Osvaldo Laport (62) vive un gran presente laboral con su papel de Gino en 100 días para enamorarse y en el teatro con Siddharta. Pero en un diálogo exclusivo con GENTE revela su costado más espiritual y su especial don para darle consuelo a las personas y cómo anticipó la muerte de un tío y su madre.
–¿Es cierto que cuando ves a tu hija por las mañanas le hacés la señal de la cruz en la frente? ¿Siempre le das un lugar importante a lo espiritual?
–Sí. Yo creo en la energía, algo que está (agita las manos). Me sucede con gente que padece algo y se me acerca, por ejemplo. Me dicen que por mi mirada, porque emano algo… Mucho no lo hablo esto. Anoche, sin ir más lejos, recibí un mensaje de texto de alguien que no conozco, para que le deje un mensaje a una amiga que se debe operar. Hace poco me entró la llamada de una mujer llorando desde Uruguay, vía Facebook. Me explicó que la mamá estaba internada, que le deje un mensaje de aliento.
–¿Tenés explicación de por qué te buscan a vos?
–No. Yendo a un plano más frívolo, cuando hice grandes personajes, como Catriel o Guevara, tuve preanuncios. Así como hago cosas de carpintería, un día me encontré haciendo un taparrabos. Viviana (Sáez, su mujer) me preguntó para qué, y yo no sabía. Después lo usé para Catriel. Con Guevara me pasó con un par de guantes de box. Hace mil años un gran amigo, Omar, que me introdujo a la filosofía budista, me regaló el libro de Siddharta… Y ahora me llamaron para esa obra.
–¿Con situaciones personales también te suceden esos anuncios?
–Sí. Una mañana de verano estaba estudiando la letra de un personaje. Vivi se levanta y viene a tomar mate. Le dije: "Tengo muchas ganas de ver al tío Pototo". Me contestó: "Cuando termines de grabar, te vas a tu pueblo y lo ves". Me fui a trabajar y me sentí raro todo el día. A la tardecita, cuando volví, Vivi me atajó: "Pa, no tengo una buena noticia". Sin que me dijera nada le respondí: "Falleció el tío Pototo". Y sí. Fue algo que sentí acá (se toca el corazón). Lo mismo con mi vieja (Teresa).
–¿Qué pasó?
–Ella padecía esclerosis lateral amiotrófica, que según la Organización Mundial de la Salud es la enfermedad más cruel. Yo deseaba que se fuera para que no sufriera más. Una noche estaba cenando y alguien tocó el portón. Cuando cruzaba el parque me frenó un aroma riquísimo, a rosas, y me estalló la cara en llanto, pero de alegría. Pensé: "Se está yendo hoy. Gracias". Volví, seguí cenando y les dije a Vivi y a Jaz: "Mamá se va esta noche". Me fui a dormir y sonó el teléfono. Era mi hermano mayor. Lo anticipé: "No me digas nada: murió mamá...". Lo supe.
–¿Indagaste por qué tenés esas visiones?
–Prefiero no hacerlo. Las veces que hablé con gente que tiene ciertos dones, me dijeron que se dan cuenta, y que si quiero lo puedo profundizar.
–¿Te da miedo?
–No. Tal vez en algún otro momento bucee en eso, pero por ahora no. Es algo delicado y no sé si la sociedad está preparada para aceptarlo. Siento que hay como una falta de respeto hacia esas cosas.
Por Hugo Martin.
Fotos: Maximiliano Vernazza y prensa Telefe y Siddharta.
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