Thelma Fardín publicó en el mes de mayo "El arte de no callar", su primer libro, en el que da mayores detalles del abuso que denunció haber sufrido por el actor Juan Darthés mientras compartían elenco en la serie infantil "Patito Feo".
La actriz lo presentó en la Feria del Libro y en los últimos días está posteando algunos fragmentos de su autobiografía en Instagram.
"De tardes grises creando y sanando. `La potranca, tan agonizante como inerte, miraba a su vieja mitad, por algún mecanismo de defensa divino, mientras que la niña, desequilibrada, gritaba desgarrando su corazón por no lograr atravesar esa fría pared adormecedora.´ Página 88 capítulo 3, La Pequeña Equilibrista, de mi libro `El Arte De No Callar´", fue el primero de esta actual saga, la cual compartió junto a una foto muy de entrecasa.
Para el segundo posteo eligió el capítulo 6: "De una siesta con India del amor. "Empezaron las pesadillas. Comencé a tener sueños horribles que no me dejaban descansar. Irme a dormir me daba náuseas, una ansiedad terrorífica. Se acercaban las fiestas y fuimos a la Huasteca Potosina, el pueblo mexicano de mi novio de aquel momento. En ese viaje me percibí rodeada de gente y a la vez completamente aislada. Me sentía tan sola y lejos de todo, que empecé de a poco a tomar dimensión de cuan fragmentada estaba. Rota. Los pueblos tienen esa tranquilidad introspectiva que antecede a la tormenta; esa atmósfera de incertidumbre sobre el mañana, combinada con la certeza de lo rutinario. Fueron días tormentosos. Quería parpadear y estar en Buenos Aires acompañada por mi gente. Desaparecer o teletransportarme. Empecé de a poco a buscar salidas que me ayudaran a escapar de ese desasosiego que no terminaba de definirse. Una vez más, me encontraba leyendo obsesivamente, sumergida en libros buscando refugio"
Y finalmente, para el más reciente subió el Capítulo 2: "Me gusta el frío, pero no estoy segura si es por el hecho de haber nacido en el sur. Aprendí a esquiar a los 3, pero a andar en bicicleta, recién a los 10. Recuerdo la sensación de deslizarme con las tablas de esquí por la ladera del Cerro Catedral en pleno invierno. Recuerdo la sensación de no tener miedo a nada. Una de las últimas veces que esquié –por esquivar a una persona– perdí el control en la maniobra evasiva al punto de no poder volver a dominar los esquíes. Intentaba hacer cuña, doblar, inclinarme y cambiar el ángulo de las tablas para ejercer una mayor fricción, lo que sea; no había caso. Todo pasó en pocos segundos pero recuerdo perfectamente que a pesar de mis esfuerzos no lograba frenar. En ese momento entendí que si no me tiraba, la montaña y la fuerza de gravedad me iban a tirar a mí; algo que, por experiencia, entendía perfectamente que podía llegar a ser mucho peor. En un acto decisivo tan veloz como efímero, me entregué al fracaso, a la caída. Solté los bastones y me tiré de manera voluntaria para desacelerar la bajada empinada y frenética. Una pensaría que por elegir la caída puede aminorar el golpe pero no siempre resulta. Di vueltas en el aire con los esquíes puestos ya que en ningún momento se salieron (sí, todavía no me explico cómo no me rompí una pierna) hasta que finalmente el mundo dejó de girar de una sacudida brusca y seca que me dejó desorientada. Primera y única vez que me bajaron en patrulla. Esa sensación quedó grabada en mi cuerpo. Todavía hoy, cuando estoy frente a una situación en la que tengo que tomar una decisión difícil, mi cuerpo recuerda ese instante, ese milisegundo en el que decido lanzarme al vacío y frenar por mi propio peso.
(Siempre escribí, siempre soñé con mis libros, pero nunca me imaginé qué el primero lo escribiría en 3 meses, acompañada por un amigo tan hermoso y a los 26 recién cumplidos)"
Por Redacción Gente
Fotos: Instagram TF
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