Vigente de garganta, cuerpo y espíritu, Héctor Larrea (79) acaba de obtener el Martín Fierro a Programa nocturno en AM. Conduce, por Folklórica FM 98.7, El espacio de Héctor Larrea (de lunes a viernes entre las 15 y las 18), y, por Radio Nacional 870, Mirá lo que te traje, con Bobby Flores (los sábados, de 23 a 24).Un mano a mano imperdible en donde recorre su vida y su carrera.
-¿Cuándo supo Héctor (Ricardo) Larrea que su vida y la radio iban a entablar una relación perpetua?
–Desde que la radio llegó a mis oídos. Yo era un pibe de 6 pirulos de Bragado, a 210 kilómetros de la Capital Federal, al que su padre le enseñó a girar el dial de la onda corta para recibir transmisiones en variados idiomas –inglés, francés, alemán–. Ese chico no entendía una palabra, pero ponía a trabajar su imaginación, viajaba por mundos que ni sabía existían. Es raro: una vez que escuché la radio tuve la certeza de querer estar ahí toda la vida. Un apego extraordinario al que se sumó cierto hecho cuando falleció papá, a mis 11. Resulta que había un luto riguroso que en casa transitábamos a puro dolor. Un día le comenté a mi tía María, quien nos fiaba para comprar comida: "Mamá anda bajoneada. Yo también, claro, pero creo que si ella me dejara encender la radio, algo nos alegraría". Le pidió y mi madre me autorizó: "Ya podemos prenderla". Puse en El Mundo (emisora en la cual nos encontramos sentados ahora conversando) el programa El relámpago, conducido por Jaime Font Saravia. Hubo un sketch graciosísimo; giré para comentárselo, ¡y mi madre reía tras tres meses de tristeza! Con el tiempo entendí el significado de aquel milagro. Se sintetiza en una palabra…
Es raro: una vez que escuché la radio tuve la certeza de querer estar ahí toda la vida.
–¿Cuál?
–"Esparcimiento". Vivir es difícil. Hay tantas dificultades en lo social y en lo privado, que necesitamos momentos de es-par-ci-mien-to. Esparcirse es dejarse llevar, relajarse. Cuando nene, a mí me llevaban a ver cada circo que llegaba. ¿Para negar la realidad que nos molestaba? No. Para descansar de la batalla cotidiana y retomar fuerzas. Descreo de los versos de Almafuerte que señalan: "No te des por vencido ni aun vencido". Si estás vencido, estás vencido. ¡¿O querés que te destrocen?! Si no hay diversión se produce la somatización. Lógico, el hipotálamo le manda la orden a una glándula ubicada encima del riñón, la misma entra a tirar adrenalina y nos enfermamos. Así me agarré dos cánceres de colon, en 2000/1, y salí. Un amigo medio psicólogo-chamán, me acercó dos libros de chistes para que leyera en terapia intensiva, y me aliviaron. En la lucha cotidiana es necesario tomarse horas, días o meses de relax para rearmarse. El niño ya nace debiendo: su madre le presta la teta para que se alimente. Y luego necesita mucha plata para ganarse la vida. Lo sé yo. En mi hogar, más que sobrar, faltaba.
–Cuéntenos a qué se dedicaba su padre, Emilio.
–En la adultez tocaba el bandoneón y tenía un taxi. Antes… bueno, el día que nació murieron su hermano mellizo y mi abuela, por una septicemia. Lo amparó una familia afincada en un rancho. Cuidado por una señora a la que llamábamos Honoria, se convirtió en un criadito, heredando del padre adoptivo un carro y dos caballos. Así se transformó en un boyero que acercaba la comida y el mate cocido a los peones de campo antes de ser uno de ellos. En 1944 yo me enteré por mi padre de las mejoras que se les prometían a los peones. Me explicó que si Juan Perón llegaba a tomar decisiones, pasarían de ganar 50 a 170 pesos. Eso me hizo peronista, aunque hace años que ya no encuentro referentes ahí. Ahora se habla sin demasiado conocimiento de aquello. La memoria es el real valor de ser viejo (risas)… Conversaba bastante con papá, pero enfermó, sufrió un ACV a los 44, y al par de años murió. Mi madre, Celestina Felisa Villarreal, al contrario, llegó a los 100. Fue muy pata mía. Cuando yo promediaba la escuela primaria, hicimos un conciliábulo arreglando la fecha en que vendría a Buenos Aires.
–¿Nos relata la secuencia?
