La mano rocosa de Luis "El Gordo" Valor (63) se extiende para saludar con firmeza. Su aspecto no inspira temor, y aunque parece un hombre común, está claro que no lo es.
Fue el líder de la tristemente célebre Superbanda, que en los 80' y 90' tuvo en jaque a la mismísima Maldita Policía de aquellos años, que no dudaba en "ajusticiar" a quien se le cruzara en el camino… Y Valor, vaya si fue uno de ésos: asaltó veintitrés bancos y dieciocho camiones blindados en su historia delictiva a punta de escopeta, ametralladora o fusil FAL –Fusil Automático Ligero, de origen belga–.
Resumiendo: que haya zafado de que los Patas Negras –definición despectiva con la que se denominaba a la Policía Bonaerense– lo masacren a balazos, es un milagro.
El Gordo también carga en su currículum del hampa con una fuga histórica de la cárcel de Devoto en 1994, junto a varios secuaces, descolgándose a través de los muros del penal, hecho en el que recibió varios disparos, pero al que sobrevivió.
Ahora Valor camina por uno de los tantos pasillos de la Unidad 17 de Urdampilleta –localidad ubicada a 380 kilómetros de Buenos Aires, cercana a Bolívar, que mantiene gran actividad gracias a la prisión–, que aloja a 563 detenidos, calificada como de Máxima Seguridad por la peligrosidad de sus internos.
Está aquí porque temían que se escapara de la Unidad 9 de Campana, su destino anterior, después de que en julio de 2014 fuera detenido junto a otra persona cuando intentaron eludir un control policial en Bella Vista. Del vehículo –Renault Kangoo– secuestraron tres armas largas calibres 9, 32 largo y 40 milímetros, además de municiones recubiertas con teflón, que permiten atravesar chalecos antibalas y vehículos blindados.
A lo largo de su raid, El Gordo fue cosechando varias condenas: a 24 años de prisión, por una serie de asaltos; a 20 años por un golpe frustrado a un camión blindado en La Reja (partido de Moreno), en el que murieron un policía y dos delincuentes –del que niega haber participado, y a 7, por fugarse de la cárcel de Villa Devoto en 1994.
"Llevo treinta y tres años preso en total, más de lo que estuve afuera", bromea mientras invita a sentarse en una sala del primer piso de la prisión, donde permanece todo el tiempo uno de los guardias, quien explica a este periodista, mientras ingresamos: "Existen varios anillos de seguridad. Si pasa algo complicado en el sector donde ustedes están con el fotógrafo, de inmediato nosotros los sacamos hacia otro lugar". Valor mira fijo y espera que comience la charla.
–Y, ¿sale o no sale?
–Salgo. Mi abogado, Juan Manuel Casolati, está pidiendo las salidas transitorias. Para eso es necesario que me trasladen a la Unidad 47 de San Martín; acá estoy muy lejos. Tengo mi condena de cuatro años, por el hecho de Bella Vista en 2014, casi cumplida –Tenencia compartida de armas de guerra–. Ahí yo acompañaba a una persona a un corralón. Ni la camioneta ni las armas eran mías –yo ni sabía que estaban–, pero acepté la sentencia en un juicio abreviado; si no, era peor. A lo sumo en julio me voy.
–¿Por qué el apodo de El Gordo?
–Cuando era chico me lo puso mi mamá. A algunos les dicen Negrito, Rusito, Flaco, Cabezón… Yo era gordito. Después, cuando crecí, dejé de serlo, pero quedó. Ahora estoy un poco excedido, pero siempre fui delgado. "Gordo esto, gordo el otro, y queda, eh". Ya voy para 64 años; nací en 1953.
–¿Recuerda su primer robo?
