La casa de los Moura en City Bell estaba llena de música. "La escena era así: mi vieja tocando el piano en el living, y nosotros alrededor, cantando… Era una casa muy grande, como un casco de estancia, porque mi padre era un abogado de muy buena posición. Siempre fuimos una familia híper unida. Veníamos del cole, almorzábamos y nos poníamos al lado del hogar a leña, los tres con la guitarra. Esa imagen es, para mí, el germen de Virus. Así nos pasábamos horas. Fede –que le llevaba cuatro años a Julio–, Julio –que me lleva cuatro a mí– y yo, el más chico", cuenta Marcelo Moura (58) entre la nostalgia y un presente pleno, arquitecto de la música de Virus, uno de los grupos más trascendentes en la historia del rock nacional.
Los '80 vibraron en gran parte con el sonido de los Moura, un cóctel de alegría, movimiento y sutilezas. Este año se están cumpliendo tres décadas de la muerte –prematura y trágica, a sus 37– de Federico, cantante y letrista exquisito. Negros años aquellos en que el rock criollo en pocos meses perdió también a otras dos figuras emblemáticas: Luca Prodan y Miguel Abuelo.
La semana pasada, en el marco de Provincia Emergente, el festival de cultura joven que organiza el gobierno de la provincia de Buenos Aires a través del Ministerio de Gestión Cultural, se le brindó un homenaje.
Participaron figuras como David Lebón, Javier Malosetti, Lali Espósito, Ale Sergi, Soledad, Juanchi Baleirón y Angela Torres, entre otros. Y, por supuesto, los integrantes de Virus, entre los que se destacan Marcelo (58) y Julio Moura (62). La emoción y los recuerdos se amontonaron. La música, como siempre, cicatrizó todo.
–Marcelo, ¿qué te genera tocar estos clásicos de Virus? ¿Lo seguís disfrutando?
–Cada vez más. Hay gente que no, y lo entiendo. Al Flaco Spinetta le pedías que tocara Muchacha ojos de papel y te quería asesinar. A mí no me sucede. Al contrario, la paso bien. Por más que las toque dos millones de veces.
–Virus se impuso haciendo algo disruptivo y genuino. Pero en su tiempo eso le costó duras críticas y ataques.
–Todos nos decían, antes de que tuviéramos éxito, que cambiáramos la música y las letras. Y nosotros, ni locos… "Pero no las va a entender nunca nadie…". Y bueno, que no las entiendan, pero es lo que somos. Nos la jugamos. Hay gente que hace música con la intención de triunfar y ganar guita. Para mí, eso está en segundo lugar. Es muy posible que te vaya bien haciendo lo que sentís. De hecho, hace 40 años que vivo de la música. Pero hay que sortear ese filtro. Creo que muy poquita gente hubiera aguantado lo que nos bancamos nosotros.
–¿Es verdad que Federico llegó a llorar por las críticas despiadadas?
–Sí. Y yo también. Por ahí leo cosas en las redes sociales sobre cualquier músico: "Qué asco éste, qué asco el otro…". Y pienso, ¿por qué insultar? Un tipo que hace una música que no te gusta no se convierte por eso en un hijo de puta ni en un delincuente. Pero bueno, la gente es así...
–De chicos, en La Plata y City Bell, ¿qué escuchaban?
–Federico viajaba mucho a Europa y traía cosas que acá llegaban tarde. A mí me regaló Reggatta de Blanc en el '79, y cuando vino The Police en el '83 no llenó ni Obras. No se lo conocía. Pero nosotros teníamos mucha información. Escuchábamos a Lou Reed, Bowie, Zappa, mucho Ney Matogrosso, un espectro muy diverso. Con mamá también cantábamos zamba y tango. Entonces no nos podían decir: "Ah, suenan como tal banda". Porque las influencias eran tan disímiles que no nos parecíamos a nadie. Fue un sonido original.
–Federico estuvo bastante tiempo en Londres, ¿no?
–Sí, en un período muy loco, los 70', la época del ácido. Fue en barco, con amigos. Uno se coló y lo terminaron deportando. Vieron bandas históricas en vivo y en directo. Los instrumentos que conseguías allá no se podían comparar. ¡Acá había teclados a querosén! Eso nos benefició: compramos todo afuera.
–Quizás muchos no estaban preparados para la música que hacían ustedes.
–¡Se armaban unos quilombos…! Un diez por ciento decía: "¡Por fin apareció algo!". Y el otro noventa nos daba con todo. La nuestra era una imagen muy provocativa, y todo lo nuevo es como que provoca rechazo.
–¿Cómo la bancaron?
–Porque éramos muy unidos, estábamos conectados, como en Bluetooth. Teníamos la misma educación, los mismos códigos… Nos ofrecieron tocar por la Guerra de Malvinas y todos dijimos que no… en plena dictadura. Y eso nos costó, porque nos sacaron de todos lados.
–No hay que olvidar que tu hermano Jorge, el mayor, fue secuestrado y desaparecido en 1977.
–Fue un golpe muy duro. Jorge era como mi segundo padre, un tipo increíble. Yo tenía 17 años. Lo golpearon a un metro mío y se lo llevaron. ¿Cómo me levanto de esas cosas? Pero me levanto. Después, con mi madre fuimos a las primeras rondas en Plaza de Mayo. Si podía pegarle un piedrazo a Videla se lo pegaba, pero quería sumar desde otro lado. Entonces, las canciones tenían que ver con "a la vida hay que hacerle el amor", o "hay que salir del agujero interior", como diciendo "demos vuelta la página". Y las críticas eran: "Estos banales, putos, con la situación que vive el país, haciendo estas boludeces"… Y el tipo que lo decía no había sufrido ni una milésima parte de lo que sufrí yo. Que alguien diga que soy mal músico, no hay problema. Pero cuando pretenden adjudicarme lo que pienso… ¡no! Cuando reemplacé a Federico, puse la cabeza en la guillotina. Me decían las barbaridades más atroces. En Chile me tocó llorar muchísimo. Leía: "Es un payaso, se mueve mal, canta mal". Decían que lo hacía "para mantener el negocio". No, flaco, eso lo suponés vos. Y me dolía. En la segunda etapa de Virus, ¿vos pensás que se me cruzó por la cabeza que podía llegar a igualar a Federico? No. ¿Cuál era entonces mi objetivo? Virus es un grupazo, y así lo conocieron tres generaciones más. Que amaron a Federico y me destrozaron a mí, pero yo puse la cabeza… Federico murió solo, sin mucho dinero, incomprendido, agredido por muchísima gente: ésa es la realidad. Hoy le hacen el homenaje que se merece.
–¿Tenés una imagen recurrente de Fede?
–Miles. No me quiero poner místico, pero lo siento mucho a Federico. Energéticamente. Como a mi padre y a mi hermano desaparecido. Su presencia es muy fuerte.
Por Eduardo Bejuk.
Fotos: Alejandro Carra, archivo Atlántida y Ministerio de Gestión Cultural de la provincia de Buenos Aires.
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