Un nuevo estudio ha puesto en evidencia un fenómeno que muchos estadounidenses padecen: la dependencia extrema al automóvil está afectando la felicidad de las personas. En un país donde los vehículos terrestres son el medio de transporte dominante y, para muchos, la única opción viable, el impacto de pasar largas horas al volante se traduce en una disminución del bienestar general.
Según la investigación, realizada por especialistas de la Universidad Estatal de Arizona, conducir más del 50% del tiempo fuera del hogar está estrechamente ligado a niveles más bajos de satisfacción con la vida. Rababe Saadaoui, autor principal del estudio, explica que existe un “efecto umbral” en el uso del automóvil.
Este fenómeno no sorprende si se observa el panorama del transporte en Estados Unidos. Un 87% de la población utiliza el automóvil diariamente, mientras que el 92% de los hogares tienen acceso a por lo menos un vehículo, en contraste al 3% que utiliza el transporte público para trasladarse hasta sus lugares de trabajo, de acuerdo con cifras citadas en la investigación.
Un panorama desalentador
El estudio analizó las respuestas de miles de estadounidenses a preguntas sobre sus hábitos de conducción y su satisfacción general con la vida. Para obtener resultados precisos, se tomaron en cuenta variables como ingresos, situación familiar, raza y discapacidad.
A pesar de esta realidad, para muchas personas conducir no es una elección, es una necesidad impuesta por el diseño urbano y las limitaciones del transporte público.
El autor del estudio señaló que, en la sociedad actual, los automóviles se convirtieron en el medio de transporte principal para “una gran parte” de los adultos estadounidenses, ya que son percibidos como “convenientes, confiables y cómodos”, además de aportar beneficios de movilidad que, a su vez, le permiten a los usuarios “acceder a destinos y participar en actividades sociales”.
“Sin embargo, la prevalencia de la dependencia del automóvil también tiene implicaciones negativas para el bienestar, la sostenibilidad y la equidad social”, profundizó Saadaoui.
De igual manera, el investigador subrayó que las políticas de planificación y transporte “tienen como objetivo promover el bienestar y la calidad de vida de las personas”, por lo que una implicación política de su estudio que se deriva de “la asociación negativa entre altos niveles de dependencia del automóvil y satisfacción con la vida implica promover la multimodalidad”.
Estados Unidos cuenta con enormes autopistas, suburbios en expansión y sistemas de transporte público insuficientes.
No todos pueden conducir
Anna Zivarts, activista y autora del libro When Driving Is Not an Option (Cuando conducir no es una opción), conoce bien esta realidad. Ella nació con una enfermedad neurológica que le impide conducir y vive en Seattle, una de las pocas ciudades estadounidenses con una red de transporte público relativamente sólida. Aun así, describe una vida llena de obstáculos.
“Seattle tiene un sistema de autobuses sólido, pero todo el que puede permitirse un automóvil lo tiene. A menudo soy la única madre que va a cualquier tipo de evento sin un vehículo. Todo está construido en torno a ellos”, detalló Zivarts durante una entrevista con el periódico británico The Guardian.
Para Zivarts, la dependencia del automóvil no solo es un problema de movilidad, sino una cuestión de equidad social y es necesario que se escuchen las voces de aquellos que no pueden conducir, es decir, personas discapacitadas, adultos mayores, inmigrantes o gente que no tiene dinero suficiente como para adquirir un vehículo.
“Porque quienes toman las decisiones conducen a todas partes. No saben lo que es tener que pasar dos horas viajando en autobús”, lamentó Zivarts.