Entre la tarde y la medianoche del jueves llegaron a la Argentina los principales protagonistas del G20, incluidos el presidente chino Xi Jinping y el estadounidense Donald Trump. Junto a ellos aterrizaron entre otros en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza sus pares del Reino Unido y España, en medio de francotiradores, autos blindados, escuadrones de custodios y pistas exclusivas que se convirtieron en el primer escenario de los máximos líderes mundiales en Buenos Aires.
A las 19:.38 hizo contacto con la pista de Ezeiza el Boeing 747-400 en el que viajó desde España -donde comenzó una gira de 9 días que incluirá luego Panamá y Portugal- el Presidente de la República Popular China, Xi Jinping (65). 29 minutos después su silueta y la de su esposa, Peng Liyuan (56), se dibujaron frente a la puerta del avión de la compañía Air China. Cuando lo hicieron la banda del regimiento de Patricios ya estaba tocando el himno. Segundos antes uno de sus secretarios había sido confundido con el mandatario y los primeros compases comenzado a sonar.
Desde lo alto de la escalera, en los últimos minutos de luz de un día nublado, con una sonrisa el presidente chino levantó su mano derecha y a su lado su esposa imitó el gesto con la izquierda. Con los dedos rígidos, las palmas planas, se volvieron una figura simétrica. Sus movimientos no fueron casuales. La secuencia fue exactamente igual a la del martes pasado en Madrid, en julio de este año en Senegal, en Moscú en 2017, en Pakistán en 2015 o en India en 2014. El país que es actualmente medallista olímpico en nado sincronizado lleva la obsesión por las formas en espejo también al protocolo.
Jinping y Liyuan salieron de la aeronave y bajaron los escalones tomados de la mano. Él llevaba un traje oscuro, corbata y sólo un botón del saco prendido. Ella, conocida soprano en China, el pelo prolijamente recogido. Esas también fueron constantes de sus apariciones juntos en los últimos años, al igual que la elegancia de la cantante oriental, alguna vez elegida como una de las mujeres mejor vestidas del mundo por la revista Vanity Fair.
Cerca de las 19:50 el Airbus 310 del presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez (46), entró en el espacio aéreo del Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini de Ezeiza. El país ibérico participa de este G20 en calidad de invitado y Sánchez de su primera cumbre internacional desde que asumió el pasado 2 de junio. Quizás por eso su llegada haya sido la menos protocolar después de la del francés Emmanuel Macron. El español apareció para robarle protagonismo a Xi Jinping, aterrizando en el preciso momento en que el presidente chino se disponía a bajar de su avión. En la pista se comentó que la superposición fue porque "no sabían cómo poner la escalera" en el Boeing 747 de Air China.
Sánchez, por su parte, lejos de aguardar a que la comitiva nacional completa se reorganizara o terminara de ser recibido su par de China, decidió salir. A las 19:11 el economista se dejó ver con chaleco, sin corbata y la camisa desabotonada en el cuello. Lució también su comentada media sonrisa, esa que lo llevó a que muchos medios en su país lo compararan con el actor norteamericano George Clooney. La superposición con Xi Jinping hizo que su imagen fuera prácticamente imposible de conseguir para las cámaras de TV y los fotógrafos.
A Sánchez y a su esposa, María Begoña Gómez Fernández, experta en marketing, los llaman "los Obama españoles". Descontracturado, cuidadoso con su físico, le adjudican ser amigo de la política "a la norteamericana" y tiene muy claro que las redes sociales son un instrumento de campaña que le gusta usar sin intermediarios. Fue de los pocos líderes mundiales que se pronunciaron en relación al debate del aborto en Argentina y lo hizo a través de un tuit en el que lamentó que el Senado no aprobara su legalización.
