Claudia Sobrero (hoy de 55 años) era una chica indomable. Llevaba la rebeldía en sus vísceras, lo que la impulsó a saltar una y otra vez cualquier valla que apareciera en su camino. Y aunque no fue su fuerte, su vida era un escape constante.
Su primera fuga fue a los catorce. ¿A dónde? Huyó de su casa, siguiendo a un amor prohibido. Ella 14; él 20. Era otra época. Convencieron a sus padres, se casaron, y en el '79 tuvieron a María Victoria, pero al poco tiempo se separaron. Claudia quedó despechada. Y eso se traducía en furia. Su poder de seducción era letal. Tanto que una tarde en Mar del Plata convenció a su nuevo amor (Jorge Palacio, 36; ella 21) de atropellar a su ex y huir.
Pero la cosa no quedó ahí: fue in crescendo. Un tiempo después lo indujo (o lo acordaron) a que le robara a su abuelo de 81 años. ¿El botín? Nueve mil dólares. ¿La víctima? El talentoso Lino Palacio, dibujante, caricaturista, pintor, guionista y publicista. Es ahí cuando el nombre de Claudia Sobrero empieza a meterse entre los crueles criminales de la historia argentina. Pero falta el gran atraco…
DE TERROR. La escena del crimen bien podría formar parte de un relato de Edgard Alan Poe. O una película de Tarantino: dos sillas rotas, una mesa ratona destruida, un sillón volcado y los bocetos del dibujante por toda la casa. Las paredes y los pisos bañados en sangre. Y los cuerpos de Lino Palacio y su mujer, Cecilia Pardo de Tavera de Palacio, sobre el suelo del gran living de Callao al 2000.
¿La fecha? La madrugada del 14 de septiembre de 1984. Hay un plan. "El viejo se va a dormir temprano y su mujer está sorda. Les vaciamos la caja fuerte sin que se enteren", les dice Claudia Sobrero a sus cómplices, Pablo Fernando Zapata y el chileno Oscar Odín González Muñoz, que además es su amante.
Pero "el viejo", como llamó Claudia al creador de Don Fulgencio, está despierto, porque prepara una conferencia para el lunes 17. "¡Sacame a estos zaparrastrosos de acá", le grita a la mujer de su nieto cuando ve que uno de sus amigos lleva un arma. Todo se desmadra en cuestión de segundos. Los secuaces de Claudia se le tiran encima, pero Palacio –más que de dibujante– tiene manos de leñador.
Primero se saca de encima a Zapata y después a González Muñoz, que lo traba con una silla. El hombre de 81 años (que había sido un gran atleta a lo largo de su vida) los tiene controlados, hasta que siente un fuego desde atrás: Claudia lo atraviesa por la espalda con un cuchillo. Palacio sigue peleando hasta que otra puñalada termina por matarlo. Por las dudas, su "nieta política" le asesta otras 25 para asegurar la macabra empresa. Minutos más tarde será el turno de su mujer, Cecilia, que muere por otras 16 estocadas.
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Sobrero, Zapata y Odín se fueron a celebrar a un pool de Santa Fe y Pueyrredón. Ahí se habían conocido cuatro años antes, y por esas calles habían empezado a organizar sus primeros robos. A esa altura, a González Muñoz lo seguía una orden de captura. El sábado por la mañana, Claudia empeñó las joyas de la esposa de Palacio y repartieron los cuatro mil dólares del botín, mucho menos de lo que esperaban.
En el medio, Jorge Palacio empezó su operativo despiste y preguntó por su esposa. Unos días después caería preso como cómplice y facilitador: fue quien entregó las llaves del departamento y la caja fuerte.
Ese mismo sábado, Claudia y su amante chileno se subieron al Estrella del Norte, el tren que los llevaría a Tucumán. Se separaron en el Jardín de la República. Oscar Odín tomó un micro que lo llevaría a Santiago del Estero. Y Sobrero comenzó a caminar por las calles tucumanas con un look bastante particular para pasar desapercibida: al mejor estilo Malevo Ferreyra, lucía un sombrero de cuero de ala ancha, buzo tipo cangurito, jeans y botitas. Y el cigarrillo como una extensión de la mano.
Habían pasado seis días desde el crimen del que hablaba el país… A un agente de policía le llamó la atención la figura de Claudia. Le pidió el documento: "Claudia Sobrero. Cédula de identidad 9.535.969", leyó. "Soy la que buscan por el crimen de Palacio", dijo, entregándose sin resistencia. Una hora antes, su amante Oscar Odín había sido detenido a bordo de un micro en Ojo de Agua, Santiago del Estero.
LA LIBERTAD. "Vas a salir 48 horas después de muerta", escuchó Claudia Sobrero de parte de un funcionario judicial. Y se lo tomó en serio: el 29 de mayo del '86 aprovechó un apagón en la cárcel de Ezeiza y se escapó junto a otra reclusa. Saltaron un paredón y su compañera se quebró un tobillo. Claudia corrió hasta la estación y subió a un tren que la depositó en Temperley. En los pasillos de la cárcel sólo corría una voz: "El próximo muerto es su ex, Palacio. Se va a vengar, porque la entregó". Algunas crónicas dicen que pasó por su domicilio en la Capital, pero lo que es seguro es que su raid terminó en Mar del Plata. La detuvieron a los seis días en La Feliz. Cuando la encontró la Policía en el humilde hotel Carlitos, se sentó sobre los pies de la cama y, Biblia en mano, se entregó mansa como aquel sábado del '84 en Tucumán. Lo suyo no era escapar…
Claudia volvió a la cárcel de Ezeiza, que compartió con otro personaje célebre, Yiya Murano. En agosto del '86 fue condenada a reclusión perpetua –con pena accesoria de reclusión por tiempo indeterminado– por ser la coautora de homicidio doblemente agravado. Sus cómplices recibieron la misma sentencia, aunque Zapata no llegó a escucharla, porque se ahorcó el 30 de abril de 1985, unos meses después de ser detenido. Al momento de ser condenada, Sobrero tenía una hija de 5 años, María Victoria, y a María Cecilia de dos, fruto de la relación con Jorge Palacio.
Con la condena firme, Sobrero se convirtió en un caso paradigmático de resocialización: terminó la escuela, estudió Sociología y llegó a producir grandes obras de arte empleando la técnica de serigrafía: sus trabajos llegaron a contarse entre las obras de Amalita Lacroze de Fortabat. Recuperó la libertad en 2006, pero vivía en la calle y no tuvo más remedio que volver a delinquir, porque no tenía dinero ni quién la ayudara. Cayó presa por robo y volvió a Ezeiza. Esta vez conoció a un profesor de un taller, se enamoró, volvió a formar pareja y en 2012 dejó el penal definitivamente.
Hoy vive en Haedo, en el oeste del conurbano bonaerense. Pasaron 28 años y lo suyo se convirtió en un triste record: Claudia Sobrero fue la mujer que más tiempo pasó en una cárcel argentina.
Por Julián Zocchi
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