Pequeñas valijas, cuartos intactos y fotos gastadas: los objetos de los soldados que nunca volvieron de Malvinas

En las casas de los caídos en las islas no hay ausencias, ellos están presentes en cada rincón. Sus familias guardan como tesoros los objetos de las breves vidas de sus hijos o hermanos. Hay padres que conservan igual que hace 40 años el cuarto de su hijo, que guardan la valijita que dejó armada, las pocas fotos de tiempos felices, la camisa con la que iba a bailar o las cartas que enviaron desde las islas

Dalal y Said "Coco" Massad en el cuarto de su hijo Marcelo Daniel, caído en Monte Longdon el 11 de junio durante las batallas finales de la guerra de Malvinas. La habitación de su casa Banfield permanece intacta desde 1982: “Si saco este cuarto es como sacarlo a Dani de mi corazón”, dice su madre. Todo está como él lo dejó: la cama, el poster del Mundial 74, una lámina con una pelota entrando a la red que sus padres le trajeron de Miami, las raquetas Wilson de madera con las que jugaba al tenis y los libros que leyó en el colegio Lincoln durante la primaria y en el San Andrés donde se recibió de bachiller
Fotos de la infancia, de los tiempos felices. Sus padres guardan desde las cartas que le escribió a Daniel su amor de la adolescencia (y que ellos jamás leyeron) hasta las medallas que ganó jugando al fútbol. En la última de las cartas que envió desde las islas, Daniel les dijo que estaba rezando en las trincheras y pidió: "Vayan al club Banfield y pidan que me guarden mi lugar de arquero: lo voy a defender como defiendo la Patria"
Un autito de juguete con soldados, cuando nadie podía imaginar su muerte en una guerra. Daniel cayó en Monte Longdon cuando el 3er Batallón del Regimiento de Paracaidistas atacaba, mientras intentaba avisarle a unos compañeros de la avanzada inglesa. A morir llevaba un rosario -que hoy conserva su familia como una reliquia- y una poesía guardada en un bolsillo de su uniforme donde una persona le habla a Dios desde el infierno de la trinchera: "Qué raro: sin temor voy a la muerte..."
Dalal solo tuvo dos sueños con Daniel: claros, bellos, únicos."En el primero estaba durmiendo y alguien me despertaba, abría los ojos y era él. 'Qué lindo Dani verte', le decía. 'Estoy bien, mami, estoy con el Sagrado Corazón de Jesús, pero necesito que te cuides vos', me decía. Estaba lindo, en su pulóver rojo que tanto le gustaba…". En el otro, "llegaba a una reunión familiar pero se iba apurado dejando su suéter como diciéndonos 'acá estoy, siempre voy a estar con ustedes'". Hoy el suéter lo usa su padre, Coco. "Dani está acá", afirma emocionado
Genara López y su marido Jesús, padres de Gerónimo Maciel con los recuerdos de su hijo caído en Malvinas a los 19 años. En su casa de Presidencia de la Plaza, Chaco, guardan como tesoros las pocas fotos y objetos que su hijo dejó antes de ir a la guerra con el Regimiento de Infantería 5 de Paso de los Libres. Al llegar a las islas los soldados fueron destinados a Puerto Howard, bautizado Puerto Yapeyú, en la Gran Malvina. Fue el regimiento que resistió un brutal aislamiento, sin posibilidades de llevarle alimentos y suministros
La carta que Gerónimo le envió a su madre en abril de 1982, antes de partir hacia las islas: "Querida mamá, hoy tengo el agrado de escribirte para hacerte saber que yo me encuentro bien, lo mismo espero que al recibir mi carta te encuentres bien. Mamá, te cuento que estamos en el sur, en Comodoro Rivadavia (...) Salimos el viernes por tren hasta Paraná (...) y de ahí vinimos en avión. Bueno mamá quedate tranquila que no pasa nada, si Dios quiere pronto estaré con ustedes (...) saludos para los que se acuerden de mí. Chau mami, tu hijo Gerónimo". En un borde de la hoja, agregó: "Saber cómo andan ustedes, contestame pronto quiero"