Inclusive mientras estaba en vuelo rumbo a Buenos Aires fue a través de la misma red social que escribió: "España está dispuesta a organizar la final de la Copa Libertadores entre el Boca Juniors y el River Plate. Las FCSE y los servicios implicados, con amplia experiencia en dispositivos de este tipo, trabajan ya en el despliegue necesario para garantizar la seguridad del evento", lo que le dio un condimento especial a su llegada y lo puso en la portada de los principales medios cuando todavía no había puesto un pie en el país. Al mensaje no le faltaron hashtags, ni olvidó tampoco arrobar a los dos clubes más importantes de la Argentina.
A diferencia del miércoles, el jueves la seguridad se hizo sentir con más fuerza en Ezeiza. En lo alto de las torres se dejaron ver los francotiradores, hubo perros, soldados, mientras que empleados de la seguridad norteamericana tomaron el mando en algunos sectores. Helicópteros sobrevolaron el aeropuerto cerca de las 22 y casi en simultáneo las comunicaciones en los alrededores empezaron a fallar. Estados Unidos fue el único país del G20 que no permitió que inclusive algunos empleados de la presidencia argentina permanecieran en pista durante la llegada de su mandatario.
Eran las 22:24 cuando el 1.90 de Donald Trump (72) se recortó en la puerta del Air Force One, el Boeing 747-200B que traslada al presidente de los Estados Unidos. Antes de su llegada a la Casa Blanca el empresario y magnate había bautizado a su propio avión privado como el Trump Force One, en obvia referencia a la aeronave presidencial, el que llegó a ser definido por sus características como "un penthouse en el aire".
Pero en la noche del jueves a Trump ya no le hacen falta los juegos de palabras porque llega por primera vez a la Argentina como presidente norteamericano y el Air Force One es suyo. Salió del Boeing y sacudió la palma de su mano. Junto a él estaba su tercera esposa, la modelo eslovena nacionalizada estadounidense Melania.
Trump se toma de la baranda y a sus más de 70 años empieza a bajar los escalones imperturbable, para a mitad de camino volver a sonreir. "La Bestia", el auto blindado que lo traslada, un búnker de cuatro ruedas capaz de resistir ataques químicos, radioactivos y biológicos, está estacionado a escasos metros de la escalera. En el medio se agolpan funcionarios nacionales: el canciller Jorge Faurie, el ministro de Educación Alejandro Finocchiaro, el presidente de la Cámara de Diputados Emilio Monzó, y el presidente provisional del Senado Federico Pinedo. Su llegada es la más esperada y en torno a la que más cuidados hay.
Trump llevó puesta en su primera aparición una corbata roja ancha. Mientras que para muchos puede no ser un dato relevante, para otros es toda una declaración. El rojo es visto como símbolo de poder, energía y fuerza, además de una intención deliberada de querer llamar la atención. En el sentido más negativo es leído como un gesto amenazante, agresivo y peligroso. Trump convirtió el color en su marca registrada durante su campaña presidencial. Ahora llegó a la Argentina tras dar de baja -por Twitter y en vuelo- su reunión con el presidente ruso Vladimir Putin y de cara un encuentro con Xi Jinping en plena guerra comercial con China.
Exactamente a las 23:45 la primera ministra inglesa, Theresa May (62), salió caminando sola desde el interior del Airbus A330 que es parte del 32° escuadrón de la Real Fuerza Aérea Británica y que la política comparte con la realeza.
May es la segunda mujer en ser jefa de Estado del Reino Unido después de Margaret Thatcher y la primera mandataria de ese país que viaja especialmente a la Argentina después de la guerra de Malvinas, ocurrida durante el gobierno de la "Dama de hierro". Eso si no se tiene en cuenta el viaje fugaz que en 2001 realizó Tony Blair desde Brasil a Puerto Iguazú, para encontrarse con el entonces presidente Fernando de la Rúa.
El contraste fue evidente. Ni siquiera quedaban los ecos de la espectacularización del norteamericano, cuando la inglesa bajó rápido la escalera del avión, estrechó las manos de la pequeña comitiva que encabezaba Federico Pinedo y caminó por una pista prácticamente vacía y en silencio hacia la camioneta que se la llevó.
Fotos: Julieta Ferrario
SEGUÍ LEYENDO