Desde el 18 de febrero de este año, Sofía Pascual –que tiene apenas 21 años– se baña con el agua de lluvia que juntan en tanques ella y las voluntarias de la escuela de la Congregación de Jesús María del pueblo de Gwo Mòn, en Haití.
Y se ilumina gracias a unos paneles solares, porque no hay luz eléctrica. Viajó para ayudar, y si el auxilio que debe dar sucede de noche, mejor que ardan las pequeñas fogatas que hacen con la basura que abunda en las calles. Pero además de dar una mano, Sofía hace germinar –en el país más pobre de América– ese entramado de amor que en Argentina fundó Juan Carr, que ya está en 23 países y se llama Red Solidaria. Para él, Sofía "expresa lo mejor de esta generación, que tiene otra mirada de la realidad. No sólo se emociona con los necesitados: también se compromete".
Por estos días lleva adelante su primera campaña: quiere juntar útiles escolares para los chicos de este poblado de siete mil habitantes, ubicado a cuatro horas de marcha desde Puerto Príncipe, la capital. Sabe que no es sencillo: "Para que funcione, como en Argentina, es imprescindible que la gente se comprometa. Si no, sería yo sola yendo a una escuela. Pero hay una fuerte conciencia de solidaridad. Por poco que tengan, los haitianos se ayudan. Arrancamos con útiles escolares. Veré si funciona y cómo podemos hacerlos entrar".
En el colegio donde vive no hay televisor: ese dinero lo invirtieron en una buena señal de wifi. Vía WhatsApp, entonces, se dio la charla.
–¿Cuándo empezaste con el trabajo solidario?
–A los 15 años arranqué dando apoyo en un barrio vulnerable cerca de casa, en Bella Vista. Iba al Colegio Jesús María, que tiene una misión en el Chaco durante el invierno. Cuando cumplí 18 volví como voluntaria en una colonia de verano que también organiza la Congregación. Fui tres años seguidos y ahora vine acá.
–¿Por qué Haití?
–Por el mismo programa ofrecí irme por más tiempo y a otro país, dejando a criterio de ellos el lugar. Me ofrecieron Haití y acepté. Acá, la Congregación tiene un colegio, que es donde vivo.
–¿Cómo te relacionaste con Juan Carr?
–Lo conocí a través de su programa Líderes para la Comunidad. El siempre recuerda una reunión que tuvimos en River, cuando lanzó la iniciativa. Ahí nos pasamos los teléfonos.
–¿Con qué te encontraste en Haití?
–Lo que más me impactó es la diferencia cultural, el trato entre las personas y hacia la mujer. Cuando llegué, me quedé en una casa de religiosas en la montaña para aprender creole, el idioma nacional. Allí vi algo que me conmovió. Se usa un término, "rest avec (quedarse con)", que remite a la esclavitud infantil. Hay familias muy pobres que entregan a sus hijos a otras más pudientes, para que les den educación y comida. En algunas familias el chico tiene una vida mejor y sale adelante; en otras, abusan de tener control sobre alguien por quien no tienen que pagar.
–Hablabas del trato hacia las mujeres. ¿Cómo es?
–Acá el hombre tiene la batuta. Puede tener más de una esposa, siempre que pueda mantenerlas. Las mujeres son más un objeto que personas. Y hay diferencia entre cómo me tratan a mí, que soy blanca, y a una haitiana. Eso genera un poco de celos o envidia de las mujeres locales hacia las extranjeras.
–¿Tuviste algún problema?
–Nunca, por suerte. Todos saben que el "boss", como llaman al jefe de la ciudad, cuida a los voluntarios y prefieren evitar problemas. Pero todo el tiempo escucho "me gustas", "te amo", "¿cuándo nos casamos?"… Yo estoy de novia, pero a veces digo que estoy casada y tengo un hijo. Y como ahora entiendo más el creole, me doy cuenta de que a veces me gritan cosas feas, como "andate a tu país" o "¿qué hacés acá?". Pero más de eso no pasó.
–¿Y la pobreza?
–Hay gente que no tiene nada. Te ven y te piden algo, lo que sea. Otros van al mercado y compran ropa, como en cualquier parte. En general es un lugar en el que tienen tan poco, que se puede hacer mucho. Sobre todo en educación. La formación de los docentes es muy pobre. Hay muchos analfabetos, que no saben ni escribir su nombre. En salud hay carencias. La gente toma agua que no es potable. Acá llegan donaciones y los doctores no saben cómo usarlas. Y a veces hay otro desequilibrio: donan mucha comida y eso repercute en los comerciantes de alimentos, que no venden. O con la ropa; trajeron tanta, que la venden usada en el mercado. Así, se perdió la vestimenta local. La ayuda, si no está bien direccionada, se extravía.
–¿Cómo es tu día a día?
–Vivo en una casa para voluntarios. Trabajo en el proyecto de la escuela. También hay uno de agronomía y otro de agua potable. Y uno de fútbol, que pidieron los chicos. Arranqué dando clases de inglés. Ahora sugerí hacer jornadas docentes y formarlos para el jardín de infantes, que tiene que mejorar muchísimo.
–Sos muy chica. ¿Qué te dijeron en tu casa cuando dijiste que te ibas para Haití?
–Somos cinco hermanos; yo soy la segunda. Cuando conocí a mi novio, él ya sabía que me venía para acá, por ejemplo. La vamos llevando bien, aunque al principio costó. El viaje acá me lo pagué yo: trabajé para conseguir el dinero. Como cumplí 21, no me pudieron decir que no. No es que les encante que esté en Haití ahora, pero me apoyan y se preocupan.
Por Hugo Martin.
Fotos: Album personal de Sofía Pascual.
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