–Tenía 20 años. Militaba en la Juventud Peronista, Montoneros; estaba en la resistencia. Llevaba clandestino casi un año. Conocí a todos los líderes: Firmenich, Vaca Narvaja, Perdía… Tenía trato con algunos del peronismo revolucionario. También a Galimberti, Dardo Cabo, a Dante Gullo, los pibes del ala de izquierda. Yo robaba autos para sobrevivir, porque me perseguían por la política. Para mí no era robo; para la Justicia sí. Buscaba coches caros. La poli "me puso" armas, bombas molotov, para agravarme la pena. Me dieron seis por robo y seis por armas; cumplí cuatro años y salí. Al año y medio volví a caer por un asalto a un matarife. Fue a buscar dinero; se lo saqué, pero me detuvieron. Después no paré.
–¿Usó armas siendo montonero?
–Sí, sí, estando en la JP. Antes de que asumiera Cámpora. Perón vino en el '72 a la Argentina. Nosotros le hacíamos la seguridad. Tenía cinco anillos de protección y pertenecíamos a uno. Cuando volví de la cárcel a la calle, muchos habían desaparecido.
–¿Perdió la familia por estar preso?
–Mi primera esposa se llama Alicia. Cuando pude salir, no volví a mi casa con mis hijos –una mujer y dos varones, que hoy tienen 47, 45 y 43 años–. Ya afuera, empecé a piratear –asaltar camiones con mercadería–. Y caí otra vez; en el '84 recuperé la libertad. En el '85 me reencontré con gente que había estado adentro. Y dimos los primeros pasos con la Superbanda. Primero era un grupo chico, después se agrandó. En el '87 yo estaba hecho, no tendría que haber seguido, pero… Otros ya se dedicaban a la droga. Nosotros decíamos: "Somos ladrones, no traficantes". "Piratear" no nos gustaba. Era robar camiones con comestibles, electrodomésticos… Muy incómodo.
–Y se lanzó con camiones blindados y bancos…
–Empezamos con un par de correos, después fábricas, SEGBA, Gas del Estado… Los bancos tenían un simple sereno: cuando robamos diez se complicó, porque mejoraron la seguridad. Con los blindados pasó lo mismo: al principio iba un chofer cualquiera. Yo la pensé: "Si a mí se me para un tipo armado de frente, le doy todo". Apliqué esa lógica, inventé una moda. Después, los choferes iban a academias y aprendían un protocolo. En los bancos les enseñaron a apretar un botón antes de salir de la garita (sonríe). Eso sí, nos fijábamos que los bancos no fueran de acá: ni Provincia ni Nación, sí extranjeros: la Banca del Lavoro, porque los tanos tenían mucha plata; el Galicia, total los gallegos no se iban a enojar; el Itaú que eran brasileros (vuelve a sonreír).
–¿Cuántos bancos asaltó?
–Veintitrés, y dieciocho blindados. Me inventaron un hecho en La Reja donde hubo muertos y me dieron veinte años, pero yo no estuve. Nunca le dieron cabida a la defensa que presentaron mis abogados, Roberto Babington y Víctor Stinfale.
–Y volvió a caer…
–Así fue mi vida. En el '96 me detuvieron en Mataderos, después de fugarme de la cárcel de Devoto, el 16 de septiembre del '94.
–¿Cómo se escapó?
–Fue re difícil… Si lo tengo que hacer otra vez, no lo hago. Estábamos procesados por un montón de delitos. Teníamos miedo de que nos mataran en un traslado cuando íbamos a los juicios. Nos fuimos cinco: Paulillo, Nielsen, Sosa (La Garza), Julio Pacheco y yo. En el '91 ya se habían escapado siete, Sosa incluido… Pero con él no nos damos cabida.
–¿Por qué?
–El respeto que nos teníamos se lo perdí. No me interesa lo que haga. El en la de él y yo en la mía. No quiero hablar del hombre ese. Los demás son buenas personas.
–¿Quedó un resentimiento?
–No, no, no… Pero él por allá y yo por acá.
–Va a salir y quizás se lo encuentre.
–No le doy cabida. Es uno más, somos 40 millones. Ni lo miro. El camino de él va por un lado distinto al mío. Si hace las cosas bien, lo felicito.
