Como cada 18 de julio a las 9:53 de la mañana, una sirena inundará la calle Pasteur a la altura del número 633, sede de la AMIA. Serán ya 25 los años que ese sonido lleva horadando las conciencias.
Al atentado más grande que sucedió en la Argentina (85 muertos, más de 300 heridos) aún no le llegó la Justicia. Por eso la mutual judía, con el apoyo del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos, organizó una de las actividades que llevará a cabo durante siete meses para honrar a las víctimas, sacudir la memoria y reclamar Justicia: la muestra fotográfica Veinticinco, que el 27 de junio será exhibida en el Consulado Argentino en Nueva York, en agosto llegará al Centro Cultural Kirchner y en noviembre se presentará en la Embajada Argentina en París.
Tamaña tarea tuvo dos pilares fundamentales: su curador, Elio Kapszuk –director de Arte y Producción de la AMIA– y Julio Menajovsky, autor de las 38 fotografías que la componen, que en rigor viene preparando esta muestra desde que arribó con su cámara al lugar del atentado minutos después de la explosión.
"Ser uno de los primeros en llegar no es un mérito, y hubiera preferido no estar –cuenta Menajovsky–. Estas fotografías me acompañaron desde el primer momento, sin saber qué hacer con ellas. Entendía que no me pertenecían del todo. Y si tienen algún sentido es porque hay 85 muertos y centenares de víctimas vivas detrás de ellas, y una herida profunda en el corazón de esta sociedad, que no ha sido saldada".
Por su parte, Kapszuk señala: "La falta de justicia provoca que el atentado siga estando presente, y que un hecho atroz perpetrado en 1994 se repita de manera sistemática. Quisimos trabajar sobre esa idea y poder mostrar los efectos de la impunidad".
De las 38 fotografías, la mitad muestran el efecto más nítido del horror asesino. Y las otras 19 (hechas por Menajovsky en el estudio de su colega y amigo Silvio Zuccheri), las secuelas que subyacen en la vida de los sobrevivientes y los familiares de las víctimas.
Entre esas historias está la que revelaron dos investigaciones publicadas en la revista GENTE, encarnadas en el periodista que las realizó y la prima de la víctima 85 de la AMIA, que tenía, sin saberlo, el rostro de quien recién dejó de ser un NN en el año 2016: Augusto Daniel Jesús.
"Le pedimos a Julio generar nuevas fotografías que tuvieran conexión con las imágenes cargadas de drama que tomó minutos después del atentado. Se hilvanan historias que nos recuerdan que, en tiempos de impunidad, el ejercicio de la memoria, tanto individual como colectiva, debe estar asociado al reclamo de justicia", explica Kapszuk.
Y concluye Menajovsky: "En el encuentro con quienes nos prestaron sus historias nos embargó una sensación de que el atentado había ocurrido recién, que no nos lo habíamos sacado de encima. Los escombros de la AMIA se van a ir el día que podamos escribir la palabra 'Justicia' con mayúscula"
GENTE en la muestra de la AMIA
Sobre la pared de la entidad había inscriptos 84 nombres. Pero las víctimas del atentado fueron 85. A pocos meses de reemplazar a Alberto Nisman, y después de 22 años sin novedades, los fiscales de la UFI Amia (Sabrina Namer, Leonardo Filippini y Norberto Salum) determinaron, mediante pruebas de ADN, que el último NN era Augusto Daniel Jesús, hijo de Lourdes Jesús, también muerta en la explosión.+
Sin embargo, nada se sabía sobre él. El jefe de Redacción de la revista GENTE, Hugo Martin, investigó la vida del joven. En la Fiscalía sólo existía un documento con las huellas dactilares. No había ni DNI, ni la ficha del Renaper, y los familiares consultados no tenían ni una sola foto. La primera nota publicada hablaba del "muerto sin rostro" de la AMIA. Y se esperanzaba con que alguien lo conociera.
Cecilia Jesús Lower, prima del muchacho, leyó ese artículo, se comunicó con la AMIA y con el periodista. Contó que nadie de su familia tenía contacto con Lourdes y Daniel en aquellos años, pero guardaba fotos del chico, un legado de una tía abuela que ella conservaba. Gracias a ese encuentro se pudo reconstruir la historia y conocer el rostro del último muerto de la AMIA.
Una foto icónica
Julio Menajovsky fue uno de los primeros reporteros gráficos en llegar al lugar del atentado, "un acontecimiento realmente monstruoso", según recuerda. En una de las fotografías que tomó ese día, un grupo de bomberos y rescatistas lleva sobre una camilla a Germán Parsons, un artista que vivía frente al edificio demolido.
Su hermana, Lía, estaba a pocas cuadras. No bien supo de la tragedia lo llamó por teléfono, pero le daba "ocupado". Corrió hasta el lugar para comprobar que, increíblemente, los cuadros de su hermano estaban intactos. Recién a las siete de la tarde supo del triste desenlace. Había muerto y tuvo la dura tarea de reconocerlo en la Morgue.
La imagen de los últimos momentos de vida de su hermano fue tapa del diario Clarín del día siguiente, fotografía que Lía nunca había visto en colores hasta que se encontró con Menajovsky. De la charla que ambos tuvieron, el reportero gráfico rescató la resignificación que cobró aquella toma. Lía, por su parte, resumió sobre los últimos instantes de su hermano: "Ahora tengo la sensación de que Germán estuvo acompañado".
El diccionario de Javier
El 18 de julio de 1994, Mijal Tenembaum tenía apenas tres meses de vida. Su papá, Javier, había ido a hacer un trámite en la AMIA cuando el atentado terrorista arrancó la suya. Tenía 30 años. En una oportunidad, Mijal fue contactada vía Facebook por una profesora que había estudiado junto a su padre. Tenía algo que obsequiarle: un diccionario en arameo que Javier le había prestado, en cuya primera página tenía, manuscrito, su nombre en hebreo.
