La vida que Jimmy Carter tuvo después de ser presidente de Estados Unidos opacó la que había tenido durante los cuatro años que ocupó la Casa Blanca. Se convirtió en un diplomático sin cartera, en un negociador nato, en un constructor de la paz mucho más efectivo en los 42 años que pasaron desde que se alejó de Washington que en su relativamente corta carrera política, más allá de que estando en el poder consiguió éxitos extraordinarios como la firma de los históricos acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel o el Tratado del Canal de Panamá. El ex mandatario murió este domingo a los 100 años en su casa de Plains, según le confirmó su hijo al diario The Washington Post.
Nació y se crio en una plantación de maní (cacahuetes) en Plains, Georgia, el “sur profundo” de Estados Unidos, marcado hasta hoy por la secregación y el odio racial. Precisamente él se crió junto a los hijos de los trabajadores del campo, con un padre que ganó muchos enemigos por ser un bautista convencido que trataba con dignidad a sus empleados negros y una madre, enfermera, que lo introdujo en la lectura.
Su sueño era ser un oficial de la Marina de uniforme blanco. En ese entonces, sólo los hijos de la elite del noreste estadounidense entraban a esas escuelas militares. Estudió ingeniería en el Instituto Tecnológico de Georgia hasta que su padre consiguió el contacto político que lo llevó a la Academia Naval de Annapolis, donde fue uno de los primeros graduados especializados en submarinos nucleares. En 1946 se casó con la mejor amiga de su hermana, Rosalynn Smith, quien lo acompañó, aconsejó y contuvo en todos sus emprendimientos durante 77 años.
Finalmente abandonó la carrera militar para regresar a dirigir la plantación familiar. Una vez que enderezó los negocios se lanzó a la política. Se convirtió en un demócrata activista que se oponía a la segregación racial y apoyaba el incipiente movimiento por los derechos civiles. De 1963 a 1967, Carter ocupó un escaño en el Senado de Georgia y fue elegido gobernador en 1970. Cuando asumió, lanzó en su discurso: “Les digo con toda franqueza, que el tiempo de la discriminación racial ha terminado. Ninguna persona, sea pobre, campesina, débil o negra debería tener que soportar la carga adicional de ser privado de la oportunidad de una educación, un puesto de trabajo o la justicia”. Enojó a muchos racistas de su estado, pero logró atención nacional. Dejó la gobernación en 1975 y al año siguiente se postuló a la presidencia. Era conocido por apenas el 2% de los votantes.
Viajó más de 50.000 kilómetros, visitó 37 estados y pronunció más de 200 discursos antes de que otros candidatos hubieran anunciado que estaban en la carrera por la presidencia. Con su acento de sureño bautista y sus mensajes religiosos contra la hipocresía y la corrupción en Washington ganó tanto la nominación de los estados del sur como de los cristianos del norte. Sorpresivamente obtuvo la nominación de su partido e hizo una campaña asegurando que él no le mentiría “jamás” al pueblo americano. Un mensaje clave después de la debacle de Richard Nixon y el perdón a los corruptos de su sucesor Gerald Ford. Carter ganó el Despacho Oval por 297 votos electorales frente a los 241 de Ford.
Fue una campaña muy particular que convirtió a ese hombre sobrio, cristiano, al que nunca se le volaba ni un mechón de pelo, en el presidente rockero. Varios de los más famosos de rock de los setenta le dieron su apoyo.
Él mismo contó que Allman Brothers Band lo salvó de la bancarrota cuando su campaña tenía una deuda de 300.000 dólares. Gregg Allman organizó un recital en el que recaudó 64.000 dólares y llamó a varios de sus amigos, desde Bob Dylan hasta los integrantes del supergrupo Crosby, Stills, Nash and Young, que contribuyeron con el resto.
Una vez en la Casa Blanca, Carter se enfrentó a una realidad muy dura de la que salió escaldado y con algunas medidas muy controvertidas. Aunque la coincidencia entre los historiadores es que por sobre todo fue “un incomprenido”. Asumió el 20 de enero de 1977 diciendo algo que nadie quería escuchar en Washington: “Hemos aprendido que más no es necesariamente mejor, que incluso nuestra gran nación tiene sus límites reconocidos, y que no podemos contestar todas las preguntas ni resolver todos los problemas.” Había prometido terminar con la “presidencia imperial” impuesta por Richard Nixon y el primer día en la Casa Blanca redujo un tercio del personal que lo asistía. También ese día amnistió a todos los que se habían negado a hacer el servicio militar en Vietnam.
