El primer beso, hace casi dos décadas, se lo dieron en el cine. "Bien de novela, ¿no?", se ríe Pablo Trapero (46), mientras Martina Gusman (39) lo acompaña con la mirada cómplice. "Estábamos viendo Naikor, un mediometraje que hice después de Mundo grúa. Trabajábamos juntos en esa época y, bueno, se dio así", agrega el director, uno de los más prestigiosos de la Argentina.
En ese largo camino que llevan recorrido, los nacimientos de Mateo (16) y Lucero (2) marcaron los puntos de inflexión más significativos. Y las películas que compartieron, claro, desde Nacido y criado (2006) hasta La quietud, que se estrena el jueves 30. Como ante cada filme de Trapero, subyace una enorme expectativa.
Y la presencia de Martina, ya consolidada como una de las más talentosas de su generación, agrega una cuota extra. Un elenco de lujo cierra el círculo: además de Gusman, aparecen la franco-argentina Bérénice Bejo (Mejor Actriz en el Festival de Cannes en 2012 por El artista, filme que luego ganaría el Oscar), Graciela Borges (brillante en su papel), el venezolano Edgar Ramírez (fue Gianni Versace en la reciente serie sobre la vida y la muerte del diseñador italiano) y Joaquín Furriel. Los fieles seguidores de Trapero encontrarán otros matices en La quietud, un thriller con drama, erotismo, suspenso y una atmósfera cargada, que lleva al espectador al límite (y lo interpela constantemente). Imperdible estreno, que corona este inédito súper agosto del cine argentino que, con El Angel, Mi obra maestra y El amor menos pensado, este último fin de semana tuvo tres películas entre las cuatro más vistas.
–¿Cómo nació el proyecto de La quietud, que los volvió a juntar en una película?
Pablo: No trabajábamos juntos desde Elefante blanco (2012). Quería buscar caminos nuevos y La quietud nace como el lado B de El Clan: una estructura familiar cerrada, en este caso, de mujeres. Retomamos una idea que nació hace mucho, cuando Martina era jurado en Cannes. Ahí conocimos a Bérénice y todos resaltaban el parecido entre ambas. "Un día voy a hacer una película en la que actúen de hermanas", les dije, un poco en chiste y un poco en serio. Con Graciela Borges pasó lo mismo: la imaginé en una película como madre de Marti. Y se dio.
–Además de director sos guionista. ¿Cómo nace un libro, cuál es el proceso?
P: En cuanto a Martina, quería que su personaje fuera diferente a todo nivel. Y hablamos mucho en esa etapa del guión, pensando en la historia.
Martina: Es un personaje que pareciera pasivo y en realidad es el que va activando y disparando lo que pasa.
–La película tiene un tono muy especial, un ritmo que va creciendo y que casi incomoda al espectador.
M: Juega todo el tiempo con ese contrapunto: la inquietud que está debajo de la quietud. Intentar mantener las formas, para que no explote todo lo que tiene que explotar. La diferencia con las películas anteriores de Pablo es que, en apariencia, todo es hermoso: la familia, el campo, el paisaje… El siempre hizo un cine más oscuro, si se quiere. Y lo similar tiene que ver con la intensidad de las relaciones, el sentir a los personajes con la fuerza que caracteriza a todas sus películas.
–¿Sos de opinar en el proceso de guión?
M: ¡Lo que él me deja, ja ja!
P: ¡En ésta opinó un montón!
M: Sí, sí. Cuando Pablo vino con la propuesta de volver a trabajar juntos, teníamos ganas de compartir la experiencia de debatir. Como actriz me encanta proponer lo máximo que me permita el director. Nos tenemos mucha confianza y puedo decirle todo lo que pienso, sin filtro, para que tome lo que le sirva.
–¿Y es bueno o malo que sea tu marido?
M: Siempre me parece bueno. Porque hay un nivel de confianza, intimidad y entrega… Incluso cuando hacemos una escena: si veo que se muerde el labio, sé que le está gustando, ja ja. Hasta el lenguaje corporal le conozco.
–¿Sos de hacer muchas tomas?
P: Depende. Cuando no estoy seguro, sigo hasta encontrar lo que busco. Hay veces que sale rápido, pero sigo filmando para conseguir variantes. Por ejemplo, si la escena tiene un tono más oscuro o dramático, probamos una más liviana.
M: Pablo también es su propio montajista, así que va pensando la edición mientras filma.
–Del Trapero de Mundo grúa a éste, veinte años después, ¿qué hay de distinto y qué no cambió?
P: ¡Que estoy veinte años más viejo! En relación a la manera de trabajar, no cambié mucho. Me encanta lo que hago, lo disfruto… A veces te preguntan por "la presión de que esperen tu película". Y para mí eso no es presión, sino un estímulo. Me siento un privilegiado.
–¿Esa expectativa no te pone nervioso?
P: Lo pienso, pero no me paraliza ni me angustia. Al revés. Con Mundo grúa fue tan fuerte lo que me pasó, que también surgió la pregunta: ¿y ahora qué hago? Pero es simplemente filmar otra película. Y luego otra.
M: Por ahí, en estos años ganó en claridad para transmitirles ciertas cosas a los actores. Pero en algo es exactamente igual: su nivel de pasión y compromiso se mantiene intacto. Me sorprende, incluso comparándolo con otros directores. Siempre tiene claro lo que quiere, es híper obsesivo… Busca la perfección.
–¿Te tienta llegar a dirigir alguna vez, Martina?
M: No. Siento que el trabajo de director es muy solitario. Como que hay algo del peso de la última decisión, para lo bueno y lo malo. Yo soy más del trabajo en equipo, como productora o actriz. Esa angustia del director… No podría con ella…
–¿Es así, Pablo? La angustia, la soledad…
P: Y… dirigir no es, justamente, lo que todos se imaginan. Eso de "¡acción!" o "¡corten!". Lo más difícil es que todo el tiempo estás reordenando, repactando… La cantidad de decisiones que tomás en una película es imposible de medir. Siempre doy el mismo ejemplo: tenés que hacer una escena de amor, y el actor soñado, el que pensaste veinte años para ese rol, justo acaba de separarse en la vida real. Y ahí, por más profesionalismo que haya… Hay miles de ejemplos similares. Todo el tiempo tenés que controlar tu frustración. La película es una idea abstracta, entre lo que hay en tu cabeza y lo que tenés en realidad. Yo admiro mucho a los actores, eh. Ese botón que presionan como si nada: hace un minuto ella se estaba riendo; y ahora, porque la escena lo pide, llora de angustia. Ese ejercicio de desdoblamiento me sigue impresionando.
–¿Van juntos a ver películas?
M: Ahora, con Lucero se nos complica.
P: Tenemos una salita de cine en casa, acustizada y todo.
M: Ahí sí vemos. Pero ajustándonos a los horarios de la nena.
–¿Y a Mateo le gusta el cine?
P: Le encanta. Se ve una peli por día.
M: También le da por el lado de la música. Toca la batería, el saxo, el ukelele, la armónica…
–Y, como pareja, ¿cómo mantienen esa chispa y esa complicidad?
M: Creo que compartir esto es uno de los motores. El amor que tenemos por lo que hacemos tiene que ver con un estilo de vida. Ese nivel de comprensión, de entender la pasión del otro…
P: También discutimos, justamente porque estamos en lo mismo. ¡Las peleas por un personaje pueden motivar un divorcio, ja ja! Esto nos apasiona. Y trabajamos juntos porque nos gusta.
Por Eduardo Bejuk.
Fotos: Maximiliano Vernazza, archivo Atlántida, cortesía Matanza Cine y Alejandra López.
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