A simple vista parecen dos tipos muy diferentes. Luciano es el hijo de Pocho Castro, un guardavidas "que hacía cualquier deporte que se le cruzara, sobre todo los de agua", y Marta, maestra rural que terminó sus días como docente enseñando en diferentes villas del Conurbano. El Gordo se crió leyendo las columnas que escribía Carlitos Irusta en la década del '80 en la revista El Gráfico. Eso era lo que más latía en su casa de Villa del Parque: el deporte. De ahí las abdominales, el boxeo y las fotos repetidas de cada verano haciendo surf.
En cambio, los primeros años de Juan fueron saltando por distintas ciudades del mundo. Hijo de padres separados, mamá socióloga –Aída– y papá matemático –Alberto–. Además, trabajando en el exterior. Vivió primero en Brasil y luego, en el '76, los Minujín saltaron al exilio en el DF mexicano. En su casa sonaba música clásica y se leía poesía, "pero estábamos lejos de ser una familia bohemia", aclara el sobrino de la artista Marta Minujín.
A pesar de llegar de dos mundos en apariencia tan dispares, Juan Minujín (43) y Luciano Castro (43) son –parafraseando a Luca Prodan– "no tan distintos". Así lo demuestra la química que tienen fuera de cámara y que traspasa la pantalla en el prime time de Telefe. Junto a Nancy Dupláa y Carla Peterson protagonizan 100 días para enamorarse, que por estos días promedia 17 puntos de rating y se lleva el 48 por ciento del encendido.
Pero además de la actuación, el punto en común que más une a los galanes del momento es la paternidad y la familia. Luciano (que en la ficción interpreta a Diego) está casado en la vida real con Sabrina Rojas y es el papá de Mateo (16), Esperanza (5) y Fausto (3). Y Juan (que en 100 días… es Gastón) ya lleva más de dos décadas al lado de su mujer, Laura, que es psicóloga y con quien tuvo a Amanda (12) y a Carmela (8).
¿Lo más complicado de la paternidad? "Creo que lo más difícil es tener una mirada tranquila, posibilitadora, y admitir a los hijos como son y no querer moldearlos para un lado o para el otro", arranca Minujín. "Yo dos por tres la tiro a la segunda bandeja, pero siento que en los últimos años he evolucionado mucho como padre", dice Castro. Ya vamos a ver por qué…
Creo que lo más difícil como padre es tener una mirada tranquila, posibilitadora, y admitir a los hijos como son y no querer moldearlos para un lado o para el otro
–¿Uno termina criando a sus hijos mirando en el retrovisor de su infancia, por más que haga todo lo contrario?
Juan: Yo trato de tomar las cosas que considero que fueron muy buenas de la crianza de mis papás. Básicamente, me dieron mucha confianza para que hiciera lo que quisiera, y eso es lo que más rescato. No me enseñaron a especular. "Hacé lo que te guste, que te va a ir bien", me decían. Después, como padre cometo un millón de errores. Repito cosas de ellos e invento errores nuevos: soy controlador, impaciente... Pero, bueno, los padres perfectos no existen. Sí los de buenas intenciones. Por eso, más que bajarles línea y contarles a mis hijas cómo es el mundo, trato de escuchar lo que tienen para decir.
–¿En tu caso, Luciano, imitaste la crianza de tus padres?
Luciano: No, yo no tengo nada que ver con esa educación. Les valoro todo lo que me dieron y rescato sus valores, pero después voy por otro lado. Mi papá era el hombre de Cromañón con un corazón inmenso. Saco lo más positivo de mi mamá y tomo el camino que considero mejor para la vida, según mi experiencia. Los valores son únicos, igual que la verdad. Y después, a mis hijos los dejo hacer.
Mi papá era el hombre de Cromañón con un corazón inmenso. Saco lo más positivo de mi mamá y tomo el camino que considero mejor para la vida, según mi experiencia
–¿Cómo te definís en el rol paterno?
L: Yo he sido un pésimo padre. A mi hijo Mateo le debo años. Fui muy egoísta con él. Si querés, fue por joven o inmaduro. Es como dice Juan: él estaba viendo que yo era eso. No hablo de lo económico, sino de generar un vínculo, de calidad en la relación.
–¿Cuándo te diste cuenta?
L: Hará cinco años… Por eso digo que mi evolución como padre fue en los últimos tiempos. Por eso a Mateo siento que le debo, aunque él no me reclama nada. Como decía Juan, invento errores todo el tiempo, me doy cuenta y reculo al toque: "Todo eso que hice está mal". Porque es en el único momento que el discurso es efectivo ante el hecho. Soy bastante rústico en la formación de mis hijos. Hay cosas básicas que creo que todos los padres deberíamos decirles.
Por Julián Zocchi
Fotos: Fabián Uset/GENTE
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