A punto de jubilarse, esta profesora pensaba donar sus libros a una biblioteca, pero entendió que éste en particular debía estar en poder de Mijal. La reflexión final de la chica, que posó con el libro en sus manos, conmueve: "El atentado no sólo se llevó la vida de mi papá. Se llevó la posibilidad de que nos conozcamos. Encontrar este libro me demostró que me voy a pasar la vida descubriéndolo".
El rescate imposible
Maratonista y campeón argentino de triatlón, Alejandro Mirochnik trabajaba en la AMIA y estaba en el ascensor cuando explotó la bomba. Cayó varios pisos y se fracturó la tibia, el peroné y el astrágalo de una pierna. En esa oscuridad pidió socorro en vano. Nadie lo oyó.
A unas diez cuadras de allí, Juan Carlos Lombardi cumplía con sus tareas en una joyería de la calle Libertad. Tenía experiencia adiestrando perros para el rescate de víctimas de terremotos en Italia. Entonces corrió hacia el lugar de la tragedia junto a Lupo. Los ladridos del perro alertaron a los bomberos y rescatistas una y otra vez: cinco personas fueron recuperadas con vida entre los escombros gracias a él. Una de ellas fue Alejandro, que estaba dentro del ascensor, en el sótano, cinco metros bajo tierra. Los bomberos le proveyeron oxígeno y agua con una manguera hasta que, siete horas después, lo sacaron.
Hoy, Juan Carlos entrena perros para rescate en nuestro país. Y Alejandro, que pensó que el ascensor se había roto y recién al salir se enteró de la dimensión de la tragedia, volvió a correr a pesar de las secuelas que le dejaron las fracturas.
Sobrevivientes
Rosa y su hijo Sebastián, de cinco años, caminaban por la calle Pasteur rumbo al Hospital de Clínicas aquella mañana de 1994. Iban de la mano, jugando al "veo veo". La explosión los hizo volar. La última vez que Rosa vio al niño, un rescatista lo llevaba al hospital, malherido. Sebastián es la víctima más pequeña del atentado.
Paula también tenía cinco años. Vivía frente a la AMIA, en un séptimo piso. Estaba durmiendo, porque eran vacaciones de invierno, y la detonación partió su cama al medio. Se despertó aturdida y su madre, ensangrentada y a los gritos, la despabiló. Junto a su hermano, de 11 años, bajó las escaleras. A su mamá –que estuvo dos meses internada en el Hospital de Clínicas– la volvió a ver recién dos días después. A Rosa la esperaban varias operaciones durante tres años, y un dolor irreparable.
Las amigas
Tamara Bursuck de Scher llegó apurada a su trabajo en la AMIA: se le había hecho tarde aquel 18 de julio de 1994. Iba a tomar un café con una compañera, pero se detuvo: en la escalera escuchó el teléfono de su oficina. Su jefe, el entonces presidente de la institución, Alberto Crupnicoff, le pidió que escribiera una carta en forma urgente. En esa tarea estaba cuando sucedió la explosión.
Martha Goldfarb trabajaba en el segundo piso. Estaba contenta porque regresaba de sus vacaciones. Cuando todo voló, alcanzó a esconderse bajo un escritorio. Pudo salir por un patio trasero. Al mirar hacia arriba sólo vio el cielo. El resto del edificio había desaparecido. "Ser sobreviviente significa vivir con un dolor permanente y el recuerdo de la gente querida que no está", dice hoy.
Tamara, después de un tiempo, volvió a trabajar en la AMIA hasta que se jubiló. "Los años que tenemos son un regalo", señala. La tragedia las unió y hoy son grandes amigas.
Lo que une el destino
Ana María Czyzewski estaba en el primer piso de la AMIA el día del atentado. Su hija, Paola, que trabajaba en el estudio contable de la familia, la acompañaba casi por casualidad. Ella estudiaba Derecho. La chica había pedido un café, pese a que no solía tomarlo, y bajaba en el ascensor a buscarlo cuando sucedió la explosión. El mozo que le llevaba el café era Jorge Antúnez, que tenía 18 años, había llegado desde San Juan y vivía con sus tíos, Gustavo y Ángel.
Por las noches, además, iba a la escuela. Durante una semana su familia lo buscó, hasta que llegó la peor noticia. Ana María (familiar de la víctima y sobreviviente) viajó hace un tiempo a conocer a la abuela de Jorge. Ahora se encontró con los tíos de aquel muchacho para la foto de la muestra de la AMIA. Y todo cobró sentido: Paola y Jorge siguen vivos en el corazón de sus seres amados.
Hermanos abrazados
Marina y Gustavo Degtiar eran hermanos de Cristian, que trabajaba en la AMIA. Tenía 21 años, estudiaba abogacía y cumplía sus tareas por la tarde, pero ese día tuvo una reunión a la mañana. Tardaron dos días en hallar su cuerpo bajo los escombros.
Jonathan y Gustavo Averbuch eran hermanos de Yanina, secretaria ejecutiva del Servicio Social de la AMIA. Cinco días después del atentado la encontraron muerta, abrazada a una compañera de trabajo.
En un edificio de la calle Ayacucho, donde la AMIA funcionó tras el atentado, los cuatro esperaron noticias de sus familiares desaparecidos. A 25 años de aquella tragedia volvieron a encontrarse. "Hablamos un mismo idioma", coinciden.
por Hugo Martin y síntesis de textos muestra Veinticinco de AMIA
fotos: Julio Menajovsky (Muestra Veinticinco de AMIA) y Diego Soldini
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