"Disculpen, muchachos: ¿Puedo fumarme un cigarrito afuera? Necesito bajar medio cambio. Salimos ayer a la mañana de Norteamérica, son las 9 PM y no paramos", pide Andy de entrada. "Si quieren yo voy contestando y luego él se suma", propone Bárbara…
Reportearlos rompe ese código no escrito del periodismo ante una nota doble: Sentar a entrevistados, colocar el grabador –ahora, el celular en la aplicación Voice Recorder–, preguntar y esperar respuestas.
Afortunadamente, nada parecido ocurre con ellos. "Detesta que me apoye en su hombro", mencionará la dama en la posterior sesión de fotos. "No tenemos hijos, pero ella tiene novio", contará el caballero antes de consumarse –finalmente– la entrevista conjunta.
Una pintoresca anarquía que no obedece al hecho de que It los haya convertido en el director y la productora del momento –superando récords que nadie nunca imaginó batir–, sino a su condición de hermanos. Porque, ante todo (y lo desnuda su complicidad y sus ojos claros –verdes y celestes– en común) es lo que Andrés Walter y Bárbara Muschietti son.
–It culminó su nada payasesca exhibición mundial de 98 días (14 semanas), sumando 698 millones de dólares y superando en el género del terror a El exorcista (1974) y en el sobrenatural, a Sexto sentido (99), dos referentes indiscutibles. ¡Es como ganarle a Steven Spielberg en aventuras y a Woody Allen en comedia!
Andy: Sí, de locos. Porque además de acceder al puesto 100 entre los filmes que más recaudaron desde siempre, It encabezó otro fenómeno a nivel doméstico estadounidense: Quedamos 54 en la lista de todas las películas de todos los géneros de todas las épocas. Y considerá que la mayoría de ellas no bajan de los cien millones de presupuesto, salvo quizá 'La guerra de las galaxias', que valió 11, pero se hizo en 1977. La nuestra costó 35.
Bárbara: A nivel eficacia –o sea, la relación dólar gastado/dólar ganado–, It se convirtió en una de las cinco películas más rentables de la historia.
–Son casi los hermanos Midas.
Bárbara: Y eso que no se estrenó en China, que es la ventaja de otros géneros. Allá levantan setenta millones de la nada. Rápidos y furiosos 8 llegó a los 392.
Andy: Sucede que en China no ven filmes de terror. Bueno, los ven, pero están legalmente bloqueados.
Bárbara: El gobierno no autoriza el estreno de nada esotérico o religioso. Los miran a escondidas, y como consecuencia las cifras no entran en la taquilla general. Aun con esa salvedad, It la rompió en todo el planeta.
–¿Les desplegaron nomás una red carpet en Ezeiza?
Bárbara: (Risas) Para colmo obtuvo la mayor recaudación de Warner Bros. en la historia de nuestro país. Incluso sobre las sagas de Harry Potter, El Señor de los Anillos, Batman, todas… It es la número uno.
–Semejante suceso debe responder a un pasado que los alimentó en el género del terror. ¿Qué asustaba de pibes a los dos que ahora asustan hasta a los grandes?
Andy: Yo estaba aterrorizado por los fantasmas. Insomne, no lograba dormir en las trasnoches. Cuando niño, no discernís entre lo que escuchás por ahí y la realidad, ni hallás diferencias entre el cuento de una tía que fue a una sesión de espiritismo, donde el espíritu le habló, y otra cosa. Aunque, en especial, el temor venía por las películas a las que nuestros padres empezaron a exponernos cuando ella andaba en los 8 años y yo en los 6.
Bárbara: Incluso de más chicos…
Andy: Puede ser; tras mudarnos de Vicente López a Acassuso. Los sábados… ¿Qué edad tenés vos?
–Cuarenta y ocho.
Andy: Debés acordarte de Viaje a lo inesperado.
Bárbara: En el '79 y el '80. Lo presentaba Narciso.
–Narciso Ibáñez Menta y Nathán Pinzón, que al despedirse nos sugería chequear, antes de dormirnos, que no hubiera nadie debajo de la cama.
Ambos: Sííííí.
–¿Aquellos filmes les infundieron los anticuerpos necesarios, entonces?
Andy: Y eran muy eclécticos en la selección. Los de la británica Hammer Productions, los de Universal, los del italiano Darío Argento, The Omega Man (La última esperanza), con Charlton Heston. Ese me pegó fuerte.