Una camisa de recuerdo es lo poco que le queda de su hijo a Jesús Maciel. Gerónimo, recuerdan quienes lo conocieron, era el típico hombre de campo. Extremadamente alegre, simpático y muy educado. El 25 de mayo de 1982 en Malvinas fue designado ayudante de ametralladora 12.7. Al día siguiente, hubo un ataque de dos Sea Harrier, que arrojaron bombas Beluga. Murió el soldado Aguirre y hubo varios heridos, entre ellos Maciel, que recibió esquirlas en su brazo, cuello y espalda. Fue derivado al puesto de socorro, donde falleció mientras era operado. El cabo Sergio Paz le estaba enseñando a rezar. Entre sus ropas tenía un papelito manchado con su sangre con las primeras oraciones del Ave María. La Escuela Nº 678 de Presidencia de la Plaza lleva su nombre
Ana y Guido Monzón con la pequeña valija de cuero gastado que dejó su hermano Juan Carlos en la casa de San Bernardo, Chaco. "Mami, guárdeme estas cosas hasta que vuelva de la guerra", le había dicho a su madre, Marciana, antes de partir junto al Regimiento 12 de Infantería de Corrientes. Todo está intacto desde hace 40 años. "Mamá guardó esta valijita debajo de su cama hasta el día que murió", confiesa Ana. El certificado de defunción dice que cayó en combate el 28 de mayo de 1982, en la cruenta batalla de Darwin-Pradera del Ganso
Los pocos objetos de la breve vida de 18 años de Juan Carlos se conservan en su valija de 60 centímetros. El pantalón caqui con el que cosechaba algodón, el gorro y el pañuelo a cuadros que lo protegían del sol y los mosquitos, la camisa con un pequeño estampado en rojo y negro que lucía en los bailes de candil, los guantes que se ponía para andar en la bicicleta colorada, el short y la camiseta de su River amado, y el frasquito de Glostora, aquella brillantina que usaba para achatar sus rulos rebeldes los sábados en que enamoraba a Zulma, su primera y única novia
La última noche que Juan Carlos Monzón estuvo en su casa, junto a sus padres y sus ocho hermanos, hicieron un lechón para despedir al hijo que iba a pelear por su bandera. “Parecía que estábamos festejando un cumpleaños”, resume Ana. Cuando salió el sol, su madre puso la enorme pava sobre la cocina a leña para preparar el mate cocido y compartieron el pan casero recién horneado. Gringo -a quien llamaban así porque era rubio- le pidió a su madre por la hermanita que tenía debilidad: “Cuídemela mucho a la Anita, mami, hasta que yo venga ¿eh?”
Emilia Fernández con el conmovedor dibujo que imagina el reencuentro de ella con Luis Roberto, su hijo caído en Malvinas. Durante el viaje que los familiares hicieron las islas Malvinas en 2018 para visitar por primera vez la tumba de sus hijos recientemente identificados por el Plan Proyecto Humanitario, Emilia se sentó sola y cabizbaja frente a la cruz. Una fotógrafo de Infobae captó la imagen y el artista plástico José Garay hizo esta obra en donde ella vuelve a estar junto a Luis. En su casa la acompañan su nieto Luis y su esposa Natalia Furrer
Las paredes de la casa de Villa Ángela, Chaco, convertidas en un altar para recordar al hijo muerto. Su madre recuerda que Betún soñaba con ser abogado, pero para ayudar en la casa trabajaba como albañil junto a uno de sus tíos. Como la pobreza apremiaba, Roberto también trabajaba como empleado de limpieza en la farmacia San Jorge. Allí pasaba la franela y ordenaba los remedios para Jorge Fioretta, “un hombre muy bueno, que siempre me acompañó en la vida y me ayudó a hacer las encomiendas para Malvinas... esas que nunca le llegaron”, cuenta Emilia. Era fanático de Boca y se había enamorado de Susana, su primer amor