Sus dos primeros años de gobierno fueron una época de continua recuperación de la grave recesión de 1973-1975, que había dejado la inversión en capital fijo en su nivel más bajo en una década y el desempleo en el 9%. Los otros dos años estuvieron marcados por una inflación de dos dígitos con unas tasas de interés muy altas, la escasez de petróleo y el bajo crecimiento económico. Fue cuando lanzó una campaña para hacer al país menos dependiente de la gasolina. Se convirtió en el primer líder global en hablar de la necesidad de reducir el consumo de combustibles fósiles. Mandó a colocar paneles solares en la Casa Blanca y hasta dio discursos a la Nación pidiendo a los estadounidenses que se abrigaran más dentro de sus casas para evitar usar la calefacción. Otra vez, no era algo que quisieran escuchar personas acostumbradas al despilfarro del consumo y movilizarse en grandes vehículos por un vasto territorio.
“Carter, para su perjuicio político, nos dijo lo que necesitábamos oír, no lo que queríamos oír. ¿Quién quiere un presidente que nos diga que la forma de reducir nuestra dependencia del petróleo extranjero es bajar el termostato, ponernos un jersey y aprovechar la energía del sol cuando podemos tener uno que nos diga alegremente que su elección anunciará milagrosamente “un nuevo amanecer en América”?”, escribió Barry Sauders, periodista del Atlanta Constitution y el Charlotte Observer, que lo entrevistó varias veces.
El punto culmine de esta actitud más de predicador que de político llegó con su famoso “discurso del malestar”, una diatriba sobre la falta de confianza que había ganado a los estadounidenses tras los asesinatos de John y Robert Kennedy y Martin Luther King, la guerra de Vietnam y el Watergate. “Quiero hablar con ustedes ahora sobre una amenaza fundamental para la democracia estadounidense”, dijo en cadena nacional. “No me refiero a la fuerza hacia el exterior de Estados Unidos, una nación que está en paz esta noche en todo el mundo ... La amenaza es casi invisible de forma ordinaria. Se trata de una crisis de confianza. Es una crisis que golpea en el corazón y el alma y el espíritu de nuestra voluntad nacional. Podemos ver esta crisis en la creciente duda sobre el significado de nuestras propias vidas y en la pérdida de una unidad de propósito para nuestra nación...En una nación que se enorgullecía de trabajar duro, de familias fuertes, de comunidades unidas, y de nuestra fe en Dios, demasiados de nosotros tienden ahora a la autoindulgencia y al culto al consumo; la identidad humana ya no se define por lo que uno hace, sino por lo que uno posee. Pero hemos descubierto que poseer y consumir cosas no satisface nuestro anhelo de significado...”. Otra vez, más adecuado para el púlpito que para un país que quería seguir siendo autoindulgente y que unos meses mas tarde se abrazaría a la visión hollywoodense del mundo que tenía Ronald Reagan.
En política exterior le fue mucho mejor. Logró los Acuerdos de Camp David que sellaron la paz entre Israel y Egipto y formalizó un pacto general para el futuro de Cisjordania y la Franja de Gaza. También, a pesar de la dura oposición republicana, logró un acuerdo por el Canal de Panamá por el que entregó la soberanía del territorio a ese país mientras se garantizó la libre circulación. Continuó la política que había iniciado Nixon con China y terminó reanudando las relaciones diplomáticas entre los dos países. Firmó el tratado SALT II con Leonid Bréznhev que redujo el arsenal nuclear estadounidense y soviético. Cuando la URSS invadió Afganistán en 1979, tomó a Estados Unidos por sorpresa. Carter ordenó de inmediato enfrentar el peligro y armar a la oposición. Detuvo la expansión soviética e hizo que el Ejército Rojo tuviera que retirarse, diez años más tarde, creando la crisis que desembocó en la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética. También fue el comienzo de las actividades de los muyahaidines de Osama bin Laden, que combatieron a los soviéticos, con los que después creó la red terrorista Al Qaeda que terminaría golpeando duramente a Estados Unidos en los atentados del 11/S.
Fue el primer presidente en incorporar los derechos humanos a los intereses estratégicos de Estados Unidos en todo el mundo. En esos años, se enfrentó a las dictaduras latinoamericanas y particularmente la de Argentina. Apoyó y envió a Buenos Aires a la secretaria adjunta del Departamento de Estado, Patricia Derian, para exigir el fin de las desapariciones y las torturas.
Derian tuvo un particular encuentro en 1977 con el jefe de la armada argentina, Emilio Massera, en la Escuela de Mecánica de la Armada. Lo relató de esta manera: “Él y yo estábamos sentados en sillones de cuero, uno al lado del otro, no frente a frente. . . . Le dije: ‘En cuanto a la tortura, sé que se tortura a gente aquí mismo, bajo este techo. Tengo un mapa de este piso’, lo que le hizo parpadear. Le dije: ‘De hecho, probablemente estén torturando a alguien justo bajo nuestros pies ahora mismo’. Me dijo: ‘¿Te acuerdas de Poncio Pilatos?’ con una enorme sonrisa, frotándose las manos. . . . Fue uno de los momentos más increíbles de mi vida. Cuando se lo relaté al presidente Carter, quedó perplejo por varios segundos y de inmediato ordenó más sanciones contra el régimen”.