–¿Usted mató?
–Nunca. Nos cuidábamos. Conmigo no murió nadie. Yo usaba inteligencia, estrategia y suerte. El primer blindado fue de Juncadella, al costado de la Panamericana; una sola saca tenía plata, el resto, sobres. Cuando vimos que era fácil, dijimos "vamos por otro", al bardo (sin resultado)… Fueron cinco o seis, pero uno enganchamos con mucha guita. Del 1 al 5 teníamos empresas, nos daban los datos. También íbamos a los supermercados Norte: caía el blindado, dejábamos que cargaran y "pum" (hace el gesto de que empuña un arma larga con ambos brazos), la llevábamos. Así le dimos como a cinco o seis. Ahora cambió, Prosegur, Brinks, Maco, Vigencia, Banco Nación, tienen tesoro adentro, GPS, están monitoreados, usan un protocolo para bajar y subir. No te dan los tiempos por más que les saques la llave. Si analizás cuánto tardás, no te conviene. Los que no saben, matan a un vigilador por nada. Y por homicidio no salen nunca más. Hoy prefiero fabricar sombreritos o bermudas antes que robar.
–¿Le tenemos que creer que no va a volver a robar?
–Yo quiero estar tranquilo y vivir en libertad. No tengo que volver más a la cárcel.
–¿Va a poder?
–Sí, mi familia y mi abogado me van a ayudar.
–¿Valió la pena ser un delincuente? ¿No se arrepiente?
–Por ahí no valió la pena.
–¿Es millonario? ¿Pudo guardar lo que robó?
–No, no tengo nada, ni un peso.
–Antes me dijo que en el '87 se tendría que haber retirado, que estaba hecho.
–Sí, me equivoqué dos veces. Gasté mucha plata, pero la guita va y viene.
–¿Su familia está bien, su mujer actual?
–Sigo con Nancy. Cuando salga me voy con ella. Mi hija trabaja, mi nieto ya tiene 21, y los varones están detenidos por consumo porque les plantaron drogas, pero están por salir. Quiero reencontrarme con todos y cambiar de vida. Voy a estar en un merendero para niños en San Miguel, contando experiencias de lo que no se debe hacer. También voy a trabajar en mi propia marca de ropa, Valor. Y terminé mi libro para EditorialPlaneta, que –creo– saldrá a mitad de año. Será mi historia.
–¿Vivió situaciones límite tras las rejas?
–Sí. En el motín del '83 en Olmos… Fue la peor. Después hubo una docena más. Pasé por todas. Lo que pasa es que soy muy querido; cuando no te quieren te matan: es tierra de nadie.
–¿Estuvo al borde de la muerte, o en peligro?
–En peligro estás constantemente. Pero me crié entre bandidos, me conocen todos. La violencia la sé dominar. En la cárcel el respeto es todo.
–¿Cuantás cárceles recorrió?
–Un montón: Caseros, Devoto, Olmos, La Plata, Florencio Varela, Melchor Romero, Campana, Junín, y ahora Urdampilleta. Tengo 37 compañeros muertos. No sé cuántos años voy a vivir. Tengo alta la glucosa, diabetes hace casi cinco años… Acá no me la puedo controlar mucho… Tomo una pastilla. Me alimento bien, pero extraño a la familia.
–¿Le teme a la muerte?
–No, nunca. Ni adentro ni afuera. Sí me cuido.
–¿Reza, tiene un Dios?
–A veces creo en algunas cosas. Cuando uno empieza en el robo deja de lado a la familia. Y entonces te dicen: "¿Te importa más esto que tu gente?". Y tienen razón. Pero al que está en esto se le entrecruzan los sentimientos. Ahora lo único que quiero es cumplir mi sentencia y salir, para estar con mi familia. Mi mujer me banca desde el '85. Yo le digo en broma que es mi otra condena. Me va a matar…
Por Miguel Braillard
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