Estuvo 84 días en el mar. Buscando, soñando, apretando los dientes, hablándole con el alma a su hijo, una de las 44 víctimas de la tragedia del ARA San Juan.
Resume Luis Tagliapietra (48), padre de Damián Alejandro, quien tenía 27 años al momento del hundimiento del submarino."Son muchos los sentimientos que se te cruzan, y algunos contradictorios. En mi caso, nunca me había embarcado en un buque así. Por suerte me manejo bien en inglés y pude relacionarme con los tripulantes. Toda gente extraordinaria, eh… Me quedó una sincera amistad con varios de ellos. Al barco lo ves grande, pero la parte habitable es pequeña. Los lugares en común son el comedor, un playroom y un espacio en cubierta donde ponés dos o tres reposeras… El 22 de octubre cumplí años y me lo festejaron de sorpresa: me hicieron una torta, me cantaron el 'feliz cumpleaños' –con guitarra y todo– y hasta recibí un par de regalos. Uno me regaló una taza, otro me pintó un cuadro… Fue un viaje lleno de emociones. Con la noticia del hallazgo sentí, por un lado, una profunda tristeza, un volver a vivir aquel 22 de noviembre, cuando me dijeron que estaban todos muertos. Y a su vez, un poco de paz por haber cumplido la promesa que me hice a mí mismo y a mi hijo, de dejar todo hasta encontrarlo. Fue agotador, cansador. Pasé muchas noches sin dormir, días muy intensos… Pero cumplimos".
Tagliapietra –abogado y uno de los más activos en la causa– fue uno de los cuatro familiares que subió al Seabed Constructor, de la empresa Ocean Infinity. A bordo presenció el momento en el cual se halló al ARA San Juan, hundido a 907 metros de profundidad y a 600 kilómetros de la costa, a la altura de Comodoro Rivadavia.
Fue el 16 de noviembre y, naturalmente, le dio un impulso fundamental a la causa. De regreso, Luis apenas tuvo tiempo para reponerse. Pero accedió al mano a mano con GENTE con las emociones aún a flor de piel.
–Muchos dicen, Luis, que el hallazgo del submarino cierra un círculo. al menos desde lo emocional. ¿Vos lo sentís así?
–No sé… No lo veo como algo circular. Ahora, la lucha que empezó hace un año continúa, en búsqueda de verdad y justicia. Por cómo viene la mano, va a ser larga. Era muy difícil llegar a la verdad sin encontrarlos, porque no teníamos la prueba. Ahora sabemos que pasó lo peor, por la enorme desidia del Estado respecto del mantenimiento del submarino. Por mandarlos a una misión mortal, en un acto criminal por parte de algunas autoridades, que tenían conocimiento del mal estado del submarino. Hubo alertas de la propia Armada acerca de esto. Y no se hizo nada.
–¿Confiás en la Justicia?
–No, para nada. Si bien trabajo como abogado, soy un descreído de este sistema jurídico. Lo siento inútil, burocrático, atento más a la política y a los intereses económicos que a un sentido de justicia. Por eso estoy encima de la causa, empujando.
–Sos bastante crítico del accionar de la jueza, Marta Yáñez.
–Estoy en desacuerdo con muchas cosas y se lo dije en persona. A un año, la causa está estancada, no avanza… El hallazgo no tuvo nada que ver con ella. Los que le pusimos el cuerpo, el pecho y la cabeza para buscar donde se tenía que buscar, fuimos nosotros. De hecho, cuando la jueza se metió, pidió que se fuera a una zona al norte, que nada que ver, con lo cual podría haberse entorpecido el hallazgo.
–¿Qué le criticás puntualmente?
–Cuando se reunió inicialmente conmigo mostró la mejor predisposición. Pero fue de la boca para afuera. En mi primer escrito, hace más de un año, le pedí que se allanaran las bases de Mar del Plata y Puerto Belgrano de forma urgente, porque familiares habían declarado que veían movimientos extraños por la noche. Recién el 20 de enero ordenó los allanamientos. Y todos saben que en cualquier causa judicial, un juez lo primero que hace es allanar, porque el sentido es intentar salvaguardar pruebas que pueden ser destruidas, desaparecidas, manipuladas. Eso fue lo primero que me pegó mal. Luego, ella tuvo reuniones misteriosas, personales, sin sustento jurídico, con autoridades de la Armada y el ministro de Defensa (Oscar Aguad). No tenía ningún motivo válido para reunirse en privado con una institución que ella misma investiga. Y tampoco con el ministro, que está denunciado penalmente.
–En cuanto a la búsqueda en sí, siempre tuviste la convicción de que era posible hallar el submarino.
–Sí. Por eso fue un logro nuestro, de las familias. Entre otras cosas, tuvimos que acampar 52 días en Plaza de Mayo para poder materializarla. En el pliego, me preocupé como abogado de imponer algunas cosas que consideraba fundamentales para encarar la búsqueda. Primero, que no hubiera un tiempo acotado de duración; por eso el contrato era por cuatro meses, renovable por cuatro más. Además, que el objetivo no fuera barrer determinada área en tanto tiempo, sino encontrar al submarino, y que la empresa sólo cobrara en caso de hallarlo. Y que viajaran cuatro veedores en representación de las familias. Que tuviéramos ojos, oídos y voz ahí arriba, porque no confiamos en nadie. Es así: llegamos al punto de no confiar en nadie, más allá de la buena voluntad de la Armada en invitarnos, que eso hay que reconocerlo. Hubo un cambio de actitud muy importante en los jefes. Dejamos de ser el enemigo.
–¿Cómo fuiste viviendo el día a día en el barco? Imagino que hubo momentos de tristeza, otros de esperanza…
–En general, no soy un tipo de ponerme triste. Me agarran bajones, sí, pero me duran muy poco, porque tengo algunos mecanismos que me funcionan inconscientemente. La foto de mi hijo me acompañó todo el viaje. La dejé en el barco. Era una foto que hicimos mientras acampábamos en Plaza de Mayo, la tenía en mi camarote… También una bandera argentina con el número 44.
–¿Tiraste algo al mar?
–Un pin con la foto de Alejandro, que me regaló una amiga. Lo llevé durante toda la lucha y ese día lo tenía puesto. El barco estaba estático exactamente sobre el lugar del hallazgo… (se quiebra)… Simplemente le dije a mi hijo que descansara en paz, que yo estaba con él, que había cumplido… con la promesa... Y simbólicamente tiré el pin al agua… (llora unos segundos)… Fue muy duro… En dos palabras, fui a buscar la certificación de la peor noticia. Lo bueno –entre comillas– que implicaba lograr el objetivo, era la peor noticia. Fijate vos… Por eso lo de los sentimientos contradictorios. Intimamente yo sabía que ni estaban secuestrados en las Islas Malvinas ni se los habían llevado extraterrestres. Pero era necesario encontrarlos para empezar a tener certezas.
–¿Qué te daría un poco de paz?
–Lo que nos queda es demostrar la verdad de lo que pasó. Tengo mi teoría, pero no soy un cerrado. Estoy abierto a todas las hipótesis. La pérdida es irreparable, pero la verdad, definitivamente, nos puede sanar un poco.
Por Eduardo Bejuk.
Fotos: Diego Soldini, archivo Atlántida y álbum personal de L.T.
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