Fragmento de “Así veo las cosas”: un autorretrato íntimo de Jorge Ramos

El camino del periodista mexicano, desde los sueños olímpicos de su adolescencia hasta su exitosa carrera en televisión, contado en sus propias palabras. Un testimonio a corazón abierto sobre las complejidades de pertenecer a dos mundos y las dichas de los afectos a ambos lados de la frontera

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Jorge Ramos debutó a los
Jorge Ramos debutó a los 28 años como uno de los presentadores de noticias más jóvenes en Estados Unidos. (Infobae- Max Alonso y Martin Mariscal)

En su prólogo a Así veo las cosas, el nuevo libro del periodista Jorge Ramos, la escritora Isabel Allende describe a su amigo:

“No muy alto, delgado, ojos claros, muy guapo. Es medio solitario, introvertido, tranquilo, observa todo con atención. Ha renunciado al sueño juvenil de saltar en las Olimpíadas o de convertirse en otro Maradona y ha optado por el periodismo, pero esa es una ocupación peligrosa en México de los años 80 por la censura y la represión, y viene a probar fortuna a Estados Unidos”.

Esos dos temas, el periodismo y la migración, atraviesan el libro entero como dos ejes, porque surgió como complemento muy personal del trabajo de Ramos en televisión, “un medio que tiende a resumir y recortar”, como define, “y hay muchas cosas que se te quedan en el estómago y la garganta”. Con cuatro décadas de periodismo —ha ganado el prestigioso premio María Moors Cabot y el reconocimiento a la excelencia de la Fundación Gabo, entre muchos otros— ha cubierto guerras, desde la interna de El Salvador hasta la de Afganistán, y acontecimientos históricos como la caída del Muro de Berlín o la disolución de la Unión Soviética. En su lista de entrevistados hay seis presidentes estadounidenses y un séptimo, Donald Trump, lo hizo echar por la fuerza de una conferencia de prensa.

Ser inmigrante fue primero algo que le pasó: “Nada me hubiera gustado más que crecer, vivir y realizarme en México, el país donde nací”, escribe. Pero ha pasado tanto tiempo desde entonces que muchas veces se siente de dos países. Y muchas otras, rechazado en ambos, como si le faltara algo para ser local.

Así veo las cosas, subtitulado Lo que nunca te conté, es su libro número 12 y cuenta su propia vida de una manera muy particular: a partir de columnas escritas a lo largo de 42 años. Organizadas por temas, las precede un texto especialmente hecho para esta edición. “Son solo vistazos, momentitos”, las define, pero van hilando, a través de lo que vio y contó y pensó, la persona que Ramos es.

Esta es la introducción a la sección “Cómo me convertí en inmigrante” del libro que Ramos presenta en Miami Book Fair:

En su nuevo libro, Jorge
En su nuevo libro, Jorge Ramos el periodista entrelaza experiencias íntimas y profesionales a través de sus escritos.

Yo nunca quise ser inmigrante. Me tuve que convertir en inmigrante.

Nada me hubiera gustado más que crecer, vivir y realizarme en México, el país donde nací. Pero no me pude quedar. Como les ocurre a todos los inmigrantes, algo me expulsó de la nación donde vivía y algo me atrajo a otra. Fue una cuestión de imanes; rechazo y atracción.

A los 24 años de edad, el domingo 2 de enero de 1983, tomé la decisión más difícil y trascendental de mi vida. Ese fue el día en que dejé México y me fui a vivir a Los Ángeles, California. La idea era irme solo por un año, dos máximo, y regresar. Pero ya llevo más de cuatro décadas en Estados Unidos y veo cada vez más difícil la posibilidad de un regreso permanente.

Mi vida está en otra parte. Mis hijos, mi familia y mi trabajo también. Sin embargo, los recuerdos y los hubieras (de otras posibles vidas, de otros destinos inciertos) siguen enraizados en México. De hecho, nunca se fueron.

Soy de la casa donde crecí de niño. Ese es mi hogar. Y aunque la vida me ha llevado a mudarme a decenas de otras casas y apartamentos en Estados Unidos, pertenezco a la que crecí en el Estado de México en la calle de Hacienda de Piedras Negras en la colonia Bosques de Echegaray.

