María Victoria Alcaraz, la primera mujer en dirigir el Colón: "Es un símbolo de la aspiración de progreso, de excelencia"

En 110 años es la primera vez que el Coliseo está bajo la dirección de una mujer. Aquí una charla sobre la larga y conmovedora relación de Alacaraz con el lugar que pisó por primera vez a los cuatro años.

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La directora del Teatro Colón,
La directora del Teatro Colón, María Victoria Alcaraz. Teatro Colón, una vista de la sala y el escenario. (Foto GENTE)

La primera vez que pisó el Teatro Colón tenía apenas cuatro años. Llegó de la mano de sus abuelos, Helena y Constantino, inmigrantes rusos que amaban la ópera y cuya familia había sido representante de artistas, en Moscú y Odesa (hoy Ucrania). "Sí, era muy pequeñita, pero me acuerdo de todo", cuenta María Victoria Alcaraz (58 años, casada, madre de dos hijos), quien luego de pasar por distintas entidades culturales asumió, hace dos años, la dirección del Coliseo porteño. Nada menos.

"Para mí, venir aquí era habitar un cuento de hadas. Todas esas experiencias me hicieron amar esta casa. Ahora traigo a mi nieta, Catalina, que tiene dos años y medio. Y lo pasa tan bien como lo hacía yo", agrega con emoción.

Historiadora, amante del arte y la cultura y dedicada en cuerpo y alma a esta tarea, se convirtió en la primera mujer que dirige el teatro. Y a pesar de la enorme responsabilidad y trabajo que conlleva esa tarea, nunca pierde la sonrisa.

Teatro Colón, una vista de
Teatro Colón, una vista de la sala y el escenario durante los ensayos de Aida (Foto GENTE)

–María Victoria, en alguna oportunidad usted manifestó que el Colón tiene como 60 puertas, y que en ocasiones parece que todas estuvieran cerradas. Ese halo de solemnidad intimida y mucha gente no se acerca.
–Muchos lo pueden percibir como una especie de mausoleo. Y no te invita a entrar. Pensás: ¿qué habrá ahí adentro? Hay que entender que no es sólo una casa de ópera, sino muchas cosas. Es un símbolo de la aspiración de progreso, de excelencia… Tiene que seguir siendo aquello para lo que fue creado, adaptado a la realidad del siglo XXI. Una opción es la idea de mausoleo, de museo; la otra, a la que adhiero, es de un patrimonio cultural vivo, que se va modificando para ser mejor. Esa adaptación a los nuevos tiempos representa el verdadero desafío.

–¿Cómo se le corre ese velo de solemnidad?
–Abriendo las puertas para que entren nuevos públicos, a ver un espectáculo o simplemente a conocerlo. Vale la pena. Y aquel que tiene la curiosidad y nunca se sentó en una butaca, que se anime. Ballet, concierto, ópera… que elija y se atreva.

–¿Qué le dicen aquellos que nunca habían pasado la puerta y finalmente lo hacen?
–Escucho de todo. "Nunca había venido porque no sabía, no estaba seguro de si era para mí…". Queremos que la gente rompa los prejuicios. Solamente se trata de sentarse y disfrutar, que la música te atraviese. Es una experiencia. No es sólo lo que ocurre sobre el escenario, sino el ámbito. Desde lo económico, tratamos de garantizar la igualdad de oportunidades. Casi todas las entradas arrancan en 150 pesos, más barato que ir al cine. También hay ciclos con entrada gratuita, con el mismo nivel de calidad, y salimos con conciertos y ballets a todo el país.

–¿Qué le pasó por la cabeza cuando recibió el nombramiento?
–Me embargó una enorme emoción. Es la institución cultural más importante del país y supone una enorme responsabilidad. Estoy honradísima de que Horacio (Rodríguez Larreta) haya pensado en mí y me aliente día a día. Aquí trabajan 1.200 personas, de las cuales mil son artistas. Yo vivo acá adentro.

–La primera mujer en 110 años…
–Es algo en lo que no había reparado al principio. Levanto esa bandera porque es muy importante que las mujeres podamos ocupar puestos de decisión.

–¿Y se puede disfrutar?
–Al final del día sí, muchísimo. Después de las angustias y las preocupaciones, de pasar noches sin dormir, cuando se abre el telón y estoy ahí sentada, entiendo por qué me honra tanto estar aquí. Amo los estrenos. Ese instante en que los artistas se paran ante 2.700 personas y arrancan… Lo que sucede aquí es mágico. Y me conmueve.

Por Eduardo Bejuk

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