Roberto Moldavsky: "Soy buen humorista, pero mejor vendedor"

A los 50, su vida cambió. Vendió ropa en el Once. Ordeñó vacas y cosechó algodón en un kibutz de Israel. Hasta que, “por casualidad”, el humor se le hizo vocación. Hoy, a los 55, se prepara para desembarcar en el Apolo con Top top top del humor, su propio espectáculo de stand up, producido por Gustavo Yankelevich. Quién es, cómo piensa y a dónde quiere llegar.

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Lavalle y Larrea, esquina que
Lavalle y Larrea, esquina que transitó durante veinte años. “Aquí soy una especie de ciudadano ilustre”, bromea. (Foto Fabián Mattiazzi/GENTE)

"Cuando después de los 45 años dejás un laburo estable para dedicarte a tu pasión, sabés que es el mejor mensaje que podés darles a tus hijos", dice Roberto Moldavsky (55) –parte del staff de Fernando Bravo en radio Continental y de La peña de Morfi (Telefe)– mientras prepara su desembarco en el teatro Apolo, donde a partir de marzo presentará Top top top del humor, producido por Gustavo Yankelevich.

¿Quién es y cómo llega al escenario este fanático de Boca, Atlanta y Argentinos Juniors –como buen paternalense–, que se ganaba la vida vendiendo ropa en el Once? "El humor estuvo metido en mi vida. Yo era el gracioso en cada grupo. Y aunque terminaba en el arco, en el fútbol siempre quedaba por buen humor más que por aptitudes físicas", cuenta. "Sí, de chico soñaba con actuar con Olmedo o Tato Bores… Era como querer ser astronauta".

–¿Cómo cambió tu suerte?
–Siempre tuve capacidad de adaptación. A los dieciséis busqué el mango vendiendo camperas y trajes de baño en el Once. Después trabajé en la embajada de Israel, viajé allá y me instalé durante diez años en un kibutz, donde ordeñé vacas y coseché algodón. Este gran cambio en mi vida se lo debo a mi ex esposa. Ella me insistía con hacer algo más. Un día me trajo un volante de un curso gratuito de stand up que daban en la AMIA. Gratis también hubiese hecho un curso para hacer asado. Y fui.

Con sus hijos Eial (24)
Con sus hijos Eial (24) y Galia (22), de quienes dice: “Me impulsaron a esta pasión; me acompañan y motivan”. El mayor, estudiante de Filosofía, es actor. Ella estudia Sociología y trabaja con Sebastián Wainraich en la radio. “No sé qué vamos a hacer con tanta plata, porque ambos siguen dos carreras para facturar hasta el infierno”, bromea.

–¿Cuánto tardaste en llegar a un escenario?
–Fue casual. Alguien grabó un DVD mientras hacíamos la muestra final, y llegó a manos de Jorge Schussheim. Me llamó y a las dos semanas actué con él en un café concert. Entre el público estaba Fernando Bravo, quien me invitó a la radio, al principio una vez por semana. Me decía: "Hacé una carrera ladrillo a ladrillo". Así piloteé el negocio, el espectáculo y la radio. Hasta que Sebastián Wainraich me dijo: "Tenés que dedicarte a esto. Largá el local". Sus palabras me ayudaron a decidirme. Después empecé en Morfi (Telefe) y Gerardo Rozín le sugirió a Gustavo Yankelevich que me viese en escena. Lo hizo y me trajo al Apolo.

–Recién, al hacer las fotos en el Once, muchos te reconocían.
–¡Es que ahí soy una especie de ciudadano ilustre! Siempre digo que el Once es Israel sin ejército, porque están los paisanos, los árabes y ahora también los coreanos. Quiero mucho esas calles.

–¿El humor te ayudaba a vender?
–Muchos clientes me dicen que entre risas les vendía diez camperas más. ¡Yo soy muy buen humorista, pero mejor vendedor!

Junto a sus amigos “de
Junto a sus amigos “de toda la vida”, que lo acompañarondurante la gira que hizo con su espectáculo por Israel.

–¿En tu familia hay algún artista?
–No, aunque mi padre, Jacobo, era muy buen contador de chistes. Aún no sé bien a qué se dedicaba. Había estudiado para ser mecánico dental, pero no le gustaba tanto como la venta. Mi viejo era generoso, el típico padre que todos mis amigos querían tener. Cuando volvíamos de bailar, lo despertábamos, nos íbamos a desayunar con él a un bar de La Paternal y nos contaba miles de chistes.

–¿Y tu mamá es la clásica idishe mame?
–Sara, mi vieja, es una típica ama de casa, incondicional. El brillo en la cara de mi vieja cuando yo entraba a mi casa nunca más lo vi en otra persona. Su casa parecía un tenedor libre. Me daba de comer un montón y después me decía que estaba gordo. Ella siempre fue sinónimo de alegría.

–¿Es muy distinta tu vida hoy?
–Cuando empecé a dedicarme a la actuación, comencé a hacer una vida al revés del mundo: todos en un cumpleaños y yo arriba de un escenario. Después de veinticuatro años de casado me separé: entendí que quien está al lado tuyo tiene que quererte demasiado para bancarse este ritmo tan diferente. Pero tengo dos hijos hermosos y no estoy arrepentido de nada de lo que viví.

En las puertas del Apolo,
En las puertas del Apolo, de cara al estreno del próximo marzo. (Foto Fabián Mattiazzi/GENTE)

–¿Cuáles son tus referentes?
–Antonio Gasalla, Carlos Perciavalle, Juan Verdaguer, Tato y Olmedo. A Woody Allen lo admiro porque refundó el humor judío, y lo hizo goy friendly: logró salir del chiste del avaro y trajo los problemas del psicoanálisis y los conflictos con las madres. Si hoy hago terapia no es sólo para ayudar a la colectividad (porque la mitad son psicólogos), sino porque es muy difícil salir de una familia judía sin ningún trauma. De todos modos, me considero un rebelde.

–¿Por qué te rotulás así?
–No me quedó otra. La Naturaleza no me dotó físicamente… Cuando entro a una sinagoga, pido el libro de quejas. De todos modos, nunca me preocupó mucho lo estético. Siempre digo que soy un precursor de la moda: uso barba hace cuarenta años, siempre se me ve el tujes –porque se me cae el pantalón– y vivo en zapatillas. Lo único que me pongo es la kipá, porque los rabinos tienen línea directa y no quiero que me pase nada. Cuando me llamó Gustavo (Yankelevich), yo estaba preocupado por el look que me iba a pedir. Pero me dijo: "Tu rebeldía es nuestra bandera".

Por Pablo Procopio.
Fotos: Fabián Mattiazzi.

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