Cuenta Hernán Sachero (38):
"Pasé mi niñez y adolescencia en un club, jugando al básquet, al vóley y nadando. A los 15 años empecé a tocar la batería, y de los 16 a los 30 todo fue descontrol en mi vida: el alcohol, el cigarrillo y los embutidos eran mi prioridad. Llegué a pesar 110 kilos, estaba enojado conmigo mismo y siempre muy cansado. Un día del 2008 me di cuenta de que con mi malhumor y mi dejadez le estaba haciendo mal a mi entorno".
Y continúa: "Entonces me fui a hacer un control médico, y salió que tenía el ácido úrico y la creatina muy altos. Con 30 años sufría insuficiencia renal crónica. Me hicieron una ecografía: tenía un riñón atrofiado y el otro me funcionaba a un 30 por ciento. Los motivos no se conocen con precisión, pero dicen que pudo haber sido a causa del Síndrome Urémico Hemolítico, por la mala cocción de una carne o una verdura. ¿Conclusión? Debía trasplantarme el riñón para seguir con vida", redondea.
–Había que encontrar al donante…
Vanina: Sí. Primero nos hicieron un estudio para ver quién de la familia era más compatible. La única que resultó apta como donante directo fui yo. Tenía 27 años. Empecé a informarme y entendí que Hernán podía vivir con un riñón… No quería que tuviera que pasar por una diálisis.
Hernán: Me costó aceptar que ella fuera mi donante. También estuve un año y medio negándome a hacer diálisis, porque veía a las personas que se sometían a ese tratamiento y sentí que era la sala de espera a la muerte. Ahí conocimos al doctor Eduardo Maggiora, del Sanatorio Anchorena, con quien tuvimos varias charlas… Y terminamos convenciéndonos de que la mejor salida era el trasplante.
Vanina: Les dije que antes de la operación quería ser mamá. A los dos meses quedé embarazada de Maite. Mientras tanto, Hernán comenzó el tratamiento, logrando bajar de 110 a 85 kilos. Maite nació en enero de 2011 y en abril fue el trasplante.
Hernán: Antes probé muchas cosas. Mi primera sensación fue el temor a morirme. La información que yo tenía sobre la donación de órganos era muy escasa. Consulté con distintos médicos, siempre esperando que me dijeran lo contrario… Pero todos coincidieron en el diagnóstico. Al final, acepté que un amigo me llevara a ver a la Virgen del Cerro.
–¿En Salta?
–Tal cual. Y sentí un escalofrío cuando me impusieron las manos. Casi me desmayo… Tiempo después, mirando las fotos, descubrimos que yo había viajado a Salta el 25 de abril de 2009, justito dos años antes de mi trasplante. No sé si fue casualidad, pero… el milagro es que los dos estamos muy bien.
–¿Fue difícil bajar tanto de peso?
Hernán: Desde el día que me dijeron que me tenía que trasplantar cambié mi vida por completo: dejé de comer con sal, grasas, embutidos, fritos… Largué el cigarrillo y el alcohol. Mi cabeza estaba muy revolucionada. Pero siempre conté con el apoyo de mi familia y de los médicos, que me ayudaron a estar fuerte en todo momento.
–¿Cómo fue el día del trasplante?
Hernán: Ese 25 de abril empezó muy temprano. Vino Vanina a despedirse y la pusieron en un quirófano separado del mío. Primero le hicieron la ablación del órgano, lo llevaron al refrigerador y luego empezaron a trasplantármelo mientras a ella le cerraban la herida.
–¿Temiste por ella?
–Sí. Tenía miedo de que le pasara algo, porque había sido mamá poco antes. Por suerte todo salió bien y Vanina estuvo sólo 72 horas en terapia intensiva. A los cinco días yo también me fui a casa. Entonces mi familia decretó que cada 25 de abril festejemos ese milagro.
