La guerra encontró desprevenido a Israel. Un sábado de Shabat más de 1.000 terroristas bajo la bandera de Hamas ingresaron a los poblados cercanos a la frontera con Gaza, tomaron las calles más tranquilas y silenciosas y las convirtieron en una tormenta de miedo.
Hoy, tres semanas después, aún se puede sentir el peso del aire en combinación con la sangre seca derramada en el suelo. El polvo de los cuerpos incinerados dejan huellas en las paredes. En estos pacíficos barrios no quedó nadie con vida y los que sobrevivieron, no se sabe dónde están.
Algunos objetos permanecen inmaculados, como guardando un secreto que miles de periodistas no alcanzan a contar en sus crónicas.
Rápidamente el ejército Israelí expulsó a los invasores tomando el control del territorio, pero no así de la vida de 240 rehenes de 40 países del mundo que están desaparecidos y de los cuales aún no se sabe su condición de vida.
Mientras tanto, las visitas a los Kibutz continuaron. Las escenas se repitieron en los barrios de Be’eri, Nir Oz y Kfar Aza. A esta altura, solo están custodiados por soldados.
Los ataques continúan todos los días desde ambos lados, Hamas bombardea las ciudades de Ashkelon, Sderot, Asdod y hasta Tel Aviv. Israel bombardea el norte de Gaza, su objetivo es simple: desaparecer a Hamas de la faz de la tierra, la venganza late en los rumores del pueblo Israelí.
El 15 de octubre un mensaje permitió asistir a conocer las pruebas irrefutables de los crímenes de lesa humanidad cometidos por Hamas. La invitación era seca y protocolar: “Lo invitamos a un informe sobre la evacuación y el proceso de identificación de las víctimas asesinadas en la masacre del sur de Israel”.
Días después los referentes del mundo comenzaron a visitar el territorio, dando la bienvenida a líderes como Joe Biden y Emmanuel Macron, quienes aclararon la importancia de rescatar con vida a los rehenes.
Mientras tanto en Cisjordania el mismo miedo atormenta a los comerciantes y vecinos quienes permanecen en estado de alerta y con sus negocios cerrados. Ciudades como Hebrón tienen bloqueos en sus entradas y se aclara severamente que ser israelí en ese territorio es un delito.
La mítica ciudad de Jerusalén permanece irreconocible sin turistas ni comerciantes, los pocos transeúntes son habitantes de sus largos pasillos que ahora se encuentran en silencio.
La ofensiva Israelí comenzó a conformarse en el sur del país mientras los ataques empezaron también por el norte. La frontera con el Líbano aumentó su intensidad al calor de la guerra mientras Irán continua apoyando el esfuerzo bélico de Hamas y de Hezbollah, lo que obligó al gobierno Israelí a evacuar toda la zona.
Un secuestro de armamento conseguido por el ejercito Israelí reveló que muchas armas son proporcionadas por Irán y Corea del Norte además de la propia organización terrorista que ocupa la Franja de Gaza. Entre ellas se encuentran miles de cohetes, minas personales, explosivos sintéticos, granadas y detonadores.
El 29 de octubre el Ejército israelí consolidó su desembarco en la Franja, luego de efectuar una incursión selectiva en el territorio que les permitió analizar la situación, comenzó a utilizar todo su poderío bélico para acercarse cada vez más a la ciudad de Gaza.
Durante los días siguientes, las explosiones comenzaron a verse más lejanas a la frontera de Israel y cada vez más cerca de los edificios acumulados en el centro del territorio palestino.
La mañana del 1 de Noviembre la ciudad de Tel Aviv amaneció, además de con sus paredes empapeladas con los rostros de los desaparecidos, con particulares instalaciones en sus calles en pedido por los rehenes.
Un mes después la guerra continua sin un final aparente. Mientras tanto, los civiles intentan salir a las calles a perseguir sus deseos en un país que se encuentra en pausa y en pena por un conflicto que lleva más años existiendo que sus mismos habitantes.
Durante el día, en las ciudades como Tel Aviv, un sol radiante acompaña el ejercicio matutino de una joven en la playa, penetra en la nuca de un comerciante que acomoda las frutas en el mercado del centro y susurra en los oídos de hombres y mujeres que solo quieren vivir. Una pulsión difícil de apagar, aún en los momentos en que una sirena irrumpe en el cielo y solo da 10 minutos para correr y escuchar la próxima explosión.