El golpe de muerte para la presidencia de Carter se la dieron los iraníes del ayatollah Khomeini. El derrocado Sha, Mohammad Reza Pahlavi, había sido un gran aliado de Estados Unidos en Medio Oriente desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Carter trató de despegarse de él, pero terminó permitiendo su entrada a Estados Unidos para que recibiera un tratamiento médico. Esto enfureció al ala más dura de los revolucionarios de Teherán que tomaron la embajada y a 52 estadounidenses como rehenes. Carter negoció y entregó al gobierno teocrático los fondos congelados desde la caída del Sha. Pero ya era tarde. La elección estaba encima y Ronald Reagan negoció con Khomeini que los rehenes no fueron liberados hasta el 20 de enero de 1981, momentos después de que él hubiese tomado posesión como presidente.
“Jimmy Carter fue probablemente el hombre más inteligente, trabajador y decente que haya ocupado el Despacho Oval en el siglo XX”, escribió Kai Bird, autor de The Unfinished Presidency of Jimmy Carter, y uno de los máximos expertos en ese período histórico. “Pero el hombre no era como piensas. Era duro. Era muy intimidante.” El denominado “periodista gonzo”, Hunter S. Thompson, dijo una vez que Carter era el “hombre más maquiavélico” que había conocido jamás. Se refería a que era implacable y ambicioso, a su empeño en ganar para llegar al poder. A pesar de esto, lo entrevistó y lo defendió en sus notas en Rolling Stone y otras publicaciones alternativas.
Perder la reelección lo sumió durante un tiempo en una depresión. Pero, después, una noche de enero de 1982, su esposa se sobresaltó al verlo sentado en la cama, despierto. Le preguntó si se estaba sintiendo mal. “Ya sé lo que podemos hacer”, respondió. “Podemos desarrollar un lugar para ayudar a las personas que quieran dirimir sus disputas”. Ese fue el comienzo del Centro Carter, una institución dedicada a la resolución de conflictos, a las iniciativas en materia de salud pública y la supervisión de las elecciones en todo el mundo. Se convirtió en un humanista global.
Organizó centenares de campañas de vacunación en todo el mundo. Trabajó en la erradicación de enfermedades como la Dracunculiasis, la oncocercosis, el paludismo, el tracoma, la filariasis linfática y la esquistosomiasis. También luchó para disminuir el estigma de enfermedades mentales y mejorar la nutrición mediante el aumento de la producción de los cultivos en África. El mayor logro del Centro Carter fue la eliminación de más del 99% de los casos de enfermedad del gusano de Guinea, un parásito debilitante que mató a millones de seres humanos desde la Antiguedad. Su proyecto más difundido de los últimos años fue el que emprendió junto a la organización Hábitat para la Humanidad y por el que se dedicó a levantar casas en varios países y zonas devastadas por terremotos y huracanes. A los 90 años, todavía se lo podía ver junto a su esposa Rosalynn llevando tablones y martillando. Fue extremadamente feliz haciendo estas tareas.
También se dedicó a la “diplomacia de consensos”, supervisó 70 elecciones en 28 países desde 1989. Y trabajó para resolver los conflictos en Haití, Bosnia, Etiopía, Corea del Norte, Sudán y Venezuela. El centro tiene oficinas en varios países en conflicto desde donde apoya a los activistas locales defensores de los derechos humanos. En 1994 logró un acuerdo con el entonces dictador de Corea del Norte, Kim il-Sung, para detener la fabricación de material nuclear con fines no pacíficos. Terminó en una controversia con el entonces gobierno de su correligionario y admirador Bill Clinton. Su diplomacia paralela tuvo tantos éxitos como enfrentamientos con las administraciones de turno en Washington.
En el 2002, Carter recibió el Premio Nobel de la Paz “por su trabajo para encontrar soluciones pacíficas a los conflictos internacionales, promover la democracia, los derechos humanos y el desarrollo económico y social a través del Centro Carter”.
“Si bien antes pensaba que Carter era el único presidente que había utilizado la Casa Blanca como trampolín para lograr cosas más grandes, ahora entiendo que, en realidad, los últimos 43 años han sido una extensión de lo que él consideraba su presidencia inacabada”, escribió su biógrafo Kai Bird. “Dentro o fuera de la Casa Blanca, Carter dedicó su vida a resolver problemas como un ingeniero, prestando atención a las minucias de un mundo complicado. Una vez me dijo que esperaba vivir más que la última lombriz de Guinea. El año pasado solo hubo 13 casos de enfermedad de la lombriz de Guinea en humanos. Puede que lo haya conseguido.”
La misma tozudez que tuvo para conseguir lo que quería en su carrera política, la tuvo con su salud. Hasta dominó un cáncer cuando tenía 81 años. Finalmente, reapareció la enfermedad a los 99 años y después de un corto tratamiento decidió por voluntad propia que quería dejar la clínica donde lo estaban tratando y morir en su casa. Sus nietos dijeron que siguió lúcido hasta que se apagó como una vela que resiste con su luz y espera la salida del sol.