Ahí fui muy feliz.Ahí me hice adolescente.Ahí entendí la importancia de crecer con una familia estable, con sus líos y sus secretos, pero tuya al fin. Nada como ser niño —jugar, aprender y pelearte— con mis hermanos Alejandro, Eduardo y Gerardo, y mi hermana Lourdes. Nos llevamos apenas un año de distancia entre uno y otro. Algo pasa cuando compartes cuarto, calzones y calcetines por mucho tiempo. Es un clarísimo sentido de pertenencia.

Esa es mi tribu.

Jorge Ramos se despide de
Jorge Ramos se despide de Univision luego de décadas de ser la imagen de la prensa latina en los Estados Unidos. (NASA/Bill Ingalls)

Crecí con mucho ruido. Éramos tantos que casi nunca había silencio. Había que buscar rinconcitos en la casa para tener un momento de tranquilidad. Y aun así era difícil ya que vivíamos a unos metros de una transitada carretera y siempre se oían los camiones, carros y ambulancias al pasar. Con una nariz inservible —luego de tres operaciones para corregir una desviación de nacimiento con fórceps, una pelea entre adolescentes y un brutal golpe de pelota— desarrollé una hipersensibilidad auditiva y, todavía hoy, me atormentan los sonidos de los aires acondicionados de las casas vecinas. Y hasta logro escuchar desde la casa el paso del metro, que queda a más de un kilómetro de distancia. Lo oigo todo.

Soy parte de una familia maravillosa, con grandes recuerdos, pero con viejas y caducas costumbres patriarcales. Nunca jugué con mi papá, excepto una sola vez. Y no estoy seguro de que a ese intento de pegarle al balón le pudiéramos llamar juego. Él creía que ser papá implicaba dar órdenes y, a pesar de tener un corazón frágil y alma de apostador, era casi imposible verlo relajado.

Mi madre, lo he contado varias veces, para liberarse del yugo mental de mi padre, dejó de hacerle todas las noches su chocolate caliente, se compró su propio coche y se fue a estudiar con sus hijos a la universidad. El evento más angustiante de mi niñez fue cuando, molesta por no sé qué, se bajó del auto andando mientras mi papá y todos sus hijos le suplicábamos desde dentro que se volviera a subir. Nunca supimos por qué se había peleado con mi papá. Años después se separarían por un par de años. Pero terminaron juntos hasta que él murió de la acumulación de daños por un derrame cerebral y tres ataques al corazón.

De niño y adolescente fui a una escuela católica muy represiva donde los sacerdotes nos pegaban, nos decían que nos iríamos al infierno si nos portábamos mal o pecábamos sin confesarnos, y donde, sin la menor duda, sufrimos de frecuentes torturas psicológicas. Mi agnosticismo tiene su origen en el odio de niño a esos sacerdotes.

Por su independencia periodística y
Por su independencia periodística y su capacidad de preguntar, Jorge Ramos fue echado por la fuerza de una conferencia de prensa de Donald Trump. (REUTERS/Ben Brewer)

Además, crecí en un México muy autoritario, sin democracia, donde decir lo que pasaba podía llevarte a la cárcel o a la tumba. Por eso no me extraña para nada en lo que me he convertido. Ante un país sin democracia, enfrentado durante años a sacerdotes abusivos, y con un padre y un abuelo paterno rígidos y autoritarios, es fácil entender por qué tengo ese rechazo a la autoridad y serios problemas con los que abusan de su poder.

Y eso explica también por qué escogí el periodismo como ocupación. Todo eso lo fui aprendiendo y registrando lentamente. Primero en mi mente, luego con lápiz y papel, y finalmente en una computadora.

Mi paso por los medios de comunicación en México fue muy corto y atormentado. Tras trabajar en la radio un par de años pasé como escritor a un noticiero de televisión en Televisa y, más tarde, como reportero de un programa investigativo llamado 60 Minutos. Se llamaba igual que el que todavía se transmite en Estados Unidos, pero a principios de los ochenta había muchas cosas que no se podían decir en México.

Puse a prueba el sistema de censura imperante y perdí.

