Intimo, Fernando Dente (29) contó la trama inédita de su niñez y adolescencia cuando tuvo que atravesar un clima hostil en su propio hogar. La terapia fue un recurso prematuro para el actor. "Había empezado hacía dos años, cuando vivir en casa era imposible. Hasta llegué a odiar tener que volver al final del día", contó.
"Mis viejos estuvieron juntos más de treinta años y se llevaban fatal. Papá (José) era muy violento con mamá (Adda). Y crecí rogando que se separasen", confesó.
"El clima era caótico, espantoso. Como a los diez años no tenés escapatoria, cuando todo se ponía negro me encerraba en el baño. Imaginaba una gran balanza. (Extiende las palmas de sus manos)Pensaba: de un lado está toda esta porquería; Y del otro mi ilusión: "Voy a ser actor; Sé que algo me rescatará". Y fue así, sobre el escenario encontré la paz. Mi vocación me salvó la vida. Fue una caricia en ese ambiente hostil".
Finalmente, sus padres se separaron. "Yo tenía quince años. Fui a vivir con mamá y corté el vínculo con mi viejo. Quedé asustado. No sé…Le tenía miedo".
¿Cómo fue el vínculo con su madre (fallecida en 2009)? "Una fusión insuperable… (suspira). Mi gran compañera. Empezamos juntos a estudiar: yo primer grado y ella abogacía. Se recibió en cuatro años y medio, con el mejor promedio. Era coqueta, encantadora. Entraba a un lugar y ya nadie podía ver otra cosa. Ella, que debió reinventarse tantas veces, construyó mi confianza, alimentó mi autoestima. Me decía: 'Fer, sos el mejor'. Y a mí me daba pudor: 'Ay, má…¿Qué decís?'. Animó mi camino. Me enseñó a desear fuerte, a decretar un destino. Por eso, perderla (falleció en 2009), fue desequilibrante. Durante mucho tiempo odiaba los estrenos, salía malhumorado. Nada de lo que me decían me alcanzaba. Todo halago me sonaba a mentira. Sentía que nadie entendería, como ella, cada uno de mis logros. Todo esto (su lanzamiento como cantante) hubiese sido tan lindo de compartir… ¡Hasta con mi viejo!".
Y entonces detalló el reencuentro con su padre (fallecido en 2014). "Papá fue muy violento, con mamá, con mis hermanos… Pero conmigo era un sol. En algún lugar me despertaba ternura. Un tano escapado de la guerra, de esos dedicados al trabajo. Fundido y levantado tantas veces. Siempre ahí, metido en su gomería… Volvimos a tener vínculo poco antes de que mamá muriese. Insistía con que yo debía reunir a la familia. Ponía esa misión sobre mis espaldas. Mis hermanos ya eran grandes, no le daban mucha bola. Así que el único diálogo que manteníamos tenía que ver con ese pedido de "operativo regreso". Cuando mamá se fue, ya no sabíamos sobre qué charlar: ¡y a mi me hacía feliz no hablar de ella! Podíamos comer en paz. No quedó otra que redescubrirnos. Durante muchos años había sido duro con mi vocación: 'Sos alguien si vas a la Universidad'. Pero años más tarde me escribió una carta pidiéndome perdón por su falta de apoyo. Y cuando falleció (en 2014, por una falla cardíaca), en su departamento encontré muy bien guardadas cada una de las revistas en las que había alguna nota mía. Finalmente pude conectar con él. Entender su historia. Sanar. No quería quedarme con la imagen de un monstruo".
Por redacción Gente.
Fotos: gentileza Fabián Morassut, Eliseo Mamberto y @pochoph.
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