La historia de Quique Estevanez –"no me gusta que me juzguen por el paso del tiempo, por eso no digo mi edad", se excusa– podría ser la de una de sus telenovelas. En su recorrido hay historias de amor, esfuerzo, trabajo y muchos éxitos.
En tiempo y espacio, el guión de su vida empieza cuando sus padres llegan de España. En aquellos lejanos capítulos podríamos verlo jugar por las calles de Parque Centenario con sus cinco hermanos. "Desde chico estoy acostumbrado a moverme en familia de un lado para otro. Para mí, la vida siempre fue un gran desafío. A todo le puse la misma energía. Lo hago a pleno y apuesto a que salga bien", asegura.
-¿Cómo fue su adultez?
-"Hice de todo; siempre fui un buscavidas. Tuve una cadena de verdulerías y después puse un taller de chapa y pintura por San Cristóbal", recuerda.
-¿Cómo llegó al mundo del espectáculo?
-"¡De casualidad! En el '77 le arreglaba el auto a un actor. Un día se lo tenía que llevar al laburo y me invitaron a participar de una fotonovela. Así empecé. Participé en varias. Después llegaron varios bolos… Así, poco a poco, fui dejando los autos por la actuación…".
Hasta que llegó la producción: "Ese fue el gran momento. En los 80' me ofrecieron el teatro Provincial de Mar del Plata para el verano. Con Enrique García Fuente, entonces gerente de Programación de Canal 13, armamos QQ Producciones. Le pusimos así por los dos Quiques. Allá hicimos temporadas con Jorge Porcel, Claudio García Satur, Carlos Calvo, Jorge Guinzburg y muchos más".
–¿Cuándo se lanza a la televisión como productor?
–A principios de los 90', cuando produje La pensión de la Porota, con Jorge Porcel y Jorge Luz. Después hablé con Gustavo Yankelevich y tuve los derechos de ¡Grande, pá!, porque había trabajado como actor en Crecer con papá (personificó al maestro de Lorena Paola). Más tarde hice Como vos y yo, Somos familia, Los buscas, Amor en custodia, Dulce amor…
–¿No extrañaba la actuación?
–No, para nada, porque a mí me gusta más la acción, meterme en líos. Además, como productor me pude consolidar y generar sucesos. Siempre aposté al éxito… Hasta jugando a la bolita quería ganar.
–¿Cómo involucró a su familia en esta actividad?
–Empezaron ayudándome los veranos en Mar del Plata. Para contenerlos y tenerlos cerca, los hacía trabajar conmigo en el teatro, pero nunca pensé que Sebastián (47) y Sol (40) iban a terminar siendo actores. Cuando hacíamos Gino (una novela con Arnaldo André y Katja Aleman), Sebastián iba a comprar la mercadería para armar la escenografía de la verdulería, hasta que un día Arnaldo me dijo: "¿Por qué no lo ponés a hacer un papelito?". Así empezó como actor. Sol ya quería actuar a los ocho años… Su primer papel fue en Hay fiesta en el conventillo con Porcel, en el teatro Provincial. El Gordo la hacía pasar por el escenario todas las noches y ella estaba feliz. En cambio Diego (46) siempre me ayudó en la producción. Los Estevanez somos un gran equipo pero sobre todo, buenas personas.
–¿Cómo es la relación con sus hijos?
–Excelente. Sebastián es bueno, muy humano y sensible; Diego es mucho más tranquilo, racional, tal como lo ves. Y Sol es impredecible, cariñosa y generosa. Lo que más me gusta de los tres es que se aman: no hay diferencias entre ellos. Son buenos hermanos e hijos. Además, yo no sé qué haría si no me moviera en familia, porque nosotros aprendimos a bancarnos en las buenas y en las malas. Siempre intenté mantener un perfil bajo. Aunque me gusta el éxito, mi objetivo es trabajar para que a mis productos les vaya bien.
–¿Por qué eligió a Sebastián como protagonista de sus últimas telenovelas?
–Se dio así. Además, no es fácil encontrar un galán… y que tenga éxito. El tiene mucho magnetismo, y eso lo hace diferente. Traspasa la pantalla; además es muy querido por sus compañeros. Es muy sensible, le gusta ayudar: cuando alguien necesita algo, él está primero. Estudió teatro algunos años, pero no en el conservatorio. Lo suyo es más visceral, más real.
–¿Cómo selecciona a los actores?
–Intento buscarlos lo menos conflictivos posible, porque lo mejor que te puede pasar es trabajar diez horas en paz.
Intento buscarlos lo menos conflictivos posible, porque lo mejor que te puede pasar es trabajar diez horas en paz.
–A la hora de producir una remake de sus historias, ¿por cuál optaría?
–Todas me gustan mucho. Pero creo que Los buscas o Dulce amor hoy podrían volver a ser un suceso. Igual, el éxito no depende solamente de una historia, sino de la competencia que tengas, del elenco, del momento que se esté viviendo y del horario. Cuando empezamos a pensar en Golpe al corazón sentí que iba a haber química con los espectadores, porque era lo que pasaba entre los actores y todo el equipo de trabajo.
–Muchas de sus telenovelas tienen la palabra "amor" o "corazón" en el título. ¿Es una cábala?
–Puede decirse que sí. La verdad, con La ley del amor, Herencia de amor, Se dice amor, Amor en custodia y Dulce amor me fue muy bien… El amor es el leitmotiv de cualquier telenovela… y de la vida. Todo en la vida pasa por él. Si uno no ama al prójimo no hay historia. Por eso Golpe al corazón le llega tanto a la gente.
–¿Cómo es su vida cuando deja el estudio?
–Yo hace años siento que no trabajo, porque disfruto mucho más las cosas sencillas. En el último tiempo me levanto y agradezco a Dios poder hacer todas las cosas que hago. Me encanta estar con mis amigos y familia, y transitar y vivir la vida que tengo. Ultimamente me dejo sensibilizar por los recuerdos. Ahora voy más tranquilo y disfruto mucho cada cosa. Antes abarcaba más actividades de las que debía, era más atropellado, ni paraba para pensar. Ahora me gusta ceder el paso, disfrutar y recalcular.
–¿Le queda tiempo para sus nietos?
–Ellos me pueden: me encanta jugar y estar con ellos. Ser abuelo es espectacular, me gusta disfrutarlos y malcriarlos, compartirles mucho tiempo. Francesca (10), la hija mayor de Sebastián, es la que creo que puede heredar toda la pasión por la televisión. A los otros les encanta ponerse a jugar a la pelota.
–¿Ya tiene pensado su próximo proyecto?
–Sí, seguir contando lindas historias de amor, rodeado de mis hijos y mis nietos.
Por Pablo Procopio.
Fotos: Maximiliano Vernazza y archivo Atlántida.
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