A doce horas de avión y cuarenta minutos de auto de Buenos Aires, hay zombies. Sí, de esos bien pálidos, con mandíbulas inexistentes, dientes grisáceos, ojos ultra opacos y pieles que parecen desgarradas por el tiempo.
Deambulan por una granja soleada que se encuentra a cincuenta y seis kilómetros de Austin, Texas, y, claro, no tienen miedo. Tampoco hambre. O al menos no lo demuestran hasta que se acercan al trailer plateado del catering de Fear The Walking Dead, que contiene más comida que cinco kioscos juntos. Chocolates, frutas, papas fritas, jugos, galletitas, helados y snacks de todo tipo y color –incluyendo unos bien curiosos, de pistacho con mantequilla de maní– se exponen en un ambiente en el que se generan las charlas más atípicas y fantasiosas.
Allí, un zombie puede tomar una gaseosa de la heladera mientras una maquilladora, con la remera salpicada de sangre falsa, se prepara un sándwich, y uno de los actores cargado con armas de utilería come unas almendras "porque me estoy cuidando".
Todo sucede a metros del lugar en el que verdaderamente ocurre la acción; o, al menos, la que los fans del spin-off (que deriva) del mega hit The Walking Dead ven a través de la pantalla de AMC cada domingo a las 22.
"¿PODRÁN MAQUILLARME DE ZOMBIE PARA ALGUNA ESCENA?". "Si conseguís que te conviertan en un 'caminante', hacemos otra nota", me había dicho mi editor antes de partir a Austin. Una broma que ningún estadounidense que conozca los altos niveles de confidencialidad que manejan las series americanas tendría en cuenta, pero que una, como buena argentina, por supuesto intentaría.
"¡Nunca se le había ocurrido a nadie!", nos dice de entrada y sorprendida Emily Salkin, nuestra anfitriona, oriunda de Los Angeles, quien nos recibió junto a otros siete periodistas de diversas partes del mundo.
A punto de que emprendamos el camino hacia el set, sonríe ante mi propuesta de convertirme en una zombie y deja el tema ahí. Lo que no quedó ahí es la visita, esa que todo fan del mundo AMC sueña concretar.
Y partimos nomás, medio a la deriva. Porque sin direcciones ni indicaciones, dejamos el centro de Austin –la tranquila ciudad en la que viven temporalmente los protagonistas de la serie– a bordo de una combi que durante treinta y cinco minutos se aleja de todo tipo de civilización hasta arribar a una calle de tierra custodiada por un grupo de vacas. Allí, detrás de una lomada sin carteles ni garitas de seguridad, una hilera de enormes camiones de producción marcan la entrada a un mundo cinematográfico al que muy pocos acceden.
Y en instantes lo vemos: ventiladores gigantes y percheros relucientes cargados de ropas intencionalmente desgastadas, se entreveran con decenas de cables negros que zigzaguean como serpientes hacia el interior de una lujosa granja tejana.
Una vez adentro, respiramos la silenciosa tensión de una docena de técnicos que estudia con detenimiento, a través de varios monitores, la escena que se rueda en el salón contiguo.
En menos de lo que el director ordena "three, two, one… ¡action!", nos llevan a la segunda planta. Allí, delante de una suite extraordinaria, nos ubican en una larga mesa, donde aguardaremos a los protagonistas de un verdadero éxito mundial.
"ESTE SHOW CAMBIO MI VIDA", dice con franqueza la australiana Alycia Jasmin Debnam-Carey, primera en sentarse en la silla plegable con la inscripción "CAST" bordada en el dorso, quien gracias a su personaje homónimo (Alicia) ya se convirtió en toda una it girl.
"Hace meses que venimos trabajando muchísimo –continúa–. No sólo durante la nueva temporada hubo cambio de productores, guionistas, ciudad y equipo técnico, sino que la historia dio un tremendo salto en el tiempo y a mi personaje le sumó más escenas físicas y… Mucho no puedo adelantar, pero definitivamente a aquella chica tranquila que personificaba, ahora la van a ver con un poco más de pimienta".
No se deja tentar por ningún spoiler. Acto seguido, surge en escena Garret Dillahunt (John en la ficción), y sacándose el sombrero confiesa: "Me lo eligió mi mujer. Eso sí, en mi tiempo libre sólo uso caps de béisbol".