Luis Roberto y su hermano mayor Miguel Gaspar (también fallecido) en una foto que su madre conserva como tesoro. Ella los crio sola, cocinando durante el día en la estación de colectivos para los pasajeros de Los Cometa y lavando por las noches en un fuentón la ropa de los vecinos más pudientes del barrio. Los chicos tuvieron una infancia feliz, aunque con privaciones. Trabajaron en la cosecha de algodón, fueron ayudantes de albañil al terminar la primaria y pisando la adolescencia ya construían con la habilidad de un adulto
Emilia abraza un uniforme, imaginando que abraza a su hijo caído en la batalla de Monte Longdon,, junto a los soldados del Batallón Comando de Puerto Belgrano. Cuando terminó la guerra le dijeron que su hijo estaba "desaparecido". Durante años imaginó que estaba vivo "sin memoria", y que un día iba a regresar. Emilia se sumió en una depresión profunda, dejó de comer, de trabajar como empleada doméstica, y los médicos tuvieron que inyectarle calmantes para ayudarla a dormir. Tuvieron que transcurrir diez años para que un guardiamarina finalmente llegara hasta la puerta de su casa para anunciarle la peor noticia: “Su hijo Luis Roberto Fernández, soldado clase 62, cayó en combate el 11 de junio de 1982”
Emilia guarda debajo de su cama una gran caja de cartón. En su interior hay dos bolsas, una rosa y otra gris. Con cuidado, como si tocara un cristal, sus curtidas manos desatan el nudo rosado. Piedritas, caracoles, turba y tierra asoman entre el plástico. “Fui cuatro veces a Malvinas. Dos veces me traje tierra de las Islas. Es sagrada esta tierra: que no la toque nadie, porque ahí están nuestros hijos”
Nélida Montoya de Echave en su casa de Lobos con una de las cartas que su hijo Horacio José le envió desde Malvinas. "¿Duele menos la ausencia cuando lo recuerdo? Yo lo sigo llorando. El 22 de junio fue su cumpleaños y cada año ese día le doy un beso a la foto y siento que lo abrazo. Me hace bien pensar que sigue cumpliendo años. He soñado con él también. En la cómoda de mi pieza tengo una foto suya, y yo le hablo. Le cuento cómo estamos, le pido que me ayude. 'Mirá cómo ando; estuve mal. Horacio, dame fuerzas' … Estaba quedándome ciega y recuperé la vista. Es como que él intercede por nosotros allá arriba"
"Horacio siempre sonreía", recuerda su familia y muestra una foto que se sacó en Malvinas. Tenía el pelo largo y le gustaba el rock and roll. Había pegado los posters de sus ídolos en el garaje de su casa para que su mamá no lo retara por arruinar las paredes del cuarto que compartía con una de sus cinco hermanas
"Horacio era pura alegría y bailaba como los dioses", dice su familia. Soñaba con trabajar en ferrocarriles, igual que su papá Horacio, pero no en la carpintería: él quería ser maquinista de tren. Los recuerdos brotan en las voces de sus hermanas, unas veces con risas, otras con lágrimas. Liliana, Marcela, Adriana, Analía y Vanesa recuerdan cómo las buscaba a la salida del colegio y jugaban a los policías y ladrones. También está Juan Pablo, pero él no habla: nunca llegó a conocer a su hermano
"En las cartas que escribió desde las islas nos decía: 'Seguro que papá andará por el pueblo diciendo que su hijo está luchando por la Patria'. Sentía orgullo de que su padre pudiera pensar eso. Creo que buscaba tranquilizarnos. En todas las cartas nos daba ánimo, nos decía cosas lindas… Horacio era enemigo de las guerras y de las armas", revela su madre
Todos los objetos recuerdan a Juan Carlos Dábalo y sus hermanas Mercedes Beatriz y Ramona Ofelia los guardan con amor. El joven chaqueño fue a las islas con el Batallón de Infantería 5 de Río Grande, Tierra del Fuego. Murió en Monte Tumbledown durante la batalla final. De padres paraguayos, fue a la guerra sin saber leer ni escribir y sin haber conocido el amor. “La mala alimentación lo había dejado como un nene. Vivió con privaciones y murió sufriendo”, lloraba su madre Benita al recordar a su hijo