–Seguro… Antes de entrar a la secundaria le escribí una carta a mi admirado Antonio Carrizo, preguntándole qué debía hacer para convertirme en locutor. Él, sin conocerme y generoso como siempre (lo sé porque compartiríamos una gran amistad posterior), me mandó la respuesta: "*Tener buena voz. "* Terminar quinto año. * Cursar el Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica. * Y desarrollar una fuerte base cultural", me puntualizó. Se la mostré a mamá: "Quiero esto". "Perfecto", aceptó. "Tengo que irme a la Capital", le lancé. "Seguí el Comercial acá, porque te va a facilitar para entrar como empleado contable en algún lugar, y luego viajás", remató. A los 12, 13 y 14 animé bailes e iba por la calle con un carrito parlante, cobrando 5 pesos la hora. Se trataba de un camioncito y un tipo que lo manejaba. Tiraban de una piola, lo ponían en marcha y un motor daba la energía para el sonido. Metía discos y me ilusionaba imaginando que salía al aire. Cuando me gritaban "¡¡Mandá esa canción otra vez!!", sentía que triunfaba en la radio.
A los 12, 13 y 14 animé bailes e iba por la calle con un carrito parlante, cobrando 5 pesos la hora
Después trabajé en una red de parlantes, o sea una mesa Philips conectada a amplificadores que se ponían en las esquinas, arriba de los negocios. Me abonaban 70 pesos. No era plata, pero en una casa pobre venía bárbaro. Más tarde desembarcaría la radio con hilo: pagabas una mensualidad, te ponían un bafle en tu casa y te transmitían lo que pedías… Y te hice un veloz recorrido histórico, que incluye las AM –Amplitud Modulada–, y más adelante las FM –Frecuencia Modulada–, tan importantes desde hace un tiempo.
–Retornemos a su sueño. Terminó la secundaria y llegaba la hora de viajar a buscarlo.
–Como estaba previsto. No obstante, las cosas, quizá para mi beneficio, avanzarían lentas. Necesitaba laburo en Buenos Aires. Un amigo de la Dirección General Impositiva me avisó que buscaban verificadores. "Trabajo un tiempito en mi pueblo y pido mudarme a la Capital", pensé. Sin embargo, me nombraron en Pehuajó, para el lado de La Pampa. Ufff… Fui. Necesitábamos el dinero. Lógico, cada vez que iban los inspectores, les lloraba: "Me urge ir a estudiar". Mi plan, si consultaban, era agregarles "… Ciencias Económicas, para crecer en la DGI". Pero lo que quería era estudiar locución. Mientras, cuando visitábamos con mamá a parientes o amigos porteños, íbamos a disfrutar las orquestas en radio Belgrano, acompañados por el recuerdo de mi padre. Un día, hartos de mi insistencia, me dieron el pase a San Martín. Viajé, llegué y derecho al ISER. "Está cerrado por economía, y no sabemos si para siempre", me pararon en la entrada. ¡Upa! Ahí empecé a habitar pensiones, mudándome a una de Avenida de Mayo cuando me derivaron a la DGI de Avellaneda.
Mi alma necesita trabajar en la radio
En 1960 reabrieron el ISER y me anoté. Lo terminé a fines del '61, temporada en la que empecé a trabajar en radios chicas y como animador de la confitería Cabildo, en Esmeralda y Corrientes. Además era suplente al micrófono de algún cabaret. Parecía que la vida me había interrogado: "¿Vos querés dedicarte a esto? Perfecto, ¿qué te disponés a dar?". Y yo le contesté: "Vida, lo que desees y cómo lo desees. Mi alma necesita trabajar en la radio". Y sí, o te gusta la joda o trabajás. El pacto con mamá incluía que en un par de años la traía. Lo hice en dieciocho meses. Poco a poco, aquellos requisitos apuntados por Tony Carrizo se iban cumpliendo. Faltaba crecer en lo cultural, de lo que me encargaría más adelante. Pronto comencé a hacer cositas chicas en radios como Antártida.
–El 15 de abril de 1962.
–(Risas). Sííí. Esa fecha la anotó mi madre en un papel el día en que me inicié como conductor. Era la época de la Nueva Ola (los compositores e intérpretes sudamericanos que venían surgiendo), y ahí produje y animé El círculo musical. Pagaban bien. No obstante, les repetía a las autoridades: "No quiero ser locutor de planta, sino proponerles un ciclo. Mi objetivo es radio El Mundo". Se reían: "Nunca sucederá, al menos hasta que la gente te conozca por televisión". Tanto me quemaron la cabeza, que a los 21 perdí peso, encargué un traje a medida y me ofrecí en Canal 13. Coincidió con que Goar Mestre, el empresario cubano a cargo, había pedido probar presentadores jóvenes y agregarlos a los experimentados. Conclusión, a los sesenta días me llamaron para lanzar por ¡radio Splendid! una promoción de la grilla del 13. Funcioné y me convocaron –ahora sí– para la pantalla chica, encargándome Norteamérica canta, un compilado con shows de leyendas del jazz como Lionel Hampton, Louis Armstrong y Ella Fitzgerald, que debía traducir, guionar y conducir. El público comenzó a registrarme, al tiempo que yo seguía un poquito en la radio, otro poquito como relator de radioteatro, y el 13 me sumaba El mundo del espectáculo.