Bárbara: A mí El abominable Dr. Phibes, con Vincent Price, me aterrorizaba.
Andy: Una especie de comedia de terror a gogó, lisérgica, con un diseño psicodélico y tono realista.
Bárbara: Veíamos juntos las películas. Y no nos abrazábamos ni nada. Era una actividad familiar, que a veces se trasladaba al autocine. Nos llevaban bastante.
–Si tuvieran hijos, ¿les acercarían aquellas añejas creaciones de terror a sus 6, 8 años?
Andy: Mmm, no sé. A mí me pegó bien verlas. Me generó un trauma, pero positivo: Amar el cine.
Bárbara: Igual, comparado con lo que ahora ven los pibes en televisión, son algo de una inocencia y un escapismo absolutos. Las viejas cintas de terror no existen al lado de lo que aparece en los noticieros.
–¿Y a qué edad los autorizarían a presenciar los 135 minutos de It (prohibida para menores de 16)?
Andy: Yo más o menos a los 10.
Bárbara: La escena inicial de Georgie (Denbrough, que Jackson Robert Scott encarna dentro del filme inspirado en la novela de Stephen King, quien bendijo la adaptación de los Muschietti), es dura para un nene. Yo no quería que él mirara la escena a sus ocho años. La había rodado a los 7, comiendo panchos y riendo con Bill (Skarsgård: Eso). Lógico que una vez montada y con sonido, la cuestión cambia. En la première, a Jackson su madre le tapaba los ojos. Enfureció (decía que podía procesarlo), la vio y no quedó traumatizado… Igual, a mis hijos yo se las pasaría a sus 13 años.
–Con la nena que matan en Mamá, la película que los desembarcó en Hollywood, corrieron una línea que los norteamericanos jamás habían permitido saltar…
Andy: Es cierto. Nos sorprendió que el estudio nos otorgara tamaña chance. Escribimos la historia y…, en verdad no había otro cierre para el personaje de Lilly.
Bárbara: Aclaremos que para mí no muere.
–¿Existe un límite en ustedes para hacer terror?
Bárbara: Yo tengo un problema con la crueldad.
Andy: Y yo con la brutalidad. Hay filmes que son de explotación y de géneros o subgéneros explotativos, para gente que sólo busca una experiencia de brutalidad. No le importan los personajes ni la historia. Géneros como el torture porn, el de las películas Saw, Hostel, cuya excitación consiste en ver cómo mueren personas de manera grotesca. No lo entiendo ni lo disfruto. Gozo de otro tipo de tensión, más psicológica, cuya base sea una narración humana en la que me pueda identificar a través de emociones. En lugar de recibir un shock, prefiero que me preocupen esos personajes, temer a que se encuentren en peligro. El valor del shock es algo que varios largometrajes de terror sin alma aprovechan. Pero es un subgénero, como el slasher (Scream, Halloween), donde pasa lo contrario: Casi odiás a los protagonistas para disfrutar el momento en que los matan.
–Al margen de que residan afuera, ustedes pertenecen al particular ambiente o planeta de los argentinos, acostumbrado a cuestiones terroríficas de todo tipo, como las subas de precios, las detenciones…
Andy: … por corrupción y demás, etcétera.
–Exacto. Cuéntennos qué les da miedo hoy a ustedes.
Ambos: Las armas.
Andy: Residimos en los Estados Unidos, donde la cultura de la violencia es más inquietante que en cualquier sitio del mundo, y donde un sector de la población se encuentra ciego al problema. Hay muchas personas a las que les atraen las armas, por herencia o porque simplemente les gustan. Obvio que cuando ocurre una masacre se escudan: "Las armas no matan a la gente…".
Bárbara: "… Es la gente la que mata a la gente".
Andy: Lo que es real en cierto aspecto, de la misma forma que es real que en el resto de las naciones no hay masacres a diario por el uso de armas de fuego.
Bárbara: Ocurre que el gobierno propicia el negocio.
Andy: La cultura de la violencia es la cultura del miedo, y consiste en provocar temor desde el poder, para dividir y controlar. Cuando acontece eso, los ciudadanos pierden la brújula y ganan en vulnerabilidad. Y como no hablamos de una película de terror –pasatista, que entretiene–, sino de la realidad, el tema se torna más que preocupante.
Por Leo Ibañez
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