La foto que mejor define a Juan Carlos, sonriendo. Aun en medio de todas las privaciones, era un chico feliz. Cuando construyeron el ranchito de un solo cuarto en La Liguria -para los padres y los nueve hermanos- con una sonrisa, acomodó la paja del techo. Entre todos ubicaron las tres camas (una para los padres, otra para los varones, la última para las mujeres), la mesa, las cuatro sillas (“los más chicos comían parados”, recuerda Ramona) y el enorme baúl con la poca ropa regalada que compartían. Juan salía cada mañana a vender hilos, agujas y fósforos Dos Patitos. Aunque era analfabeto, había aprendido a reconocer las monedas, que cuidaba como un tesoro
Durante 37 años Juan Carlos fue un Soldado Solo Conocido por Dios. Su familia fue una de las primeras en reclamar por la identidad y sumarse al Plan Proyecto Humanitario. Los hermanos hicieron un cuadro para marcar la tumba de Juan en Darwin. Recuerdan la primera vez que viajaron a las islas: “Sentimos una enorme tristeza y lloramos cuando no encontramos el nombre de Juan en ninguna placa”. Antes de morir, su madre supo dónde estaba enterrado y dejó unas conmovedoras palabras: "La guerra es como un cuchillo que te parte al medio. La herida no va a cerrar nunca, pero ahora puedo decir: 'Este cuerpito es nuestro; éste es mi hijito'"
“Me estoy por ir, mamá. Me tocó la Armada y me llevan a Buenos Aires”, le dijo Juan Carlos Dábalo a su madre con la voz llena de emoción cuando le tocó el servicio militar “Estaba ilusionado: nunca había salido del Chaco, e iba a conocer la gran ciudad”, dicen sus hermanas. Desde Río Grande recibieron tres cartas, que dos compañeros le escribieron. “En la última misiva que recibimos, en mayo de 1982, decía que estaba contento porque estaba aprendiendo a leer y escribir. Le puso a mamá: ‘La próxima carta la voy a escribir solo y sin ayuda’. Pero ya nunca volvió”
Toda la familia de Julio Romero, en su casa de Puerto Tirol, Chaco. De origen toba, el soldado partió hacia Malvinas junto al Regimiento 12 Compañía B de Mercedes, Corrientes. Su madre Avelina nunca supo que su hijo había partido hacia la guerra hasta que recibió un telegrama desde las islas, fechado el 26 de mayo de 1982, que decía que Julio estaba “bien”. El 23 de mayo había sido herido durante un ataque aéreo británico, pero no quiso que lo sacaran de la batalla, pidió quedarse con sus camaradas para seguir combatiendo
Los objetos que recuerdan a Julio. "En lo que a mí concierne, siempre recordaré a aquel soldado Toba que reclamó su puesto en la primera línea de batalla y cayó, como caen los valientes, combatiendo con gloria y honor”, dijo el cabo primero De la Cruz Romero que fue jefe del Grupo de Combate. Julio Romero murió el 12 de junio en el brutal asedio británico a Monte Challenger. tenía 18 años
Una carta de Julio Romero a su familia, cuando faltaba poco para salir de Licencia del servicio militar y nadie podía imaginar que se convertiría en héroe en la guerra de 74 días. Su hermana Susana Romero dedica todo su tiempo a honrar y mantener viva la memoria de Malvinas, forma parte de la Comisión de Familiares del Chaco y pide ayuda para los padres, madres y hermanos de los caídos para darles contención. "Detrás del héroe caído está su familia, que muchas veces no tiene voz ni voto y no sabe que pasó", sostiene
Las medallas que recibió post mortem Julio Romero. Su hermana Susana recuerda que su mamá nunca pudo superar esa muerte. "A los 62 años por la tristeza le agarró Parkinson. Tampoco tuvo contención. nadie ayudó y muchas puertas se cerraron. Se fue a los 84 años, tenía que haber vivido muchos años porque sus abuelos llegaron a los 112 o 115 años"