Pararelamente ¡llegué a radio El Mundo! En el '69 propuse Rapidísimo (título que derivaba de su media hora de duración) y lo aceptaron. Con Rapidísimo pasé a Continental, permanecí dos temporadas, y de ahí, en 1973, salté a la tarde de Rivadavia, y en el '75 a la mañana. Explotamos. Me levantaba cada día a las 4, arrancaba a las 7 y empalmaba con Carrizo… Usé la tele para llegar a la radio, y tuve suerte. Después me fue bárbaro en la pantalla chica, pero lo extraño es que crecí sin ella y que cuando llegó al bar del pueblo con sus antenas de una cuadra de altura, se veía lluviosa aunque el día luciera despejado.
–¿Cuál fue el secreto de Rapidísimo? Sabemos que cambió la AM desde su propuesta equilibrada entre música, palabras y el humor de Mario Sapag, Luis Landriscina y otros, diseñado por libretistas. Sabemos del ritmo que le aportaban Rina Morán y María Ester Vignola, del ida y vuelta con los oyentes. Y sabemos que recurrían a periodistas especializados, como Enrique Llamas en política, Luis Pedro Toni en espectáculos, José María Muñoz y Marcelo Tinelli en los micros deportivos… ¿Qué no sabemos del éxito tras su mítico ciclo?
–Fue un combo, partiendo del círculo virtuoso radio-orquestas y cantores de tango-clubes-oyentes-radio. Con el arribo de la citada Nueva Ola, el público entendió que le faltaba la música que siempre había escuchado, y se incorporó a Rapidísimo. Volvimos con ella, el folclore, talentos foráneos como Frank Sinatra. ¡Todos los monstruos vivían en la época de Rapidísimo! Además contábamos con una radio ganadora. Yo fui a Rivadavia para estar cerca de Cacho Fontana y de Carrizo, quienes desde los Cincuenta y gracias a su color de voz e impronta artística, le habían impreso un giro a la conducción nacional. A su lado uno ya aprendía… Lo que pocos saben –ya que me preguntás– es que el jingle en versión de salsa del inicio del programa lo grabé en Puerto Rico con letra y música mías. Lo único que compuse. Rapidísimo fue una etapa fundamental de mi carrera en la radio, que a la vez es una parte de la vida sin la cual no podría vivir. Y ojo que también lo es para mucha gente.
–Cuéntenos por qué lo cree.
–Porque es, en esencia, el medio más plebeyo. La clase media baja-baja toma la radio y se da su propia cultura mediante ella. Y, por alcance, es uno de los medios más democráticos. Ahora que nos han puesto WhatsApp, recibimos opiniones y mensajes amplísimos.
–¿Qué sintoniza usted en la actualidad?
–Escucho de todo. Recorro el dial. De la FM me gustan Bobby Flores, Lalo Mir, el Pelado Wainraich y Pink. De la AM, varios que personificaría en Nelson Castro, melómano, excelente periodista y un caballero… En mi departamento de Belgrano hay diseminadas seis radios Sony, que son bien duras. Converso mentalmente con la radio. Pongo una debajo de la almohada y me duermo escuchándola. Y uso unos auriculares que no permiten salir el sonido, para no molestar a mi mujer. Yo soy medio sordo; ella, al revés.
–Elizabeth Alba (69), la mujer incondicional de un marido incondicional… ¿Cómo anda de salud?
–Padece un problema que el psiquiatra resume como "personalidad contradictoria", pero se encuentra normalizada. La embocaron con la medicación y transitamos una buena existencia juntos. Lo que yo no quería era verla internada. Lo estuvo durante cinco años. Un horror: detrás noté un interés comercial para que permaneciera allí… Me organizó una petit-fiesta el 30 de octubre, cuando cumplí 79, el día que Diego Maradona recibía los 57.
La conocí en el hall de este mismo edificio, en 1969. Recuerdo que yo salía y me abordó una chica hermosa, irresistible, luciendo una capelina. Me dijo una mentira: que había ido en busca de Carrizo. Tiempo después Tony y yo nos hemos reído mucho con la anécdota. Ella colaboraba con la Sociedad Portuguesa de Socorros Mutuos. Le habían pedido que consiguiera un animador, y lo consiguió porque nunca más nos separamos. Junto a Ely, una década menor que yo, formamos un hermoso equipo que hoy se extiende a las familias de nuestras hijas, María Florencia (45) y María Laura (42). Disfrutamos de tres nietos.
