Arturo Puig (73) aguarda detrás de la puerta, pero su perrita Luna (una Westie blanca que lo acompaña hace doce años) se anticipa y sale a recibir al equipo de GENTE. El living es amplio, tiene dos sillones (uno en forma de "L" y otro de cuatro cuerpos), un televisor y varios espejos. Hay, además, una biblioteca donde están expuestos los galardones que le han otorgado a él y a su esposa desde hace más de 40 años, la actriz Selva Alemán (73).
Más adelante, un ventanal de vidrio deja al descubierto el jardín: un refugio verde con pileta y parrilla que cobra vida durante el verano. Pero ahora estamos a fines de agosto y el frío no quiere irse. Puig acaba de recuperarse de una faringitis y se prepara para continuar con la seguidilla de funciones de El vestidor que, desde el mes de mayo, realiza de miércoles a domingo en el Paseo La Plaza junto a Jorge Marrale. "Es un gran profesional. Hace dos años hicimos Nuestras mujeres, con él y Guillermo Francella, y nos llevamos muy bien. En El vestidor estamos casi todo el tiempo en escena los dos solos, así que dependemos mucho el uno del otro", explica.
–Qué disfrutás más: ¿dirigir o actuar?
–Son cosas parecidas y, a la vez, distintas. Actuar es estar arriba del escenario, requiere poner el cuerpo. En cambio, dirigir es una función más global. Tenés que pensar en la escenografía, las luces, el vestuario, los personajes… Pero tiene una ventaja: no tenés que ir al teatro todos los días (risas).
–¿En algún momento quedás satisfecho o una obra es infinitamente perfectible?
–(Piensa). Siempre hay alguna cosita para corregir. Como director, uno puede sugerir pero, en realidad, hay un momento en que la obra pasa a ser de los actores. A veces hacen algo que no es exactamente lo que vos querías y en el público tiene una repercusión bárbara… entonces lo dejás.
–Además de Sugar, ahora te ofrecieron dirigir Hello, Dolly!, una de tus primeras obras de teatro. ¿Recordás cómo era el Arturo de ese momento?
–¡Era un pibe! Fue en 1967: tenía 23 años. Me dieron un personaje chico, pero lindo. Yo estaba fascinado. No sólo por el género musical, que me encantaba, sino porque iba a compartir escenario con Libertad Lamarque y un montón de otras figuras en el teatro Odeón. Fue una muy buena experiencia. ¿Si tuve miedos? Claro que sí. Daniel Tinayre era un director muy exigente: todo el mundo le tenía terror. Conmigo, por suerte, se portó bárbaro. Ahí lo conocí a Ricardo (Darín). Su mamá trabajaba en la obra y los traía al teatro a él y la hermana. Era un nene de diez años que usaba pantalón corto.(risas).
–¿Cómo vivís los preparativos para el reestreno de esta pieza tan icónica?
–Estoy muy entusiasmado. Volver al teatro con Hello, Dolly! es mágico. Es un clásico de las comedias musicales. La gran candidata para el rol central es Natalia Oreiro. Ya le acercamos la propuesta, ahora estamos esperando su respuesta.
–A lo largo de tu carrera hiciste más de cuarenta tiras en tevé, una veintena de películas en cine y una decena de obras de teatro. Sin embargo, tu personaje en ¡Grande, Pá! fue el que marcó un antes y un después. ¿Qué significó para vos protagonizar esa tira?
–Una satisfacción inmensa y, también, un orgullo. Llegamos a tener 60 puntos de rating. Se había formado un equipo entre los actores y los técnicos y nos divertíamos como locos. Yo deseaba ir a grabar el programa. Creo que parte del éxito fue gracias a eso: las cosas estaban tan bien adentro del set que eso trascendió la pantalla. Aunque pasaron más de 25 años, hay gente que cuando me reconoce en la calle me grita: "¡Grande, Pá!". Se convirtió en una especie de saludo.
–En una nota contaste que después de ese protagónico estuviste como tres años sin trabajar; incluso, llegaste a pensar que se te había terminado la carrera. ¿Fue para tanto?
–Sí. Tuve un momento en que el personaje me empezó a pesar. Estaba tan identificado con el papel de ese padre bueno, que sólo me ofrecían cosas similares. Con el tiempo, terminó resultando positivo porque aproveché para hacer teatro y me di el lujo de interpretar un montón de obras emblemáticas.
SU AMOR, SU COMPLICE Y TODO. La charla con Arturo transcurre con normalidad hasta que, de pronto, aparece Selva Alemán en el living. Disculpas mediante, la actriz le avisa a su marido que está lista para irse. "No creo que nos crucemos, porque tengo para horita y media con el dentista. Después te llamo", promete. Él la mira con ternura y suelta un: "¡Dale!".
La escena es el puntapié para hablar de la relación que tienen hace más de cuarenta años y que empezó, como no podía ser de otra manera, mientras grababan una novela. "Yo había terminado Carmiña en Canal 9 y Alejandro Romay me propuso hacer otra. Selva estaba como retirada y él tenía ganas de hacerla volver y que hiciéramos pareja. Yo la admiraba mucho: la había visto en teatro y me encantaba. Cuestión, empezamos a filmar y nos enganchamos", cuenta Puig.
–Hace poco confiaste que, en un momento, con Selva decidieron no trabajar más juntos para evitar las peleas. ¿Son muy temperamentales?
–No sé si muy temperamentales; lo que nos pasaba es que estábamos grabando una escena y yo le decía: "Me parece que eso no lo hacés bien". Se armaba una pelea que no terminaba nunca, porque después seguíamos en casa. Por eso decidimos no trabajar más juntos: sentíamos que nos íbamos a separar. Hasta que nos ofrecieron protagonizar Cristales rotos, una obra extraordinaria de Arthur Miller. ¿Y qué pasó? Ninguno de los dos quería perderse el papel. Después hicimos varias cosas más juntos y no tuvimos más encontronazos. Supongo que ha sido porque los dos maduramos como personas y actores. Cuando nos decimos algo lo hacemos de manera constructiva.
–El año pasado celebraron cuatro décadas juntos: ¿cuál es el secreto de esa continuidad?
–No hay secreto. Con Selva, aunque no haya trascendido, tuvimos muchas peleas y separaciones a través de los años. Ahora estamos más adultos y tenemos una muy linda convivencia. Nos gusta viajar, nos divertimos mucho.
por Flor Ilbelle
Agradecimientos:
Morena López Blanco de We Prensa
(weprensaycomunicacion.com).
Makeup: Agus Guerreiro (@makeupbyagusg)