No tuve ningún problema cuando reporté sobre la terrible erupción del volcán Chichonal en marzo de 1982. (Ingenuamente nos acercamos demasiado al cráter y casi nos quedamos sepultados por las cenizas). Pero cuando traté de hacer un reportaje sobre la psicología del mexicano y explorar cómo los presidentes eran escogidos por dedazo, se cerraron todas las puertas. Me pidieron que reescribiera el reportaje. Lo hice, aunque manteniendo el argumento original. Tampoco les gustó. Y tras un par de versiones más, borré mi voz de las cintas y presenté mi renuncia. Ese no era el periodismo que yo quería hacer.

Jorge Ramos entrevistó también a
Jorge Ramos entrevistó también a varios presidentes de México, entre ellos Andrés Manuel López Obrador.

Me quedé algunos meses más en México, mientras terminaba los trámites para graduarme de la universidad y buscaba otras oportunidades en Estados Unidos. Y cuando surgió la posibilidad de irme a Los Ángeles como estudiante —para un curso de televisión y periodismo— me aferré a ese destino como náufrago a una balsa.

Recuerdo perfectamente la tarde en que llegué a Estados Unidos. Casi todos los inmigrantes tienen marcado ese momento en su mente. Todo lo que yo tenía —una guitarra, unos papeles y la maleta— lo podía cargar con mis manos. La imagen hollywoodense que he ido reconstruyendo de ese momento siempre choca cuando me acuerdo de que, tras salir del aeropuerto, terminé medio perdido y asustado en un estacionamiento.

Solo, pero libre.

Repito: Estados Unidos me dio las oportunidades que mi país de origen no pudo. Y estaré eternamente agradecido.

Al año de haber llegado a Estados Unidos (1983), y tras concluir mi curso en UCLA Extension, conseguí un trabajo como reportero en la estación afiliada de Univision en Los Ángeles, el Canal 34. Todo lo que sé de periodismo lo aprendí en las calles angelinas.

En 1986 me fui a vivir a Miami como conductor del programa matutino Mundo Latino (que más tarde se convertiría en Despierta América). Y en noviembre de ese mismo año, tras una crisis interna en el departamento de noticias, me convertí a los 28 años en uno de los presentadores de noticias a nivel nacional más jóvenes de Estados Unidos.

He trabajado muy duro por todo lo que tengo. Tanto, que mi hijo Nicolás un día me escribió una tarjeta que decía: «PAPA, STOP WORKING». En mi profesión es normal perderse fiestas, cumpleaños y aniversarios por cubrir una noticia. Pero tengo la dicha de hacer lo que más me gusta hacer. No puedo imaginarme una vida distinta. Ni mejor.

Aun así, ser inmigrante nunca es fácil.

El periodista Jorge Ramos ha
El periodista Jorge Ramos ha cubierto guerras y eventos históricos como la caída del Muro de Berlín. (Infobae-Max Alonso y Martin Mariscal)

Nunca me he sentido más solo que un fin de año en Los Ángeles, rodeado de gente en un concierto, y sin tener a quien abrazar. Pensar en México y en todo lo que dejé atrás es inevitable.

Al igual que muchos extranjeros, sigo pensando en el regreso. Es un círculo que, mental y espiritualmente, hay que cerrar. Y no sé si yo lo haré.

Después de tantas décadas viviendo fuera del país donde nací, con dos pasaportes, hay veces en que me siento al mismo tiempo de México y de Estados Unidos. Y no tengo la necesidad de escoger. Pero en otras soy rechazado en ambos países. No soy suficientemente estadounidense para algunos en Estados Unidos, por haber nacido en el extranjero, ni suficientemente mexicano para otros en México, por haberme ido de ahí.

Ni de aquí ni de allá.

Por eso me identifico, más que nada, con la idea de ser inmigrante.

Y ahí, en ese espacio, estoy en paz.

Presentación de “Así veo las cosas” en la Feria del Libro de Miami

Jueves 21, 6.30 pm, en el Auditorium

El periodista Jorge Ramos presenta su nueva obra, donde reúne sus textos más personales y literarios. Dialogará con la periodista Luz María Doria.

Campus Wolfson del Miami-Dade College (MDC)

300 NE Second Ave, Miami, FL 33132

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