En retrato de Juan Anselmo Peralta, soldado del Regimiento 12 de Infantería de Corrientes, en las manos de su hermana Mirta Beatriz. Juan era el mayor de nueve hermanos. Sus padres, Alcides y Sofía Ruíz trabajaban en el campo. "Él era muy buen alumno, terminó la primaria como escolta de bandera y le hubiese gustado estudiar en la escuela agropecuaria, pero mi familia no tenía plata para una escuela privada", recuerda Mirta. Decidido, entonces, fue a trabajar en la cosecha y como albañil
Turba, piedras del cementerio de Darwin y la foto que Mirta se hizo en la tumba de su hermano en el primer viaje que los familiares realizaron a la islas en 1991. Ella tenía 14 años cuando recibió la noticia que Juan Anselmo había muerto en la guerra. "Con unas señoras que se hacían llamar Madrinas de Malvinas tuve que ir hasta el campo para avisarle a mi familia. Lloré todo el viaje y me pregunté por qué le había tenido que tocar a él. Los vecinos empezaron a llegar al pequeño zaguán de la casita y fue como un velorio sin cuerpo", recuerda
Juan Anselmo había copiado este texto poco antes de ir a la guerra que Mirta siente como premonitorio. Su hermano murió en la batalla de Darwin-Pradera del Ganso el 28 de mayo de 1982. Un primo que estuvo con él en Malvinas contó a la familia que "Juan iba para adelante, no tenía miedo, avanzaba". En las cartas que envió desde las islas, Juan les dijo: "Hay que tener valentía y jugarnos la vida por los argentinos y por nuestras familias. Hay que tener coraje si queremos volver"
Fotos y cartas de Juan Anselmo Peralta. A 40 años de la guerra Mirtha siente todavía mucho dolor. "Recién en un acto que le hicieron acá en el Regimiento, donde tuvieron muy presentes a los 31 caídos y lo nombraron, empecé a sanar esa herida. Nunca antes nos habían tratado así, tan bien, y empecé a curar el alma". Con amor recuerda que su hermano era protector, tímido, hincha de Boca y que con la plata que ganó como albañil pudo comprarle un único regalo para el Día de la Madre antes de ir a la guerra. "Le regaló a mamá una panera de plástico y seis platos de porcelana", se emociona
La familia Aguirre unida para honrar a Félix Ernesto Aguirre en Machagai, Chaco. Sus hermanas, Ana Luz, Claudia Esther y Alejandra Isabel cuentan que había nacido en la Capital Federal, que a los tres años perdió a su mamá y que su papá Ramón Maximo Aguirre llegó a Machagai con el pequeño y luego rehizo su vida. Fue criado con amor por Hilda Esther Acevedo, su mamá del corazón, y todos lo mimaron por ser el único varón en la casa
Félix Ernesto Aguirre fue soldado en el Batallón de Infantería de Marina Nº 5, formando parte de la 4ª Sección de Tiradores de la Compañía Nácar del BIM5. Por su valor recibió la Cruz al Heroico Valor en combate: luchó cuerpo a cuerpo y resistió dos asaltos británicos. En Monte Tumbledown, el 14 de junio de 1982, fue herido en las piernas gravemente. A pesar del dolor intentó ayudar al subteniente Silva herido mortalmente cerca suyo. Finalmente, es alcanzado nuevamente por el fuego enemigo y muere en su posición de combate
El recuerdo permanente de su familia para Félix. "Era alegre, inquieto y le gustaba la música. Tanto que llegó a integrar como "redoblante" la Banda de Música Municipal. Estudioso, se recibió de técnico electromecánico y ayudaba a su papá en el taller Bobinajes Eléctricos Romagui como instalador electricista. A Malvinas viajó el 8 de abril de 1982 para caer en las sangrientas batallas finales. Fue ascendido post mortem a Cabo Segundo
María del Carmen Molina, madre de Jorge Luis Bordón, en la humilde casa del barrio Constitución en Lobos, provincia de Buenos Aires. Tiene las paredes tapizadas con los diplomas, menciones honoríficas y homenajes a los caídos en Malvinas, documentos que esta ella no puede comprender porque apenas sabe leer y escribir. "La única carta que le envié a la guerra me la escribió la maestra de la escuela de los más chiquitos", explica con sencillez
