Marley (47) llegó a Chicago el 26 de octubre, con un ticket del show de Janet Jackson, el pendiente de ir al cine para ver a Judi Dench y otra lista de "qué hacer" hasta el 8 de noviembre, día en que recibiría al hijo que esperó durante veintidós años. Pero a las nueve del día siguiente el destino se reiría de su agenda, y para siempre.
Condujo durante una hora hasta Kenosha, en el estado vecino de Wisconsin, donde Britany –la madre subrogada– se sometería a un simple chequeo de rutina. Pero la presión arterial de esta mujer –de 25 años, de color, casada y madre de dos niños de 4 y 3 años– obligó a su inmediata internación. La fecha de la cesárea se reprogramaría para el día 2. Hasta que una administrativa lo sorprendió aún más.
–¿Usted es el papá?, preguntó.
–¡Sí!
–Debería llenar estos formularios, ya que al nacer hoy…
–¡¿Cómo que hoy!?
Entonces, el frío recorrió su espina. "Entré en crisis", recuerda Alejandro "Marley" Wiebe en el despertar de la primera noche en que logró dormir, a un mes y medio de aquella mañana.
–Cuando decís "crisis" significa…
–Pánico. Lloré mucho. Más allá de la gran preocupación por la salud de Mirko, me sentí solo, en el momento más vulnerable de mi vida y en una ciudad que no conocía. Tuve la angustia de los primeros detalles: aún no tenía ni ropa para el bebé, sentí que debí haber practicado, todavía no me daban el departamento que había alquilado… ¡Vivía en un hotel!
–¿En quién buscaste contención?
–A mamá (Ana María, 78) la llamé en llanto. Ella siempre fue un poco reticente a la idea. Con el tiempo aflojó con el "no sabés en qué te estás metiendo, un hijo no es un perro"… Finalmente, la confirmación del embarazo le devolvió la vida en un momento muy difícil. Venía de pelearla duro contra la Macroglobulinemia de Waldenström, una enfermedad que al no tener cura precisa se combate con quimio… y ella pasó por tres. La familia –que tenía previsto viajar en grupo para la fecha programada– hizo red. Designaron a alguien para que me diera una mano: mi prima Virginia, que ya es madre (y productora de En qué mano está, Telefe).
–Y entonces, el parto…
–Todo muy E.R. Cables, monitores, como diez personas que iban y venían, y yo detrás de la sábana, sosteniendo la mano de Britany. Una situación rarísima, sabiendo que su marido estaba esperando afuera y me había hecho el favor de ir a buscar la caja que compré para guardar el cordón umbilical, para conservar las células madre. Me deshice al escuchar el llanto de Mirko. Pude tenerlo en brazos hasta que debieron llevarlo a neo por un problema respiratorio: sus pulmones no se habían desarrollado lo suficiente. ¡No podía creer que me estuviese pasando eso! Pero finalmente entendí que fue una bendición.
–Por sentirte resguardado de algún modo…
–Tener tres días con él a solas pero acompañados por un equipo, resultó ser un gran marco de contención. Las enfermeras me enseñaron todo. Me decían: "Miralo a los ojos, contale algo…". Así estuve, sin dormir, porque no volví a tener ganas. Lo tuve en brazos durante horas sobre mi silla mecedora, sin desconectar su sonda ni los miles de cables, cantándole Manuelita.
–Hasta que un día –en algún momento– debías cambiarte de ropa… (risas)
–Las enfermeras me decían emocionadas que jamás habían visto un padre tan presente. Hasta me trajeron un angelito de "new dad" (todos eran "new mom"). Me retaban: "¡Pero mirate las ojeras! Andá a dormir un rato. Mirko está mejorando. Cuando vuelvas, tal vez puedas darle su primera mamadera". Me fui hasta Chicago. Debía hacer el check out en el hotel, cambiarme… No llegué a dormir ni dos horas, por la excitación. Cuando volví me esperaba una mala noticia: "Ni bien te fuiste, tu bebé empeoró". Lo alcé, lo puse sobre mi pecho e inmediatamente los valores se normalizaron. Intuí su angustia y me prometí: "Nunca más voy a separarme de él".
–Mientras, Britany seguía internada. ¿Volviste a verla?
–Al tercer día le presenté al bebé y pudo tenerlo en brazos. Su hijo más chico estaba enloquecido. Gritaba: "¡Baby, baby!". Eran las voces que Mirko había escuchado durante meses.
–Creía que el contacto estaba prohibido.
–Sí. Las enfermeras estaban horrorizadas: "¡¿Usted realmente lo autorizó?!". Pero Britany y yo ya somos amigos. Era ridículo que ella, quien tuvo la primera relación con el bebé, no pudiera acariciarlo o darle la mamadera. Hicimos un gran vínculo. Ellos están felices de haberme hecho feliz… Nos mantendremos en contacto para siempre. De hecho, están planeando venir de vacaciones a la Argentina.
–¿Lo mismo pasará con la siberiana (26 años, estudiante y residente en Miami) que donó sus óvulos?
–Con ella es diferente. A la donante no se la debería conocer. Tuvimos diez minutos de charla forzada aquella vez, vía Skype, por una situación puntual: le habían detectado hepatitis en pleno proceso y el protocolo indica que yo debo entrar en contacto y decidir la continuidad del tratamiento. Pegamos onda, pero ella optó –contractualmente– por no tener relación con el bebé, a menos que se trate de una emergencia que sólo la genética puede resolver.
–¿Cuáles son los trámites legales post nacimiento?
–Mirko es americano. El Consulado me recomendó que lo mantenga así hasta sus dieciocho años, cuando pueda elegir nacionalizarse o no. Para que Argentina reconozca válido su certificado de nacimiento, tuve que hacerlo estampillar por La Haya en el Capitolio de Wisconsin. Y aquí estoy tramitando su residencia permanente. En Estados Unidos podría ser presidente o agente de la CIA, pero en Argentina es un turista. ¡Su visa vence el 10 de marzo!
Por Sebastián Soldano
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