–Y ahí empezó una nueva etapa…
Vanina: Al principio yo me mareaba, porque amamantaba a mi hija. Por suerte, en el trabajo me dieron tres meses más de licencia. Aproveché para estar más tiempo con Maite y readaptarme a mi nueva vida, como mamá y donante.
Hernán: A mí, lo primero que me pasó después del trasplante fue quedarme sin empleo. Llevaba diez años trabajando de administrativo, y me despidieron junto a mi señora. La mayoría de las empresas echan a los trasplantados, porque tienen miedo de que entre su personal haya enfermos. Lo cierto es que el médico me pidió que vuelva a la actividad física, y ahí empecé a buscar información de deporte para trasplantados.
–¿Ahí conociste Asociación de Deportistas Trasplantados de la República Argentina?
–Sí. Y a partir de ADETRA se me abrió un mundo nuevo y una esperanza inmensa. A los cinco meses de la operación me metí al agua por primera vez. Luego llamé a un amigo entrenador y le dije que en noviembre de 2012 quería participar de una competencia. Pensó que yo estaba loco, pero aceptó. Hoy, si bien reconozco que me ha ido bien, siento que lo más importante fue haber demostrado la calidad de vida que podemos tener los trasplantados.
–¿Hay muchas personas en tu condición que hacen deporte?
Hernán: Somos el diez por ciento los que practicamos alguna actividad. El año pasado fuimos 400 a competir en Salta. A dos años de haber retomado la natación, yo estaba en Sudáfrica, cantando el Himno Nacional y recibiendo mi primera medalla de oro. Ya participé en tres Mundiales y tengo 14 medallas. En agosto viajamos 40 a Newcastle, Inglaterra. Será mi cuarto Mundial.
–¿Qué lugar ocupa Argentina a nivel internacional en estos torneos?
Hernán: En los Juegos Mundiales de Mar del Plata de 2015 se presentaron 1.200 atletas de 44 países diferentes. Allí conseguimos algo que ninguna delegación argentina logró antes: terminar en el podio con 144 medallas, alcanzando el segundo lugar. Lo que me gustaría es que los Juegos Paralímpicos pongan una categoría de atletas trasplantados, para incentivar nuestra actividad y tener un subsidio del Estado.
–¿Actualmente no lo tienen?
Hernán: Por desgracia no podemos vivir del deporte, porque no tenemos ninguna ayuda estatal. Mi suerte es que la vida me dio una segunda oportunidad. Nadar, competir, ganar medallas y dar charlas de concientización es mi manera de agradecerle a mi hermana y a toda la gente que me ayudó a volver a vivir. Vani es mi ángel y está re orgullosa de lo que hago. Y yo soy feliz por devolverle un poquito de lo que ella me dio: algo que no tiene precio… Hablo de un acto único de amor.
–¿Ahora tenés trabajo?
–Soy coordinador de un programa deportivo para gente trasplantada en Mar del Plata, llamado "Más deporte, más vida", creado hace dos años por ordenanza municipal. Dedico una parte considerable de mi tiempo a la tarea de difundir nuestra problemática y los caminos para convivir con ella.
–Y colaboras en el Incucai…
–Como comunicador: desde ADETRA (entidad de la que es vicepresidente) brindamos charlas en colegios, universidades, ONGs o donde me llamen. Busco que mi mensaje sobre la importancia de la donación de órganos llegue a todo el mundo.
–¿Qué les aconsejarías a los trasplantados?
–Que sean conscientes de los cuidados que deben tener, para que su calidad de vida no disminuya, y que la mejor forma para conseguirla es a través del deporte. Nosotros debemos tomar inmunosupresores de por vida, para que el organismo no rechace el órgano trasplantado. Yo tomo 11 pastillas diarias. Y esos remedios bajan nuestras defensas. Entonces, la actividad física se transforma en una herramienta clave para eliminar las toxinas.
Por: Pablo Procopio Fotos: Fabián Uset
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