Jorge Luis Bordón estudió hasta sexto grado en la escuela 902 de Lobos, trabajó como peón en un tambo en Monte Grande, fue soldado en el Regimiento 6 de Mercedes, y murió empuñando su fusil FAL contra los marines de la Guardia Escocesa, cerca de las siete de la mañana del 14 de junio de 1982, en la cruenta batalla en Monte Tumbledown. Su madre durante años lo espero, cada año puso un plato en la mesa de Año Nuevo anhelando su regreso porque su cuerpo no había sido identificado. El El Plan Proyecto Humanitario le permitió por primera vez en 2018 visitar la tumba de su hijo en el Cementerio de Darwin
Memoria y honor para Rubén Horacio Gómez. Su sobrina Natalia y su hermano Juan José mantienen vivo el recuerdo de quien murió en Pradera del Ganso cuando verificaba, junto al cabo Luis Miño, la avanzada de las tropas británicas. Pertenecía al Regimiento Infantería 12, de Corrientes. Pocos días antes de partir hacia la guerra Rubén salió del cuartel y pasó por su casa para despedirse. "Cuando vuelva me caso", les anunció a sus hermanos con la certeza de que luego de cumplir con la Patria podría cumplir con la promesa que le había hecho a su novia
Rubén Gómez tenía tantos sueños como carencias. De una familia muy humilde, su mamá Elvira Amarilla murió cuando él apenas tenía 9 años. "Hay que salir a juntar si queremos comer", les dijo su padre Juan Gómez con resignación, viudo a cargo de 10 hijos, y con la certeza de que ya nada sería igual en la familia. Había cursado la primaria en la Escuela 454, que hoy lleva su nombre. Antes de terminar séptimo grado ya repartía diarios con su hermano José, y había comenzado a trabajar en la desmotadora de algodón "Voloj hermanos" para poder llevar un poco de pan a la mesa familiar
La remera que lució Juan José el día que su hermano fue identificado gracias al Plan Proyecto Humanitario. "No tenía nada, éramos muy pobres, pero guardaba como un tesoro una pequeña colección de moneditas", recuerda José. Jugaban al fútbol en el Club Comercio de Presidencia la Plaza: Rubén era un 2 habilidoso. Y asegura que solo cuando pisaban la cancha juntos y soñaban con un futuro en el fútbol, eran felices
Elma Pelozo, madre del soldado Gabino Ruiz Diaz, abraza y besa el cuadro de su hijo muerto el 28 de mayo de 1982 en Pradera del Ganso. “Si Dios me levanta en este lugar, mami, si ya no regreso, no llore por mí porque estoy luchando por la Patria”. La apretada letra del joven, en la amarillenta hoja de Encotel –Empresa Nacional de Correos y Telégrafos–, que con franqueo pago había llegado desde las Islas Malvinas, le anunció a su madre que debía esperar lo peor.“'Cambacito' sabe que no va a volver”, se dijo entonces. "Y no me equivoqué", reflexiona hoy en su casa de Colonia Pando, Corrientes
Gabino Ruiz Diaz era un soldado no identificado hasta 2016. Su madre fue la primera en aceptar la propuesta del veterano Julio Aro, que llegó hasta su casa para proponerle luchar por la identificación de su hijo. Cuando el Equipo de Argentina Forense exhumó los cuerpos en el cementerio de Darwin, en el uniforme de "Cambacito" encontraron el reloj que su padre le había regalado y un pañuelo bordado por su abuela
La cruz en Colonia Pando que Elma hizo para poder honrar a Gabino y llevarle flores. En el patio de la casa también hay un árbol florido. La madre lo señala y cuenta: “Cuando Cambacito estaba en las Malvinas yo miraba este árbol y pensaba que Dios suele cortar la flor que más quiere para llevarla a su lado. Entonces, yo elegía una flor cada día y se la dedicaba a Nuestro Padre celestial pensando que quizá así no se llevaría a mi hijo. Pero nadie escapa a su destino, nadie”

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