Pronto habla de su experiencia: "Acá soy el nuevo, pero en el elenco tengo a mi buena amiga Kim (Dickens, quien encarna a Madison Clark, la líder), con la que trabajé en Deadwood. Ella me anticipó sobre el buen ambiente de este equipo. ¡Y es así! Todos me ayudaron a adaptarme frente a cámara y fuera de ella, y eso no es tan común. En cuanto a mi personaje, me tocó uno con esperanza y humor, alguien que despierta cada día pensando: 'Ojalá hoy no tenga que matar a nadie'. Yo no sé si sobreviviría en un ambiente apocalíptico, pero me gusta pensar que sí: yo ya era fan de este increíble mundo de los caminantes".
UN UNIVERSO QUE NACIO HACE MEDIO SIGLO. Si bien George Romero fue el primero en hacer que los zombies llegaran a la pantalla, a través de la película La noche de los muertos vivientes>/em> (1968), fue The Walking Dead (2010), la serie que mantuvo a los muertitos más vivos que nunca.
Y así se palpa en las locas noticias que resuenan en diversas partes del mundo: en Inglaterra hubo un casamiento temático al que todos los asistentes (incluyendo a quien ofició la ceremonia) tuvieron que ir disfrazados; en Cincinnati existe un hombre que cada Navidad coloca un pesebre zombie en la puerta de su casa; en Los Angeles crearon un parque de diversiones temático; en Madrid, un gimnasio ofreció un entrenamiento para una eventual invasión; en Nueva México un joven de veintitrés años mató a su amigo porque pensó que se estaba convirtiendo en caminante; en México se armó un revuelo después de que un grupo de vecinos dijo que se había encontrado con zombies, y en múltiples capitales del mundo se celebra anualmente la Zombie Walk. Y basta ir a un kiosco para ver la cantidad de golosinas y productos que se sumaron a la tendencia. Más que motivos suficientes para volver al set de Austin.
"TE TENGO QUE DECIR ALGO MUY LOCO". Con un halo de misterio, pero sin su ya famosa vara, entra Lennie James, el actor que con su personaje y actitud logró lo que ningún otro: traspasar de una serie de zombies a otra, y vivir para contarlo. "El año pasado me senté con el guionista Scott Gimple, para que me contara lo que le iba a pasar a mi Morgan en esa temporada de The Walking Dead. Mientras yo quería que no me mataran, él me sorprendió: 'Te tengo que decir algo muy loco: quisiera que continúes la historia de Morgan en Fear The Walking Dead'… Mi cerebro dejó de funcionar: era una opción mía, puesto que si yo no quería hacerlo, no se lo ofrecerían a ningún otro actor. Así que me tomé varios días para analizarlo. Luego de una larga charla conmigo mismo, decidí que sí. La cuestión es que ya no son las aventuras de Morgan, el amigo de Rick: ahora, mi personaje tendrá desafíos que jamás vivió. Hoy, cuando me preguntan por una u otra serie, me niego a hacerlo: sería como comparar a mi novia con mi mamá. Eso sí, si aparece un tercer show y vuelvo a cruzarme, sin ninguna duda se debería llamar Walking Morgan", nos hace reír, al tiempo que ingresa en el cuarto Colman Domingo, cargado de anécdotas.
Entre otras, que al llegar a Texas hicieron una gran barbacoa "para darles la bienvenida a los nuevos de esta gran familia", y que a él le divertiría hacer su propio crossover (salto de serie a serie) a The Walkind Dead, "porque ellos no sabrían qué hacer con mi personaje de Victor Strand".
Además, cuenta la razón por la cual no tiene pesadillas con caminantes: "Serían sueños cómicos, porque para mí un zombie es un tipo llamado John con un montón de maquillaje, o una chica a la que le acabo de prestar el cargador de celular y ahora debo arrastrar por el set"…
La conversación sigue escaleras abajo, bien cerca de un grupo de maquilladoras que terminan de empolvar una mejilla desgarrada y al lado de un equipo de cámaras de última generación. Cae un anaranjado crepúsculo en Texas y nos vamos del set con dos certezas y un desafío. Las certezas: que los zombies existen y que vivimos un día apasionante en la historia de una serie que ya marca época. El desafío: la próxima los convenceré de convertirme en uno.
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