–¿Ellos tienen conciencia de quién fue y es su abuelo?
–Sí. Nicky (13), el mayor, suele mandarme mensajes a la radio desde Noruega, donde reside: "¡Vamos, Tata, no se me achanche!". Durante su última visita me pidió uno de mis Martín Fierro. "Llevátelo", lo autoricé. Se entusiasmó: "Má, metelo en la valija". Hasta que Laura cerró la charla: "Ni loca. Pesa como cuatro kilos. Acá se queda".
–¿Cuántos premios ha obtenido en semejante trayectoria?
–No sé. Arriba de la mesa de casa en la que los pusieron hay más de quince Martín Fierro. Y otros… Uno especial, por lo groso, fue el Ondas, durante mis inicios. Lo recibí en España. Crónica exageró titulando: "Europa premia a Larrea". A mi regreso Beto Badía, que recién se recibía y hacía mi suplencia, me esperó en Ezeiza con las locutoras a su alrededor.
–¿Cómo siente usted que ha evolucionado a lo largo de tanta ruta recorrida?
–Mirá, yo creo en Dios, por definir de alguna forma la energía suprema que nos rige, y la manera práctica que encontré para interpretar la vida fue la sencillez de los Evangelios, que les hablaba a los que carecían de instrucción. A mí no se me ha dificultado entenderme con la gente, pero como no creo que sea lo mismo lenguaje popular que vulgar, nunca caí en la tentación de hablar con malas palabras y groserías, recursos siempre ofensivos. Lo que sí, supe asumir los cambios culturales. Con el mensaje de NiUnaMenos, continuar repitiendo cosas que antes sonaban a chiste o pasar algunas canciones, no me parece acertado. He cometido errores, por ejemplo mandando el tango Arrabalero: "Ahora, aunque la faje,/ purrete arrabalero,/ él sabe que lo quiere…". Mal. No puede ser natural que un hombre le pegue a una mujer. O el otro, Tiene razón, amigazo, que señala: "Pero siempre,/ casi siempre,/ la culpa de lo que somos/ la tiene alguna mujer". Se escuchaba naturalmente y parecía algo chiquito, cuando en realidad es una barbaridad que ya no debe repetirse.
–¿Jamás se resignará a dejar de aprender?
–Jamás. Yo hoy sigo comprando discos. Los adquiría en la época del 78 RPM, con la aparición del long play, el casete, el compacto, y los compraré como vengan. Igual en cuestión de libros. Conservo varios. Yo tuve una fortuna increíble. Cuando recién vine y necesitaba plata –porque le mandaba el sueldo de la Impositiva a mamá y subsistía con las animaciones nocturnas–, conseguí un laburito acarreando a las librerías paquetes de Editorial Talía. De tal manera entré a El Ateneo, donde conocí un montón de gente del medio e iban los escritores cada sábado a tomar café. Ahí me presentaron a Conrado Nalé Roxlo. De no saber quién era pasé a frecuentarlo. Me regalaba sus obras y aconsejaba. Un día me sugirió: "Lea mucho. Todo lo que agarre, ¡léalo!". Qué gentil. Fue mi inicio en la cultura, ya que luego conocí a varios autores y me cultivé a través de ellos. Porque un locutor, sin que su objetivo sea dar cátedra, no puede desconocer los basamentos de la Historia ni de la Filosofía… Carrizo se refería a eso en el cuarto punto: "Desarrollar una fuerte base cultural". Con el tiempo lo entendí e intenté cumplir.
–¿Hay algo que determinará su alejamiento del micrófono, si es que alguna vez le anunciará a "él" su adiós? Se lo consultamos dudando, porque su voz, la mayor herramienta de un conductor radial, permanece inalterable.
–"¡Hacé un año más!", me vienen pidiendo cada temporada en Folklórica… Ocurre que los hombres mayores andan bien hasta que un día se enojan de golpe con la esposa acusándola de robarle plata, se enajenan, se les va la memoria y chau. Lo planteé a mi señora y mis amigos: "Cuando entre a hablar pavadas, me avisan". Algunos sostienen que envejecen más personas de las que nacen y que con el tiempo superaremos el siglo de edad. ¡¿Para qué!? Va a haber más viejos en silla de ruedas que jóvenes para empujarlos (risas)… Yo, modestamente, continuaré siempre que pueda. El día que no tenga ganas, será mi último día. Pero mientras no suceda y quieran contratarme, vendré a esta radio, iré a otra que me llame o a una nueva que pongas vos y me invites a compartir.
Por Leonardo Ibáñez
Fotos: Maximiliano Vernazza y archivo Atlántida-Televisa
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