable de la degradación que sufre ella es él y no otro. Me emocionó la receptividad de la gente. Era un desafío para nosotros".
Bárbara Groppa todavía tiembla luego de actuar: "Es que la obra es fuerte y nuestra responsabilidad de hacerlo bien, acá en la cárcel, es doble, porque debíamos lograr que durante una hora y media se sintieran libres para pensar sobre lo que estaban viendo y sintiendo".
A un costado, Alejandro Fiore no para de firmar autógrafos, que vendría a ser como la selfie del pasado, recurso al que acuden los y las detenidas porque no pueden tener teléfono celular tras las rejas: "Fue muy fuerte actuar acá. Por el compromiso y el respeto que sentimos por la gente que está presa, fuera del alcance de todo. Queríamos que nuestra tarea les llegara al corazón. Y la respuesta fue conmovedora de parte de las mujeres y también de los hombres, una experiencia extraordinaria que no te la da ni el mejor teatro del mundo".
Terminada la obra, los internos dialogaron en un taller con asistentes sociales, docentes y psicólogos. Nos quedamos con la reflexión de Alfredo, un chico de la calle de apenas 19 años: "Prefiero no decir por qué estoy acá. Mi papá le pegaba a mi mamá hasta que se cansaba. Todas las noches me iba a dormir pensando que la mataba. Acá en la cárcel no hay día que no recuerde eso. Por suerte se separaron y se acabó la tortura. Hoy lloré mucho con la obra. Pero sirve para tomar conciencia y que el que levante la mano sepa que la va a tener que pagar".
Por Miguel Braillard. Fotos: Fabián Mattiazzi.
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