(Desde Washington, Estados Unidos) Donald Trump define una agenda hacia Medio Oriente que se apoyará en una alianza diplomática con Israel y Arabia Saudita para destruir el proyecto nuclear de Irán, estabilizar la crisis en Siria y desmantelar la capacidad terrorista de Hezbollah, Hamas y los Huties.
Trump debate estos asuntos clave de su próxima administración con Marco Rubio -nominado secretario de Estado-, Mike Waltz -futuro consejero de Seguridad Nacional-, Steve Witkoff -enviado especial a Medio Oriente- y Massad Boulos, enviado especial para Líbano y el mundo árabe.
Los encuentros son en Mar-a-Lago, y tienen distintos formatos a partir la agenda que debe cumplir Trump y los futuros miembros de su administración republicana. Con excepción de Rubio y Waltz, que se mueven desde DC a Florida, Boulos y Witkoff ya han viajado a Qatar y Arabia Saudita.
La hoja de ruta del presidente de electo de Estados Unidos inicia con Israel, que es el socio estratégico regional de la Casa Blanca. Trump busca cerrar antes de fin de año un cese del fuego en Gaza que permita liberar a los rehenes secuestrados por Hamas, y aplacar la tensión en esa zona de Medio Oriente.
En paralelo, Trump considera distintas iniciativas para destruir la capacidad nuclear de Irán, que ha perdido peso regional por la tregua en El Líbano y la caída del clan Al Assad en Siria.
El líder republicano oscila entre sanciones las sanciones económicas o la provisión de bombas de altísima precisión a Israel para ejecutar una misión aérea conjunta que termine con el proyecto geopolítico más ambicioso de los ayatollahs.
Trump ha señalado que Estados Unidos no se debe involucrar en Siria, pero su situación política-militar conspira contra la perspectiva del presidente electo.
Siria es escenario de enfrentamientos armados entre distintos grupos -que responden a la Casa Blanca y Turquía-, y a dos horas de Damasco se encuentran una sucesión de centros de detención que son ocupados por casi 10.000 terroristas de ISIS.
Además, en Siria hay depósitos de armas químicas que aún no se han destruido, Rusia tiene dos bases militares en el norte, y terroristas de Hezbollah todavía se esconden a la espera de instrucciones de Teherán. Abu Mohamed al-Jolani, líder del grupo Hayat Tahrir al Sham que derrocó al clan Al Assad, sólo controla Damasco y sus alrededores.
En este contexto, Trump ha empezado a girar en su posición original y se apoya en Israel y Turquía para acceder a información privilegiada que le permita llegar a su asunción presidencial -20 de enero- con un cuadro actual de situación.
El presidente de Turquía, Recep Erdogan, financió la campaña militar de Al-Jolani e influye en sus decisiones políticas, mientras que el premier Netanyahu junto al Reino de Jordania ya han tomado contacto con voceros del grupo Hayat Tahrir al Sham para acordar una mínima agenda de seguridad.
Israel, Turquía, Jordania y el gobierno de transición en Siria, como la próxima administración republicana, persiguen idéntico objetivo estratégico: evitar que Irán y Hezbollah operen en ese estado fallido que, desde hace años, fue utilizado como canal de contrabando de armas con destino al Líbano, Gaza y West Bank.
En la estrategia de Medio Oriente que diseña Trump y su equipo de transición, Arabia Saudita juega un papel clave como Israel.
El presidente electo dialoga por teléfono con Netanyahu, ya que se conocen desde hace décadas, y en el caso de los contactos directos con Arabia Saudita, Steve Witkoff viajó sin escalas a Ryad para encontrarse con el príncipe heredero Mohammed Bin Salman (MBS).
Witkoff es amigo personal de Trump y fue designado su enviado especial para Medio Oriente. La cita con MBS sirvió para analizar la negociación entre Israel y Hamas, y el rol que puede asumir Arabia Saudita en la región.
Trump desea que Arabia Saudita reconozca al Estado de Israel, una posibilidad que estaba cercana y que el ataque terrorista del 7 de octubre implosionó. Desde esta perspectiva, como funcionó con los Acuerdos de Abraham, el presidente republicano intenta pacificar Medio Oriente y aislar a Irán.
El príncipe heredero Bin Salman coincide con la perspectiva geopolítica de Trump, pero planteó la necesidad de la tregua en Gaza y un plan de reconstrucción de la Franja hacia adelante, antes de iniciar conversaciones formales para establecer vínculos diplomáticos con Israel.
El presidente electo está dispuesto a esperar: Arabia Saudita tiene profundas diferencias ideológicas y religiosas con Irán, y puede funcionar como balance de poder con Teherán. Y con idéntica lógica política, Ryad también exhibe suficiente peso para aplacar la influencia regional de Qatar, que durante años protegió a los líderes terroristas de Hamas y Hezbollah en Doha.
Trump define un plan de acción para Medio Oriente que se apalanca en Israel y Arabia Saudita. Se trata de una jugada diplomática compleja, en un escenario inestable y con jugadores como Irán, Qatar, Hezbollah y Hamas, que tienen agenda propia y siempre han preferido la inestabilidad regional.